martes, 20 de abril de 2010

De elefantes

El elefante y la puerta
Sergio Pérez Portilla

Se acercó el joven aspirante y le dijo al Prior:
–No puedo olvidar lo que dejé, y para ser sinceros creo que no podré hacerlo. Estoy pensando seriamente en regresar a mi casa, a todo aquello que era mi mundo.
El monje mayor lo vio con la comprensión desbordando por sus ojos, y le pidió que lo siguiera. Anduvieron caminando hasta llegar al corral del monasterio. Ahí se detuvo y le pidió que viera a los animales que ahí estaban.
–¿Ves la puerta del corral?
–Sí, la veo –respondió el joven.
–¿Podrías sacar o meter un elefante por esa puerta?
El aspirante se quedó pensando, y luego dijo:
–No, esa puerta es muy pequeña. Fue hecha para animales pequeños y para los que cuidamos de ellos. Incluso una vaca o un caballo tendría problemas para entrar.
–Así es –siguió el Prior–, no se puede sacar por esa puerta tan pequeña a un elefante. ¿Qué deberías hacer para poder sacarlo?
–Bu
eno, lo primero que se me ocurre es matarlo, y luego quitar sus miembros, y así poco a poco. Pero la piel del elefante es muy gruesa, y sería muy difícil matarlo. Además sería muy sangriento, muy violento. Es que los elefantes son muy grandes.
–Exactamente. El problema es que el elefante es muy grande como para sacarlo, sin contar con la resistencia que opondría para salir. Una vez vino a verme un joven que decía que acababa de terminar una relación con su pareja, pero que él no podía simplemente alejarse de ella, así que le llamaba, la buscaba, y le decía lo mucho que le gustaría que volvieran, y ella siempre le decía que ya había decidido y no tenía la intención de volver. Las rupturas son dolorosas, eso es un hecho, pero no estamos llamados a quedarnos lamentando por las situaciones, sino a aprender de ellas, porque el Señor nos habla incluso en aquello que no podemos entender de inmediato. El problema con el joven no era que hubiera terminado la relación, sino que seguía alimentando la esperanza que, por otra parte, ya era ciertamente vana. Empezó a alimentar un elefante, y lo hizo enorme. Su ex-pareja ya le había dicho que no quería seguir con él, pero él no se animaba a dar el paso adelante, y es normal, porque eso implicaba un cambio, y todos los cambios nos dan miedo, es enfrentarse a lo que no estamos acostumbrados, incluso a veces es enfrentarse a algo que no conocemos. En tu caso la ruptura que debe darse, para que puedas entregarte por completo al servicio del Señor en este lugar, pues tal ha sido tu vocación, requiere que rompas con lo que tú mismo has llamado tu mundo anterior. ¿Por qué? Porque si el Señor te ha llamado de esta manera, Él no quiere que olvides, sino que tus relaciones sean perfeccionadas,
y de hecho sean una ofrenda. Te ha invitado a caminar con Él, por lo cual no puedes decir que estás o estarás solo. Tan sólo te está pidiendo que lo elijas desde este momento por sobre todo y sobre todos. No te pide que hagas violencia en tu vida, pues no te pide que mates al elefante; te pide que no lo alimentes, que dejes de alimentarlo con pensamientos sobre lo que dejaste como si fuera lo mejor, que dejes de alimentarlo al vincularte negativamente en lo emocional con ello, porque no puedes dar el paso hacia adelante. Si te decides a seguirlo verás cómo Él, en su providencia, te hará darle el verdadero valor a tu familia y a todo lo que dejas.
