lunes, 20 de diciembre de 2010

Noticias

Noticias
Sergio Pérez Portilla

Mira, aquella nube, la de la izquierda, ¿la ves? Tiene forma de… ¡no! ¡Espera! No es una tortuga, más bien parece una flor. Sí, lo digo en serio. ¡Pero si es igualita, mírala bien! Bueno, es que podría estar apenas abriendo, tú sabes. ¡Ya, no te rías de mí, que tú luego ves una redonda y dices que parece una jirafa! Jajajaja, ¿qué tal, eh? Bueno, mejor dime en qué estabas pensando hace rato, cuando veníamos caminando y sonreíste, ¿va? ¡Anda!, dime lo que... ¡¿Qué?! ¡¿De verdad?! ¡¿Es eso?! ¡No puedo creerlo! ¡Gracias a Dios! ¡Amor, te amo!


Nota: El final está abierto. Es simplemente la mejor noticia para cada quien. ¡Felicidades!

No podría

No podría
Sergio Pérez Portilla

Pienso en ti, no tienes idea de cuánto lo hago. Ni siquiera la mañana piensa tanto en el sol como yo en ti. Te pienso y recuerdo tus manos, mis manos las recuerdan. Recuerdo tus labios, mi corazón los recuerda. Y el brillo y el calor que me regalabas al verme, simplemente no los he podido olvidar. Tarea ingente la que el viento tiene, pues le he encargado cada tarde que te lleve mis palabras y le he pedido que te traiga en tu aroma, en tu vuelo de paloma.
Pienso en ti, y si tuvieras idea de cuánto lo hago, quizá te preguntarías por qué pasas tanto tiempo en mi vida, incluso sin pretenderlo. Si tuvieras idea de cómo ha llovido por acá, si la tuvieras…
Pienso en ti, pienso mucho en ti.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Viviendo


Viviendo
Sergio Pérez Portilla

Vivir como el arroyo, conociendo orillas y fondos, viajando entre suelos fríos o rayos de sol, alisando piedras y cantando mañanas, fluyendo, siguiendo un cauce y causando amores.
Vivir como los bosques, creciendo en el humilde silencio, dando hojas al viento para que las eleve y aleje, floreciendo y vistiendo de gala a los suelos, guardando en su memoria las tradiciones y las voces, permaneciendo, arraigando amores.
Vivir como las aves, eligiendo el viento vagabundo, el amanecer y el crepúsculo, durmiendo al ocaso del día, aprendiendo a volar y aprendiendo a descansar, despertando amores.
Vivir, a veces, simplemente viviendo, sin querer nada más que el sencillo respirar, el eterno caminar, el bálsamo del sonreír, el paciente escuchar o el inquieto compartir. Vivir simplemente viviendo, sin intentar más. Vivir, como sea, pero nunca dejar de hacerlo. Para morir físicamente habrá un día, no hay duda. Pero podríamos usar nuestra vida para ir muriendo, y eso sería ya empezar a morir. Vivir sabiendo que se ha de morir, pero no vivir muriendo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Aires de esperanza


Aires de esperanza
Sergio Pérez Portilla

Atraviesas el tiempo, eternizas las respuestas y enterneces mis labios con los tuyos, y me regalas historias de música y de cuerdas sorteando pasadizos en la memoria. Yo no quiero ni siquiera dejar de mirarte, pero sé que debo hacerlo, debo voltear hacia la ventana y ver la belleza del mar majestuoso de la vida, y luego verte otra vez, como si fueras siempre nueva, pero la misma a la que amo. Quiero que encuentres lo que buscas y que te suceda lo que convenga. Quiero que crezcas y que se mantenga en ti ese aire de espontaneidad y locura sensata. Quiero que tus heridas lleguen en el momento justo, y que las veas como un puente a la sabiduría. Quiero que vivas, que vivas de verdad.
Parece esquiva la paz de los aires de esperanza, y arremete siempre la tormenta de la nostalgia, pero no importa, la verdad siempre será verdad, y la mentira nunca se le igualará. Será una intrusa, una impostora, pero nunca será verdad la mentira. Yo quiero que la verdad te libere, y que tú te dejes amar.

jueves, 7 de octubre de 2010

Haces

Haces
Sergio Pérez Portilla

Hay un destello en mis letras cuando estás conmigo, el silencio se vuelve una simple pausa que preludia a tu voz, y no hay frío que tu abrazo no calme. Colma, además, tu sencillo andar mis pensamientos, y me argumentas con tus encantos cualquier cosa, y yo me dejo vencer sin discusión alguna. Haces que brille mi vida.
Vas de un lado a otro, y mis ojos se vuelven tu sombra, ahí, detrás de ti y silenciosos; ahí, pegados a ti; así, tuyos. Fluyes en tus intersticios, te escapas de tu ausencia en este espacio y lo llenas con holgura y con arrojo. Haces que brille la vida.
Y mis letras brillan y también danzan, dibujando ríos oscuros en un papel que está sentenciado a ser mío antes que tuyo, pero mío por un rato, mientras vierto lo que tú iluminas, y tuyo para siempre, porque de ti tomará su ser.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Acasos

Acasos
Sergio Pérez Portilla

¿De qué me conoces, guirnalda, dónde nos hemos visto que no te recuerdo? Si vivías en el interior de mis deseos, permíteme decirte que he purgado cada uno de mis añejos anhelos, y conseguí los que eran alcanzables, mantengo los que seguro me harán bien, pero he alejado los que sólo me lastimaban.
¿Nos conocimos, acaso, o sólo coincidimos muchas veces? ¿Nos dijimos quiénes éramos o sólo hablamos para sortear el silencio que incomoda a dos extraños que se tienen que ver a los ojos? ¿Alguna vez me escuchaste y luego yo a ti, o simplemente escuchamos lo que nos convenía de las palabras del otro? ¿Nos tomamos de la mano haciéndola extensión de la intención y del corazón, o únicamente aprisionamos la libertad ajena? ¿Al saber de nuestras diferencias de pensamientos y formas de sentir, quisimos aceptarnos y comprendernos, o exigimos el cambio del otro, violentando su ser y viviendo el egoísmo?
No, no te recuerdo. Quizá alguna vez compartimos una ilusión, pero si sólo fue eso, entonces nunca tuvimos nada real, nunca hubo un nosotros…

jueves, 9 de septiembre de 2010

Conmigo, sin ti

Conmigo, sin ti
Sergio Pérez Portilla

Ha pasado mucho tiempo, los aguaceros vinieron a visitarnos a la ciudad y luego se fueron, y la luna murió y volvió a nacer tantas veces que me perdí en los arrullos de las cantoras de las sombras. Mucho tiempo ha pasado pero aún no tengo noticias de ti. Sé únicamente lo que el recuerdo me dice, y he ido olvidando lo que nunca pasó, lo que queríamos que pasara. El tiempo hace firmes las decisiones.
Si cuento tu partida, es para volver a sentirte aquí, aunque luego me desangre por las palabras cuando diga que esa fue la última vez que te vi. Eres más lejana a mi vida cada día, y eres más cercana al ayer eterno que al presente sin fin que juntos quisimos trazar. ¡Todavía recuerdo tu nombre!
No hay adiós que borre la historia, que cambie el presente, que se proyecte al futuro. Todo adiós hace resaltar lo bueno y olvidar lo malo da la vida común, aunque sea por un instante, y a eso le llaman duda. No, la duda es otra cosa, la duda no está en el corazón, sino en la cabeza, y no la quita el tiempo sino el conocimiento. Eso que llaman duda es en realidad miedo, miedo al cambio, a la soledad, al fracaso.
Te conozco y no te espero, sé que nunca has de volver, sé que pasará un buen tiempo antes de volverte a ver.