El aspirante tenía la mirada fija en la puerta, y escuchaba atento. De pronto volteó a verlo y le preguntó:
–¿Y cómo sabré el momento en que el elefante es tan flaco, o tan pequeño, que puede salir por la puerta?
El anciano sonrió.
–Cuando puedas ver hacia atrás sin sentir el pecho que te oprime y no te deja respirar, o que tu estómago dé vueltas e incluso el hambre se te vaya. Lo sabrás porque te dará gusto ver lo que dejaste pues así entenderás que le das su justo valor. Tu corazón no te oprimirá, al contrario, latirá con gusto. Y tus pensamientos no te dirán lo que pudo ser, torturándote con fantasías que sólo te causan frustración, sino que pensarás lo que fue y lo que es, disfrutando los momentos vividos y aprovechando los momentos corrientes. Recuerda, no se trata de preguntar ¿por qué?, o ¿por qué a mí?, sino: ¿qué me quiere decir el Señor con esto que estoy viviendo? Él habla, pero debemos disponer nuestra vida para poder escucharlo.
Ahora el joven sonreía, y en sus ojos había un brillo muy especial.
–¿Qué piensas? –inquirió el mayor.
–Es cierto que no lo había visto así, y saberlo ahora me hace sentir mucha alegría. Pero hay algo que me intriga, claro, no es propiamente importante, pero me gustaría saberlo, ¿qué pasó con el joven que había terminado con su pareja?
El Prior no pudo evitar sonreír también.
–Hablamos muchas veces en las siguientes semanas. Le aconsejé que se apoyara en Dios, en primer lugar, y también en sus amigos y en su familia. Además, era necesario decirle que debía amarse él en primer lugar para poder amar a los demás; si no lo hacía no sabría que por una parte podría estar humillándose al buscar una y otra vez a la persona que ya le había dicho que no quería estar con él, incluso la incordiaría, y por otro lado, si no se amaba y respetaba, no podría ser verdaderamente feliz aunque estuviera con ella. Para esto era necesario que, al menos por un tiempo, se alejara de lo que le inquietara, que en este caso era ella y ciertos lugares que compartieron, no porque ella fuera mala, o esos sitios degradantes, sino porque a él no le hacía bien, no era sano ni bueno para que siguiera creciendo y madurando. Por tanto, debía decidir muy bien, sabiendo que sus decisiones construyen su vida, y una mala decisión puede parecer muy buena cuando se toma con la cabeza hirviendo, mas el tiempo hace notar que una decisión así no es lo mejor; de ahí la necesidad de escuchar a Dios. Por último, aunque no menos importante, lo invité a encauzar sus energías, su vida misma, en muchas otras cosas que le gustaba hacer, y de esta manera no se desgastaría anquilosado en un pasado que se le antojaba como presente, que deseaba como futuro. Vino durante un par de meses, y cierto día llegó muy contento. Me dijo que recién había visto a la que fue su novia, y que en lugar de sentir intranquilidad sintió un enorme gusto al verla bien, contenta. Hablaron un poco y se despidieron. Se fue recordando algunos momentos gratos que tuvieron, y ni siquiera podía recordar los momentos negativos, y del día de su ruptura no se acordó en absoluto. Dejó de alimentar su elefante y el elefante había salido por sí solo a buscar comida, pero fuera de él, fuera de su vida.
El aspirante lo veía con gran atención, y cuando hubo terminado lo abrazó.
–Gracias, padre, por estas palabras.
–Demos más bien gracias a Dios por su Palabra. Anda, vamos a orar juntos.