Estarás

Estarás
Sergio Pérez Portilla

Lloverán estrellas, volarán los sueños, rozará el mar tus tobillos y la arena dibujará tus pisadas junto a las mías. Será un escondite tu corazón, pues allí irá mi deseo, y en tu vientre depositaré mis esperanzas revestidas de batallas en las nubes. Te amaré haciéndome viento que te permita elevarte y disfrutar de tu ser. Acariciaré tus hombros con mi aliento y veré cómo me sonríes nerviosa y sincera.
Tu fe hará naufragar mi soberbia, tu perdón derrumbará mi egoísmo, tus ojos brillarán como hojas repletas de rocío, tus manos sanarán mi piel con su caricia. Te pediré que seas la flor que perfume mi vida, la brisa que me avive en las tardes, la ventana que me permita ver el Sol que nace de lo alto.
Estarás junto a mí y escucharás mis desvaríos, y luego tú me contarás historias, historias de campos y de castillos. Estarás junto a mí, y todo será nuevo.

viernes, 30 de julio de 2010

Que vuelva

Que vuelva
Sergio Pérez Portilla

Dios quiera que vuelva el sol de debajo de los mares, de detrás de los cielos, de más allá del atardecer, pues allá ha sido llevado por la capa negra de la soledad, sangrando sobre las aguas y dejando vestigios de su canción.
Dios quiera que regrese el minuto que antecede al mañana, y deje un pasado para el hoy y un ahora para el después, cumpliendo así con la esperanza, haciéndola experiencia concreta de amor, igual de cierta pero más tangible y menos lejana.
¿Y para qué han de volver el sol y el minuto? ¿Para vivir el ayer? No, pues eso sería tener el mismo vivir, sin crecimiento de ninguna forma. No, que vuelvan, pero recién nacidos, renovados y renovantes. Así, con el conocimiento de lo vivido podría atreverme a pedirle al Creador que me permitiera corregir mis errores. No borrarlos, sino aprender de ellos. Corregir es trabajar con el error, hacerlo herramienta de madurez.
Dios quiera que vuelva el sol, a su debido tiempo, y que vuelva el minuto, en su justo lugar.

Leyendas

Leyendas
Sergio Pérez Portilla

Ayer le hablé de tus ojos a las mariposas, y ellas volaron entre las flores, elevándose con gracia y dejando que los rayos del sol las acariciaran. De un lado a otro, de segundo en segundo, de nota en nota, así hicieron música visible.
Fueron poesía las frutas del jardín cuando, muy cerca de ellas, susurré que tu piel es suave como la brisa que nace cerca de la cascada. Fueron poesía que mis manos pudieron tocar.
Por la noche, las estrellas colorearon el cielo con sus mechones, y pude escuchar desde la pequeña piedra en donde sentado estaba, pensando en ti, la grandeza del infinito. ¡Pude ver el infinito!
Y hoy que estás delante de mí, me doy cuenta de que la música que veo a través de tus ojos, que la poesía que tu piel me dicta cuando la recorro, que la grandeza de pensar en lo poco que hemos vivido y lo mucho que tenemos por vivir sólo tienen sentido cuando me dices que me amas, porque ahí se une tu sentir con el mío, mi pensamiento con el tuyo, el ahora con el será, ahí se unen, seguras de sí, nuestras vidas mismas. Es ahí donde el beso deja de ser una trivialidad y se convierte en la manifestación del corazón.

viernes, 9 de julio de 2010

Que te amo

Que te amo
Sergio Pérez Portilla

Sabrás que te amo, no lo dudes. Aunque no esté a tu lado, aunque la noche llegue y los días pasen, sabrás que te amo porque esto no es un sentimiento solamente, es una decisión que he tomado en libertad, buscando tu felicidad y viviendo la mía. Me encanta verte feliz, me fascina tu andar despreocupado y tu mirar distraído por lo que no es importante.
Sabrás que te amo porque, aunque mi voz no la escuches ni mi canto llegue a ti, ni mi perfume llene tu habitación, he decidido amarte y demostrártelo con todo lo que tengo y con todo lo que no. Si tan sólo pudiera regalarte el mañana, ese sería mi testimonio.
Alguien me dijo que estoy enamorado, y yo no pude sino sonreír y decirle que sí, que he conocido a la mujer que me gustaría abrazar por el resto de mis pasos, a la que me gustaría escuchar mientras pueda, ver mientras el Señor me preste luz, con quien podría soñar todos los días y despertar pensando que la veré.
Sabrás que te amo, ten por seguro que lo sabrás.

lunes, 28 de junio de 2010

Estrellas de los pastos

Estrellas de los pastos
Sergio Pérez Portilla

Hoy bailaré contigo a la luz de las luciérnagas, estrellas de los pastos, farolas de los bosques. Tomaré tu mano y tu cintura, y me acercaré a ti con dulzura, y te sonreiré y me sonreirás, y te recostarás entre mi pecho y mi hombro, y nuestros corazones latirán como uno solo, y nuestra música será llevada por el viento en derredor nuestro.
Bailaremos sobre hojas secas, sobre pétalos frescos, sobre sueños cumplidos. Bailaremos con la luna, bajo las estrellas, bajo el cielo inmenso y embriagador. Bailaremos sin hablar, escuchándonos, perteneciéndonos más a cada segundo, sabiendo que el ser mía no te quita libertad, y que el ser tuyo no me limita en absoluto. Bailaremos mientras la lluvia vive y mientras las burbujas siguen, y daremos vueltas y tendremos arrebatos.
Y más tarde, después de bailar, caminaremos de vuelta a casa, sonriendo como tontos, que no es otra cosa que estar enamorados. Caminaremos y te empujaré un poco, y tú me golpearás el brazo, y luego nos abrazaremos y uniremos en un beso, y nos diremos tantos te amo como lo permitan cada uno de nuestros pasos.
Sabes que no sé bailar, pero por ti bailaré contigo esta noche, a la luz de las luciérnagas, al calor de tu aliento, al compás de tu andar.

viernes, 18 de junio de 2010

Cuarto

Nosotros
Sergio Pérez Portilla
Ya no los llamo siervos…

Dulce como el aroma de un jardín en primavera, firme como la roca que el agua ha tardado cientos de años en moldear, agradable como el trinar de los cantores que vuelan y hacen volar, así es la compañía del amigo.
Su mano toma la nuestra y su corazón escucha nuestro latir, su boca derrama bendiciones y sus pies soportan nuestro andar… un amigo.
Sonríe y hace sonreír, calla, observa, toca, recuerda, vive, proyecta, construye, confronta, no duda, enseña, aprende, sorprende, es fiel…
Su nombre es signo del amor y respuesta en el dolor, su nombre está grabado en el instante eterno, en el viento, en el cielo, en la flor. ¡Qué honor que seas mi amigo!

Tercero

Encontrarte
Sergio Pérez Portilla

Si pudiera dejar de pensar en tus labios, seguramente pensaría en tus ojos. Los imaginaría atravesando el cielo como el arco iris, surcando nubes y acariciando en su vuelo a las golondrinas. Los haría sol de un paisaje de montañas, olor de un perfume de princesa, color de una acuarela destinada a pintar el amor, a pintar el amor.
Si robara tus ojos, serían mi tesoro y mi canción, serían el detalle y la prisión, serían libertad y ocupación.
Con ellos navegaría y por ellos te encontraría, resuelta, sentada en el pasto y recargada en un árbol, contemplando como acostumbras la hermosura de la naturaleza, hablando con la creación y adorando al Creador. Te encontraría después de navegar mil noches, pero el momento en el que te encontrara sería el amanecer del primer día.

Segundo

Dentro
Sergio Pérez Portilla

Desperté y al voltear al suelo vi un pequeño charco. Curioso, pensé, y de inmediato volteé al techo. Ahí, casi imperceptible, se formaba una gota. Había llovido, y había una gotera. Curioso, cómo a veces son tan frágiles las paredes que cuando llueve afuera también llueve adentro. Qué curioso, a veces es tan dura mi piel, que a veces lloro por dentro, pero ninguna lágrima se ve por fuera.

Primero

Sin respuesta
Sergio Pérez Portilla

Me gustaría entender tus arrebatos, tus caprichos, tus locuras y tus silencios; me gustaría adentrarme en tu ser e investigar el lugar del que provienen tus sentimientos, la fuente de tus pensamientos y la meta de tus deseos. Si así lo hiciera, podría saber por qué de repente ríes y por qué de la nada callas, y de la nada vuelves a empezar.
Arriesgaría mis manos, las podría poner en cualquier hoguera, si eso me garantizara conocer no tus secretos, sino lo que me escondes, no lo tuyo, sino lo nuestro.
Me pareces tan distante que no me sorprendería que en cualquier momento voltearas, me dijeras adiós, y te fueras para nunca volver.

jueves, 27 de mayo de 2010

Rebeca

Rebeca
Sergio Pérez Portilla

Rebeca vuela y extiende sus blancas alas, y cuando se ha cansado desciende lentamente sobre el parque, cerca de la fuente, y voltea a todas partes y mira a ninguna, y piensa, sólo piensa en nuevamente volar.
Rebeca es como un listón echado al aire, que dibuja suavemente caprichosas figuras según su humor, según su historia, según su hoy.
Rebeca sueña cuando vuela que un día ya no se cansará más, y no tendrá que curar sus alas, esas alas que son como el rizo de la joven que tiene cabellos dorados y ternura de madre, y una sonrisa que envuelve en un segundo todas las flores y hace un ramo de caricias.
Esta es Rebeca, la Rebeca que conozco, la que siempre gusta de andar volando, y de vez en cuando baja al parque, cerca de la fuente, y voltea a todas partes y mira a ninguna, pero sueña con el día que ya no se cansará más.

martes, 11 de mayo de 2010

Dos, uno

Dos, uno
Sergio Pérez Portilla

Beber contigo del agua de los manantiales que la tierra pura nos regala, volar contigo de montaña en montaña, planeando sobre las estepas y planeando sobre los días que nos habrán de llegar. ¿Sabes, mi amor? Tú me haces elegir lo mejor de mí y anhelar dejar a un lado aquello que nos separa, pero lo más bello es que tú también te das completa, no dudas de la sinceridad de mis palabras aunque me has visto caer una y otra vez. Es más, siempre has estado tan cerca de mí que no hay secreto entre tú y yo, aunque no nos conozcamos del todo. Simplemente no ocultamos lo que somos, pero nos vamos descubriendo cada día.
Soñar contigo y soñar de ti, dormir a tu lado y despertar más unidos todavía. Caminar y descansar, hablar y escuchar, callar a la vez, gritar a una voz, cantar melodías en tonos mayores, alegres nostalgias e inquietos atardeceres. ¿Sabes, mi amor? Intento que seas tú, no que seas como yo, y tú haces lo mismo al dejarme ser yo y no pedirme ser como tú. Por eso existe el diálogo, porque somos diferentes y, más que complementarnos, nos perfeccionamos con el encuentro constante.
¿Sabes, mi amor? Te amo.

martes, 4 de mayo de 2010

Paradojas

Paradojas
Sergio Pérez Portilla

Me hubiese gustado ser feliz contigo, verte recostada sobre una manta delgada en la mitad de un jardín, rodeada de orquídeas y alcatraces. Habría volcado sobre ti la ternura del aleteo de las mariposas, y te habría cubierto de nubes blancas, rebosantes de versos.
Me hubiese gustado despertarte con el sol y arrullarte con las estrellas, y habría sido hermoso verte con tu vientre abultado, creciendo cada día junto con nuestras ilusiones de terciopelo.
Si se pudiera elegir, habría elegido tus mismos ojos, tu mismo pelo, tu misma voz y tu misma sonrisa, y sólo habría cambiado el día que nos conocimos: habría elegido haberte conocido en la eternidad. Sí, es seguro, me hubiese gustado no tan sólo vivir contigo y hacerte feliz, y serlo yo por estar contigo y dejarme ser como soy; además me habría gustado morir contigo, morir cada noche hasta el ocaso de nuestras vidas, dos vidas distintas que se amaron tanto hasta hacerse una. Habría vivido y muerto contigo, pero decidiste morir antes y dejarme aquí con todos estos sueños.
Ahora vivo y muero porque estoy solo, ahora muero y vivo porque no estás aquí.

martes, 20 de abril de 2010

De elefantes

El elefante y la puerta
Sergio Pérez Portilla

Se acercó el joven aspirante y le dijo al Prior:
–No puedo olvidar lo que dejé, y para ser sinceros creo que no podré hacerlo. Estoy pensando seriamente en regresar a mi casa, a todo aquello que era mi mundo.
El monje mayor lo vio con la comprensión desbordando por sus ojos, y le pidió que lo siguiera. Anduvieron caminando hasta llegar al corral del monasterio. Ahí se detuvo y le pidió que viera a los animales que ahí estaban.
–¿Ves la puerta del corral?
–Sí, la veo –respondió el joven.
–¿Podrías sacar o meter un elefante por esa puerta?
El aspirante se quedó pensando, y luego dijo:
–No, esa puerta es muy pequeña. Fue hecha para animales pequeños y para los que cuidamos de ellos. Incluso una vaca o un caballo tendría problemas para entrar.
–Así es –siguió el Prior–, no se puede sacar por esa puerta tan pequeña a un elefante. ¿Qué deberías hacer para poder sacarlo?
–Bu
eno, lo primero que se me ocurre es matarlo, y luego quitar sus miembros, y así poco a poco. Pero la piel del elefante es muy gruesa, y sería muy difícil matarlo. Además sería muy sangriento, muy violento. Es que los elefantes son muy grandes.
–Exactamente. El problema es que el elefante es muy grande como para sacarlo, sin contar con la resistencia que opondría para salir. Una vez vino a verme un joven que decía que acababa de terminar una relación con su pareja, pero que él no podía simplemente alejarse de ella, así que le llamaba, la buscaba, y le decía lo mucho que le gustaría que volvieran, y ella siempre le decía que ya había decidido y no tenía la intención de volver. Las rupturas son dolorosas, eso es un hecho, pero no estamos llamados a quedarnos lamentando por las situaciones, sino a aprender de ellas, porque el Señor nos habla incluso en aquello que no podemos entender de inmediato. El problema con el joven no era que hubiera terminado la relación, sino que seguía alimentando la esperanza que, por otra parte, ya era ciertamente vana. Empezó a alimentar un elefante, y lo hizo enorme. Su ex-pareja ya le había dicho que no quería seguir con él, pero él no se animaba a dar el paso adelante, y es normal, porque eso implicaba un cambio, y todos los cambios nos dan miedo, es enfrentarse a lo que no estamos acostumbrados, incluso a veces es enfrentarse a algo que no conocemos. En tu caso la ruptura que debe darse, para que puedas entregarte por completo al servicio del Señor en este lugar, pues tal ha sido tu vocación, requiere que rompas con lo que tú mismo has llamado tu mundo anterior. ¿Por qué? Porque si el Señor te ha llamado de esta manera, Él no quiere que olvides, sino que tus relaciones sean perfeccionadas,
y de hecho sean una ofrenda. Te ha invitado a caminar con Él, por lo cual no puedes decir que estás o estarás solo. Tan sólo te está pidiendo que lo elijas desde este momento por sobre todo y sobre todos. No te pide que hagas violencia en tu vida, pues no te pide que mates al elefante; te pide que no lo alimentes, que dejes de alimentarlo con pensamientos sobre lo que dejaste como si fuera lo mejor, que dejes de alimentarlo al vincularte negativamente en lo emocional con ello, porque no puedes dar el paso hacia adelante. Si te decides a seguirlo verás cómo Él, en su providencia, te hará darle el verdadero valor a tu familia y a todo lo que dejas.
El aspirante tenía la mirada fija en la puerta, y escuchaba atento. De pronto volteó a verlo y le preguntó:
–¿Y cómo sabré el momento en que el elefante es tan flaco, o tan pequeño, que puede salir por la puerta?
El anciano sonrió.
–Cuando puedas ver hacia atrás sin sentir el pecho que te oprime y no te deja respirar, o que tu estómago dé vueltas e incluso el hambre se te vaya. Lo sabrás porque te dará gusto ver lo que dejaste pues así entenderás que le das su justo valor. Tu corazón no te oprimirá, al contrario, latirá con gusto. Y tus pensamientos no te dirán lo que pudo ser, torturándote con fantasías que sólo te causan frustración, sino que pensarás lo que fue y lo que es, disfrutando los momentos vividos y aprovechando los momentos corrientes. Recuerda, no se trata de preguntar ¿por qué?, o ¿por qué a mí?, sino: ¿qué me quiere decir el Señor con esto que estoy viviendo? Él habla, pero debemos disponer nuestra vida para poder escucharlo.
Ahora el joven sonreía, y en sus ojos había un brillo muy especial.
–¿Qué piensas? –inquirió el mayor.
–Es cierto que no lo había visto así, y saberlo ahora me hace sentir mucha alegría. Pero hay algo que me intriga, claro, no es propiamente importante, pero me gustaría saberlo, ¿qué pasó con el joven que había terminado con su pareja?
El Prior no pudo evitar sonreír también.
–Hablamos muchas veces en las siguientes semanas. Le aconsejé que se apoyara en Dios, en primer lugar, y también en sus amigos y en su familia. Además, era necesario decirle que debía amarse él en primer lugar para poder amar a los demás; si no lo hacía no sabría que por una parte podría estar humillándose al buscar una y otra vez a la persona que ya le había dicho que no quería estar con él, incluso la incordiaría, y por otro lado, si no se amaba y respetaba, no podría ser verdaderamente feliz aunque estuviera con ella. Para esto era necesario que, al menos por un tiempo, se alejara de lo que le inquietara, que en este caso era ella y ciertos lugares que compartieron, no porque ella fuera mala, o esos sitios degradantes, sino porque a él no le hacía bien, no era sano ni bueno para que siguiera creciendo y madurando. Por tanto, debía decidir muy bien, sabiendo que sus decisiones construyen su vida, y una mala decisión puede parecer muy buena cuando se toma con la cabeza hirviendo, mas el tiempo hace notar que una decisión así no es lo mejor; de ahí la necesidad de escuchar a Dios. Por último, aunque no menos importante, lo invité a encauzar sus energías, su vida misma, en muchas otras cosas que le gustaba hacer, y de esta manera no se desgastaría anquilosado en un pasado que se le antojaba como presente, que deseaba como futuro. Vino durante un par de meses, y cierto día llegó muy contento. Me dijo que recién había visto a la que fue su novia, y que en lugar de sentir intranquilidad sintió un enorme gusto al verla bien, contenta. Hablaron un poco y se despidieron. Se fue recordando algunos momentos gratos que tuvieron, y ni siquiera podía recordar los momentos negativos, y del día de su ruptura no se acordó en absoluto. Dejó de alimentar su elefante y el elefante había salido por sí solo a buscar comida, pero fuera de él, fuera de su vida.
El aspirante lo veía con gran atención, y cuando hubo terminado lo abrazó.
–Gracias, padre, por estas palabras.
–Demos más bien gracias a Dios por su Palabra. Anda, vamos a orar juntos.

sábado, 10 de abril de 2010

Observaciones

De ciertas observaciones
Sergio Pérez Portilla

Volteé al cielo, y vi una nube pasar. Era pequeña y conforme se movía cambiaba, sin demora, su figura. Sentí un poco de frío, pues el reloj indicaba que recién habíamos pasado las siete de la mañana, pero en este horario de verano las cosas no son iguales. Me quedé observando a mi pequeña nueva amiga, y pensé en cómo en un momento tenía una forma clara y estaba en un lugar, y al siguiente ya había cambiado su presencia y ubicación, ya era diferente. Y si una nube me enseñó eso, ¿qué no podría yo aprender de la vida?
Sí, la vida es un cambio constante, y con ello no digo que nada permanezca, mi querido Heráclito, aunque tampoco comparto contigo que nada fluya, estimado Parménides. No, la vida es algo más complejo y más sencillo. Una persona, por ejemplo, va cambiando, pero siempre se conserva algo en ella: si yo no hiciera más que cambiar, al cabo de un tiempo sería alguien completamente distinto, mas, como una intuición perfecta, entiendo y sé que yo soy yo, que yo no soy otro.
Por el contrario, si siempre fuera el mismo, mis imperfecciones me retendrían y no habría en mí apertura alguna para la perfección, para la trascendencia, para la santidad… Por eso, como una intuición perfecta, entiendo y sé que yo soy yo, pero que gracias a lo que vivo me voy descubriendo más y voy buscando más lo que me santifica.
Todos los días hay cambios, pero generalmente son delicados. Los notamos más cuando son bruscos, cuando en la familia hay algún contratiempo, cuando en la escuela o en el trabajo llega un nuevo profesor o jefe, o cuando renunciamos o nos hacen renunciar; en lo sentimental una ruptura o un paso de madurez hacia adelante; en la vida misma la muerte o un nacimiento.
Hay cambios y siempre habrá. Contra ellos no podemos, con ellos lo podemos todo. Contra ellos es una batalla perdida, el querer estancarse o el intentar engañar al tiempo y al espacio, a la historia que nos envuelve. Pero con ellos lo podemos todo, porque podemos avanzar, aprender, sonreír, compartir, encontrar, luchar, enfrentar, ganar, cantar, triunfar, disfrutar todo, y todo en bien propio. Pero el auténtico sentido de los cambios y su motivación más profunda está en nuestro Señor, pues con la Resurrección de Cristo hemos visto el cambio final al que estamos llamados: el paso que va de la muerte a la vida.

Un préstamo

Recién he leído ese escrito de mi amiga Diana, y le pedí permiso para subirlo. A mí me gustó mucho, estoy seguro que a ustedes también.

Ya es mañana
Diana Lidia Hernández Cobos

Todo el día de hoy te pediré que no me dejes, todo el día de hoy te amaré más que ayer, todo el día el hoy le rogaré a Dios que regreses, todo el día de hoy pensaré que me amas, todo el día de hoy sentiré tus caricias y tus besos de ternura, todo el día de hoy será para ti.
Y si regresas hoy seguiré siendo yo. Mañana sólo será un mañana sin pasado, y sólo un futuro que alcanzar donde ya no miraré atrás, no por orgullo, sino porque quiero ser feliz.
Todo el día de hoy te digo que te amo y que quiero pasar el resto de mi vida contigo, y que deseo oír de tus labios que me amas más que ayer, más que siempre.

martes, 6 de abril de 2010

Resurrección

De Concilio, 4 de abril de 2010.
La resurrección de la esperanza
Sergio Pérez Portilla

El campesino siembra porque tiene la esperanza cierta de que la semilla, misteriosa, humilde, constantemente, crecerá y, al cabo del tiempo justo, dará fruto precioso. Su esperanza no es ya en sí la realidad, pero sí es una realidad, es una certeza que nace de adhesión a una verdad: la semilla tiene dentro de su ser la abundancia.

La muerte de Jesucristo ha sido como sembrar la semilla. Su resurrección ha sido el fruto abundante y precioso de la salvación ofrecida a todos los hombres. Mediaron tres días. Sin ser una interpretación oficial, pensemos que son el símbolo del pasado, del presente y del futuro, es decir, digamos que hablan del tiempo. Así, después del futuro está el no-tiempo, la eternidad. Así, después del tercer día, Jesucristo, elevado ya no en la cruz sino en la gloria, ha entrado en la eternidad, en el no-tiempo y el no-espacio, su cuerpo ha dejado atrás todo límite y toda imperfección propios de la naturaleza humana en cuanto a lo que es y con respecto a lo que está llamada a ser, llegando a ser un cuerpo perfecto en una naturaleza perfecta.

Nosotros, en cambio, seguimos en medio de los tres días, en medio de los días en el sepulcro, que no es el cuerpo, como se pensaba antaño. Ya se superó esa concepción en la que el cuerpo era malo y lo único importante era lo espiritual, no, ya hemos caído en la cuenta de que somos esa unidad hermosa entre cuerpo y alma. El sepulcro es más bien una atadura a todo aquello que nos oprime, social, económica, políticamente y, de vez en cuando, de las erróneas interpretaciones acerca de las creencias religiosas. Seguimos viviendo en una cierta oscuridad que, unas veces más, otras menos, nos hace cuestionar si vale la pena tener esperanza en esta vida y en una vida posterior a la actual. Acostumbrados a vivir al día, pensar en lo demás puede parecer ocioso o, en palabras muy nuestras, ser algo no productivo.

Seguir encerrados entre rocas y rodeados de la oscuridad nos hace sentir tanta fragilidad que llegamos a pensar que sucumbiremos sin más. Pero la roca de la entrada se ha removido, para que todos, al igual que Pedro, Magdalena o el otro discípulo, nos asomemos para salir de una vez por todas. Entrar con ellos en el sepulcro para dejar ahí todo aquello que nos limita y nos ata, justo junto a los lienzos y al sudario, y salir a la luz, salir a la nueva dimensión que la resurrección de Cristo ha hecho posible.

La esperanza también fue encerrada, la esperanza también fue atada, la esperanza necesita también resucitar. Nuestra esperanza necesita resucitar. La resurrección es la esperanza misma de los cristianos, pero a la vez la esperanza necesita creer, necesita sentirse amada, necesita amar. Celebrar la resurrección de Cristo es a la vez adherirse, como el campesino, a una certeza fundada en la verdad: si Él ha resucitado, también nosotros lo haremos si permanecemos junto a Él. Esa es nuestra esperanza, esa es nuestra certeza.

viernes, 26 de marzo de 2010

Mi abril

¿Y si no fuera Abril?
Sergio Pérez Portilla

Nos detuvimos y bajó del auto, ya sin decirme nada. La seguí extrañado. Ella comenzó a caminar y luego a correr, y yo pensé en gritarle, pero sabía que no me escucharía. Se adentró en el pastizal, y yo a cierta distancia de ella, mas ahí fue donde comencé a darme cuenta de qué era lo que hacía. Así era ella, así era Abril.
Sabía que lo haría, y lo hizo: volteó a verme y me regaló la sonrisa más hermosa que puede alguien tener. La emoción me hizo incluso sonrojar, pero ella lo había hecho mil veces antes con mil detalles más, y simplemente la amé. La seguí ya sin preocupación, hasta que llegó a la mitad del campo.
Recordé muchos momentos que habíamos compartido, abrazos, historias, juegos, caras tristes, risas, y tantos más. Pero no recordaba haber visto una escena como esa: ella, mi Abril, parada de frente al sol, abrió los brazos y le habló al lucero del día. Le dijo que era hermoso y le agradeció lo que obsequiaba a todos en este mundo. Y yo permanecí allí, detrás de ella, tratando de aprender su figura, pero también tratando de ver con sus ojos y sentir con su corazón. Me repetí que así era ella, que así era mi Abril.

Sábado por la tarde

Sábado por la tarde
Sergio Pérez Portilla

Así, recostada en mi pecho, sé que puedes escuchar el corazón que, embravecido unas veces, danzante otras, late para ti. Intento contener la respiración para que te sea más nítido el golpeteo, e intento besar tu frente y oler tu pelo.
Tus ojos cerrados podrían engañarme y hacerme creer que estás dormida, pero te conozco y sé que estás viajando en tus ideas, imaginando en un momento jardines coloridos y al siguiente decidiendo qué cenar. Eres el caos que me atrajo dentro de su locura.
Hay en la mesa de centro un par de cartas que nos enviaron nuestros amigos de la secundaria, y esperan ser leídas, pero no veo ni una pequeña probabilidad de que dejemos el sofá para abrir sobres y desdoblar hojas. Preferimos, estoy seguro, seguir descansando así, seguir disfrutando así.

jueves, 18 de marzo de 2010

Irene

Irene
Sergio Pérez Portilla

Cuando Irene habla, todos los corazones laten lentos. Irene es caudal de tranquilidad y sosiego.
Cuando Irene ríe, los oídos prestan atención a la música que impregna y viaja con el aire fresco. Así es Irene.
Me gusta tu porte, Irene, disfruto tanto de tu presencia, que con tu silencio me inquieto y te sigo afanosamente. Ojalá todos disfrutaran de ti como lo hago yo.
Podría buscar mil palabras y no encontrar las adecuadas que usaría Irene para calmar los enardecidos corazones, para suavizar los ásperos momentos.
Irene es virtud, idea concretada, acción pensada, es firmeza gentil. Irene es musa perenne, es el mejor instrumento.
Irene es la paz.

sábado, 13 de marzo de 2010

Amistad

Bien dicho
Sergio Pérez Portilla

¡Cómo te he extrañado! ¡Cómo te he seguido con la mirada y cómo te he tenido en mente, apenas a dos pasos de ti! Siento que me falta tu eternidad y que me sobra mi tiempo, y simplemente me siento incompleto, inacabado, incomprendido, incendiado de anhelos de paz.
Si pudiera, te borraría de la historia y te pintaría en el aire, y correría tras la estela aromática de las frutas hasta encontrarte en las semillas y en las flores, en las nanas y en la escarcha, en la llama de las veladoras que acompañan mi oración. Si pudiera, ja, como si pudiera. Mas aunque pudiera, no querría, me lo reclamaría el día que te conocí, me gritaría mi viajero corazón, me arrastraría mi sangre justo a tu lado, y me haría postrarme de gusto puro.
Amigo mío, nunca has dejado de decir bienes para mí, de bendecirme. Buen amor el que me haces sentir al tocar mi vida, al sanarla, al llevarme con tu voz. Amigo mío, no hay nada más real y más bueno que tu amistad.

jueves, 11 de marzo de 2010

Presencias

Presencias
Sergio Pérez Portilla

Hay sueños que no mueren, que ni el día con los trinares ni el tiempo con su impaciencia pueden borrar. Son aquellos que cuando despiertas te hacen sonreír y te gusta recordar una y otra vez, calculando los detalles, apuntándolos en la imaginación. Son sueños que respiras y que bebes mientras caminas, son sueños que tocas cuando te detienes frente a un gran parque, lleno de árboles y de flores.
Estos sueños viven más cuando has despertado que al momento de soñarlos, porque no son ya un capítulo onírico, sino un intento de realidad. Los saboreas a la distancia, pero quieres acercarte a ellos. No es tu mano la que se estira, es tu vida la que se anima a ir hacia adelante.
Hay ciertos sueños que todos deberíamos soñar.

jueves, 25 de febrero de 2010

Cuaresma

Pasos de Cuaresma
Sergio Pérez Portilla

Hemos comenzado el andar de la Cuaresma. En este camino, lleno de grandes esperanzas, nos asiste el Espíritu santo, y nos conduce al verdadero centro de nuestra fe: Jesucristo Resucitado. Porque la fe no es solamente creer. Sí, tener fe implica creer, pero no es únicamente eso. Tener fe es adherirse a Dios y asentir a las verdades por Él reveladas (cfr. Catecismo de la Iglesia católica # 150), y su Verdad es Jesucristo, el Verbo de Dios que se encarnó, padeció, murió y resucitó.
Estos días que nos disponen a la Semana santa son días llenos de una gracia particular, especiales momentos del amor de Dios. En estos días podemos sensibilizarnos más a nuestra condición humana, que es frágil pero amada, muchas veces desorientada pero li
bre por decisión divina, limitada e imperfecta, pero llamada a la plenitud y a la eternidad. Son días de reconciliación e interiorización, de recogimiento: la reconciliación con el hermano a través de la caridad que se manifiesta en el perdón mutuo, el que se pide humildemente, sabiendo que no se merece, y el que se da generosamente, sabiendo que libera, así como del perdón que Dios nos otorga mediante el Sacramento de la Reconciliación o, como aún se le conoce, confesión. También se trata de la interiorización, o recogimiento, porque dentro de cada uno de nosotros está inscrita nuestra verdad: somos hijos de Dios, creación amada, deseada, buscada, sanada y salvada.
En esta Cuaresma estamos invitados a caminar sobriamente, con actitud humilde y con conocimiento de lo que somos, pero con la esperanza de la victoria, con la alegría de la certeza de la Resurrección, con la esperanza de encontrarnos cara a cara con nuestro Redentor y Salvador.

Cada día


Cada día
Sergio Pérez Portilla

Mi amada es bella y dulce, es flor en el jardín y lluvia en la mañana, es marzo y febrero, y los mejores días de noviembre. Mi amada ama la música y ama al sol, pero más ama al dueño de toda la creación.
Mi amada es como la espuma que nace en el mar, como la sombra que vive bajo los árboles en primavera, como los pastos llenos de rocío.
Es ella, mi amada, una poesía y una cascada de caricias, y el tono de su piel me recuerda al interior de las manzanas. La busco por la mañana, la espero por la noche, le cuento cada uno de mis pasos y pongo mi mano entre las suyas.
Cada día pienso en mi amada, y cada día le amo más.

martes, 16 de febrero de 2010

Para la luna que se fue

Para la luna que se fue
Sergio Pérez Portilla

El reflejo de cada invierno que has vivido se quedó en tus ojos dorados, esos que me hacen inventar historias e imaginar paraísos. En ellos me sumergí una noche y con ellos me perdí en el inmenso mar de la ilusión. Todo se reflejaba en ellos, y nada se comparaba con ellos. Y a mí me gustaba verlos al sol, o tras la brisa, o en la nocturna caminata o en nuestros andares de madrugada.
Pero te has ido y te llevaste tus ojos, mis luces de noviembre a febrero. Te has ido y yo quisiera haberte dado un sinfín de motivos para quedarte junto a mí, y no esas absurdas razones para alejarte de mi lado. Te preguntas si el que yo te vea no será más doloroso para este corazón, pero yo te digo que no es tu presencia lo que me hace mal, es tu ausencia, es la falta de tus ojos mirándome con esperanza y con amor.
Pez de mares de colores, luna de cielo que se me fue con la mañana, que cuando desperté me di cuenta del final de mi sueño. Sólo quiero que sea de noche otra vez, para verte, luna, para dormir contigo, para soñarte tanto, para decirte con mis actos que te amo, para decirte con mis brazos que te extraño. Sólo quiero, luna, que me regales un quizá.

viernes, 5 de febrero de 2010

Reseña

De una revista que se llama "Siete llaves", también del SAX (http://siete7llaves.blogspot.com). Ahí estaremos compartiendo algunas críticas y reseñas. Después quizá subiré dos que ya hemos escrito sobre películas. Gracias a todos.


Un libro sobre Pedro
Sergio Pérez Portilla

Los escritos de Carlo María Martini son un punto de referencia, él mismo lo es. Basados generalmente en retiros y ejercicios que comparte con distintos grupos eclesiales –incluso algunas veces son meras transcripciones–, alcanzan la profundidad necesaria para dejar que su experiencia pueda sentirse, y de esta manera la experiencia de cada uno de los oyentes/lectores también se dé.
En
Las confesiones de Pedro. Meditaciones sobre el camino vocacional del apóstol (Verbo Divino, Estella, 2000, 4ta. ed., 122 pp.) el jesuita, cardenal y también arzobispo, propone una visión diferente sobre textos ya escuchados por la mayoría de los cristianos. Es el autor un reconocido crítico de la Escritura, con los estudios y la capacidad necesarios para serlo.
La obra comienza con una introducción a la oración: su ser y la forma de realizarla. De inmediato presenta al otrora pescador, dejando que sea él mismo quien nos hable, para después escuchar lo que otros tienen que decir sobre él. Es entrar en la psicología del “entrevistado”. Un punto principal es la relación de Pedro con Jesús, su maestro y Señor. ¿Cómo lo veía? ¿Qué buscaba de él? ¿Cómo lo iba comprendiendo, si es que lo hacía? Interesantes confrontaciones surgen en estos momentos. Posteriormente se habla de la vocación del apóstol y de los trances que debe experimentar para depurar su llamado. Esto va llevando a interiorizar más y más en la vida del galileo, para saber si realmente tenía un sentido su andar, o simplemente se estaba dejando llevar por el día a día. Por último, una relación entre Pedro y la Eucaristía, de cuya institución fue testigo directo en la última cena.
Insistimos, la obra completa de Martini es meramente para confrontar la vida, los pensamientos, las decisiones y los proyectos que tienen los interlocutores con la voluntad de Dios, y en este caso se ha ayudado de la figura de san Pedro, columna innegable de la Iglesia.
El libro es de fácil lectura, además de breve, y en él podemos encontrar muchos datos que nos ayuden a meditar sobre nuestra propia vocación, cosa siempre necesaria. Muy recomendado.

viernes, 29 de enero de 2010

Cristina

Cristina
Sergio Pérez Portilla

Hace algún tiempo, cuando estos fragantes naranjos viajaban dentro de una semilla, conocí a una pequeña dama de sonrisa cándida y cabellos largos del color de las sombras. Se llamaba Cristina, y su mirada de ingenuidad podía perderte en segundos. Era hermosa y no rebasaba los 8 años, y yo tenía más de 20 de estar viviendo solo en esta casa que ahora me parece más joven que yo.
Tenía una fama de gruñón bien ganada, y me divertía inventando nuevos gestos para alejar a las personas. La mañana que llegó Cristina a mi puerta, al darme cuenta por la mirilla que se trataba de una niña nueva, usé el mismo ceño fruncido que tantas veces me resultó, y le pregunté con voz ronca y profunda qué se le ofrecía, que estaba muy ocupado. Ella no dijo nada, y salió corriendo. Cerré la puerta y sonreí, mi travesura estaba hecha. Pero más tardé en recorrer el camino de la entrada a mi viejo y gastado sillón, que en escuchar nuevamente leves toquidos. Me levanté más por inercia que por voluntad propia, tanto que ni siquiera la mirilla noté. Abrí y ahí estaba Cristina, viéndome con cierto miedo. Me di cuenta de que llevab
a algo en su mano, y ella percibió mi mirada. Estiró su bracito y me dio lo que cargaba. Era un dulce de miel. Tuve que agacharme, aunque no mucho, para tomarlo, y mientras me lo daba con la derecha, su mano izquierda se señalaba su garganta y luego me señalaba a mí. Entendí sin más, y sin más ella volvió a correr lejos, y la perdí de vista al final de la calle.
Estuve esperando un par de minutos para ver si volvía, pero no lo hizo. Me senté y observé con cuidado el dulce que me había obsequiado, y lo dejé luego sobre la mesa. Me levanté y corrí las cortinas por si otra vez volvía pudiera darme cuenta. Nada. Al otro día, cuando salí a revisar mi buzón, abrí la puerta y en el suelo, con un listón que intentaba ser un moño, había dos dulces más. Antes de tomarlos me pareció escuchar algo y busqué con la mirada, y sólo alcancé a ver las olas oscuras de algo así como un velo que el viento juguetea, pero nada más. Agarré todo, y estuve gran parte del día espiando, mas nada ocurrió. Al otro día me levanté un poco más temprano y mucho más en silencio, esperando el momento en que llegara mi pequeña doctora, pero su visita no llegó. Comprendí entonces por qué había dos dulces el día anterior.

Para el tercer día estaba yo con más ansias de ver a la pequeña de ojos hermosos, tanto que había olvidado ya mis malhumores. Con una oreja pegada a la puerta esperé largo rato, y cuando me pareció escuchar un crujido en las hojas que durante algunas semanas habían inundado mi patio, abrí lo más rápido que pude. Ahí estaba Cristina, con un dulce en su mano y una cara de susto que hasta yo tuve miedo de lo que ella veía. La cogí de su brazo intentando no lastimarla, sólo quería hablar con ella pero si no la detenía saldría corriendo como siempre. Forcejeamos un par de segundos, en los que yo le pregunté cómo se llamaba, pero su angustia le ayudó a encontrar la manera de zafarse de mí. Dejó tirados el dulce y un dibujo, en el que se veía una niña de larga cabellera negra, y un hombre mayor con una sonrisa. El resto del día me pasé lamentando mi actitud, pero con la esperanza de que era sólo un dulce, y debía entonces mi doctora volver al día siguiente. De repente tuve una idea.

Al día siguiente estaba sentado en mi sillón, con un plato de dulces y galletas, y agua de sabor en una jarra, y leche con chocolate en otra. Esperaba que tocara mi amiga, así que cuando en mi puerta se escuchó que llamaban salté con una sonrisa y corrí a abrir. No había nadie. Volteé a un lado y al otro, salí unos metros, pero seguro que a mi edad la velocidad de un pequeño era algo imposible de alcanzar. Regresé y reparé entonces en el suelo de mi puerta. Ya no estaba mi carta donde le decía a la jovencita que me gustaría ser su amigo, invitarla a pasar y tomar un postre, y conocer su nombre. Ni siquiera había dulces. Me quedé pasmado y muy inquieto, y durante todo el día no dejé de pensar en lo ocurrido.
Cerca del anochecer, mientras seguía cavilando, alguien llamó a mi puerta. Pensé en ella, pero a la vez no quise hacerme demasiadas esperanzas. Qué buena decisión, me dije, cuando al abrir me encontré con una pareja joven, de sonrisa amable. Antes de yo preguntarles algo, ella tomó la palabra y, después de verlo a él, empezó a hablarme:
“Buenas noches, señor. Disculpe nuestra intromisión, pero era necesario venir. Hace un par de días nuestra hija salió con unos primos suyos, nosotros estábamos visitándolos, y ellos viven a la vuelta de aquí. Cuando regresaron corriendo y riendo nos dimos cuenta de que habían cometido una travesura, así que les preguntamos por nuestra pequeña. Sólo dijeron, y perdone usted lo que diré, dijeron que la habían llevado con el ogro. En cuanto ella llegó quisimos saber qué había pasado, pero ella fue hacia su maleta y sacó su bolsa de dulces. Tomó uno y salió corriendo, y cuando regresó sonreía como nunca lo había hecho. Nos pareció extraño, pero ella se veía bien, así que no insistimos. Al otro día íbamos a salir, pues era sábado y queríamos dar un paseo que nos tomaría el fin de semana entero, así que ella salió muy temprano, antes de que nos fuéramos, y llevaba dos dulces. Volvió muy rápido, pero seguía muy contenta. Nos dimos cuenta de que era quien más quería volver del paseo, pero el domingo por la noche el viaje la cansó y llegó dormida.
El lunes, antes de que la mayoría de nosotros nos levantáramos, ella salió como las veces anteriores, llevando además de dulces un dibujo en el que trabajó en el campo la tarde anterior, pero en esta ocasión llegó muy agitada y acariciaba su brazo, y subió a su cuarto y no salió.
Hoy por la mañana salió de nueva cuenta, pero regresó emocionada, trayendo consigo una carta e incluso los dulces que había llevado consigo, y de inmediato se puso a escribir y a dibujar. Al preguntarle qué hacía, simplemente nos veía y sonreía, y seguía dibujando. Para entonces ya estábamos despidiéndonos de nuestra familia, pues debíamos volver a nuestra casa. Al ver que nos íbamos intentó convencernos de que nos quedáramos, pero no lo consiguió y nos fuimos. Durante todo el camino de regreso no paró de llorar, y pensábamos que era un capricho, pero nos dimos cuenta de que necesitaba algo. Así que decidimos regresar. Ella nos trajo hasta aquí, pero no ha querido bajar del auto, sólo nos señalaba su puerta.”
Cuando terminó de hablar, mi corazón, que ya llevaba más latidos en estos minutos que en meses completos, saltó todavía más. Volteé cuando ellos se hicieron a un lado, y ahí, en el automóvil que aún tenía las bolsas de viaje, en el asiento trasero, estaba ella. Caminé, pero justo entonces, la que ahora sabía era madre de mi amiga, me dijo:
“Sólo queremos que sepa, bueno, es que ella no habla. No le contestará con palabras de su boca, pero lo hará de alguna manera”
La vi un momento, pero seguí mi camino. Cuando llegué, ella me vio, y me dio una hoja y su bolsa de dulces. Yo sólo atiné a besar su frente, y decirle gracias muchas veces, y ella sonreía para mí, y pude darme cuenta de que sus ojos eran profundos y sinceros, y me perdí un momento en ellos. Sus padres llegaron y me dijeron que debían irse. Lo comprendí, pues además de todo era yo un extraño al que su hija había tomado cierto afecto. Me despedí de ellos también y también les agradecí. Cuando se marcharon, noté en mi mano los dulces y la hoja que había recibido. En ella había un dibujo y unas palabras. Era la misma niña de pelo de cascada, y era el mismo anciano con una sonrisa, y bajo ellos decía “Abuelo y Cristina”.
La guardé, y todavía la conservo, y algunos días, cuando el viejo gruñón quiere salir de nuevo, le digo:
“Disculpe usted, pero no hay espacio para los dos, aquí sólo puede estar el abuelo de Cristina, y él es un hombre al que, si algún día vuelve su Cristina a verlo, debe encontrarlo con una sonrisa, pues ella supo regalársela cuando parecía que nunca, nunca más se podría.”


jueves, 28 de enero de 2010

Caminatas


Caminatas
Sergio Pérez Portilla

Con el paso del viento las hojas se levantan por segundos, y envuelven tu andar de lento paso y firme constancia. Tu vestido juega alegre entre tus piernas y amenaza con transformarse en alas que te lleven al cielo, entre todo tipo de nubes, y perderte en la distancia, y dejarme aquí viendo cómo te diluyes en el azul infinito.
Por eso tomo tu mano con la mía y te atraigo hacia mí, te enredo en mis brazos y veo a donde tú ves, y tú, sin voltear a verme me sonríes y sabes que estoy cerrando mis ojos y acercando mi boca a tu cuello, y te inclinas al lado contrario para que pueda encontrar el camino sin perderme. Sujeto a tu pelo de olas sin espuma, de olor a frutas, un listón verde resguarda la libertad para una mejor ocasión.
Ya no caminas ni lo hago yo, esperamos con los ojos cerrados pensando en que no faltan palabras ni sobran recuerdos, en que por extrañas coincidencias o por pensadas circunstancias estamos juntos, en que la noche no es tan oscura para no vernos, ni el día tan pleno como para no poder arriesgarnos a seguir andando después de estos momentos en que, abrazados, cerramos los ojos y dejamos de caminar.

sábado, 16 de enero de 2010

Fuimos

Fuimos
Sergio Pérez Portilla

El eco de un te amo y la huella de un beso jamás serán capaces de llenar la oquedad que ha dejado tu partida. Te tengo aquí, atrapada en mi silencio y deseada en mi garganta. Te puedo ver andando frente a mí, puedo oler tu esencia de jazmines, puedo casi tocarte, pero al inclinarme te escabulles entre brumas, y dejas sólo aire viciado en tu lugar.
Te tengo aquí, acorralada en estas letras, intentando convencerte de que es inútil que te vayas, pretendiendo disuadirte de que es mejor quedarse que partir, y todo porque te entiendo aquí, sólo aquí.
Cuento historias y canto anhelos, y tú no estás para escucharme, para obsequiarme tu mirada cuando lo hago, para callarme con tus manos en mi espalda, para limpiar mis heridas con tu voz.
Tu último te amo, tu último beso, ambos son reflejo de tu único adiós.

viernes, 8 de enero de 2010

El primero


De todo
Sergio Pérez Portilla

Más allá de los recuerdos, de los primeros pasos, de la primera sonrisa y del primer beso. Un poco hacia el horizonte de los sueños, de los sueños de verdad, los que han nacido por primera y única vez, los que pugnan por nunca pasar y los que pasan por nunca cumplirse. Hacia atrás, todavía más atrás del despertar de las estrellas, luceros que pueblan el oscuro mar etéreo. Allí donde el silencio escuchó, donde la nada dejó de serlo, donde se dio el primer segundo; allí, donde el allí comenzó. Antes de cualquier antes.
Allende todo estás tú con tu existencia, con tu vida que se nos comunica y con tu luz que nos restaura. Allende todo estás tú, con tu existencia.