sábado, 10 de abril de 2010

Observaciones

De ciertas observaciones
Sergio Pérez Portilla

Volteé al cielo, y vi una nube pasar. Era pequeña y conforme se movía cambiaba, sin demora, su figura. Sentí un poco de frío, pues el reloj indicaba que recién habíamos pasado las siete de la mañana, pero en este horario de verano las cosas no son iguales. Me quedé observando a mi pequeña nueva amiga, y pensé en cómo en un momento tenía una forma clara y estaba en un lugar, y al siguiente ya había cambiado su presencia y ubicación, ya era diferente. Y si una nube me enseñó eso, ¿qué no podría yo aprender de la vida?
Sí, la vida es un cambio constante, y con ello no digo que nada permanezca, mi querido Heráclito, aunque tampoco comparto contigo que nada fluya, estimado Parménides. No, la vida es algo más complejo y más sencillo. Una persona, por ejemplo, va cambiando, pero siempre se conserva algo en ella: si yo no hiciera más que cambiar, al cabo de un tiempo sería alguien completamente distinto, mas, como una intuición perfecta, entiendo y sé que yo soy yo, que yo no soy otro.
Por el contrario, si siempre fuera el mismo, mis imperfecciones me retendrían y no habría en mí apertura alguna para la perfección, para la trascendencia, para la santidad… Por eso, como una intuición perfecta, entiendo y sé que yo soy yo, pero que gracias a lo que vivo me voy descubriendo más y voy buscando más lo que me santifica.
Todos los días hay cambios, pero generalmente son delicados. Los notamos más cuando son bruscos, cuando en la familia hay algún contratiempo, cuando en la escuela o en el trabajo llega un nuevo profesor o jefe, o cuando renunciamos o nos hacen renunciar; en lo sentimental una ruptura o un paso de madurez hacia adelante; en la vida misma la muerte o un nacimiento.
Hay cambios y siempre habrá. Contra ellos no podemos, con ellos lo podemos todo. Contra ellos es una batalla perdida, el querer estancarse o el intentar engañar al tiempo y al espacio, a la historia que nos envuelve. Pero con ellos lo podemos todo, porque podemos avanzar, aprender, sonreír, compartir, encontrar, luchar, enfrentar, ganar, cantar, triunfar, disfrutar todo, y todo en bien propio. Pero el auténtico sentido de los cambios y su motivación más profunda está en nuestro Señor, pues con la Resurrección de Cristo hemos visto el cambio final al que estamos llamados: el paso que va de la muerte a la vida.

Un préstamo

Recién he leído ese escrito de mi amiga Diana, y le pedí permiso para subirlo. A mí me gustó mucho, estoy seguro que a ustedes también.

Ya es mañana
Diana Lidia Hernández Cobos

Todo el día de hoy te pediré que no me dejes, todo el día de hoy te amaré más que ayer, todo el día el hoy le rogaré a Dios que regreses, todo el día de hoy pensaré que me amas, todo el día de hoy sentiré tus caricias y tus besos de ternura, todo el día de hoy será para ti.
Y si regresas hoy seguiré siendo yo. Mañana sólo será un mañana sin pasado, y sólo un futuro que alcanzar donde ya no miraré atrás, no por orgullo, sino porque quiero ser feliz.
Todo el día de hoy te digo que te amo y que quiero pasar el resto de mi vida contigo, y que deseo oír de tus labios que me amas más que ayer, más que siempre.

martes, 6 de abril de 2010

Resurrección

De Concilio, 4 de abril de 2010.
La resurrección de la esperanza
Sergio Pérez Portilla

El campesino siembra porque tiene la esperanza cierta de que la semilla, misteriosa, humilde, constantemente, crecerá y, al cabo del tiempo justo, dará fruto precioso. Su esperanza no es ya en sí la realidad, pero sí es una realidad, es una certeza que nace de adhesión a una verdad: la semilla tiene dentro de su ser la abundancia.

La muerte de Jesucristo ha sido como sembrar la semilla. Su resurrección ha sido el fruto abundante y precioso de la salvación ofrecida a todos los hombres. Mediaron tres días. Sin ser una interpretación oficial, pensemos que son el símbolo del pasado, del presente y del futuro, es decir, digamos que hablan del tiempo. Así, después del futuro está el no-tiempo, la eternidad. Así, después del tercer día, Jesucristo, elevado ya no en la cruz sino en la gloria, ha entrado en la eternidad, en el no-tiempo y el no-espacio, su cuerpo ha dejado atrás todo límite y toda imperfección propios de la naturaleza humana en cuanto a lo que es y con respecto a lo que está llamada a ser, llegando a ser un cuerpo perfecto en una naturaleza perfecta.

Nosotros, en cambio, seguimos en medio de los tres días, en medio de los días en el sepulcro, que no es el cuerpo, como se pensaba antaño. Ya se superó esa concepción en la que el cuerpo era malo y lo único importante era lo espiritual, no, ya hemos caído en la cuenta de que somos esa unidad hermosa entre cuerpo y alma. El sepulcro es más bien una atadura a todo aquello que nos oprime, social, económica, políticamente y, de vez en cuando, de las erróneas interpretaciones acerca de las creencias religiosas. Seguimos viviendo en una cierta oscuridad que, unas veces más, otras menos, nos hace cuestionar si vale la pena tener esperanza en esta vida y en una vida posterior a la actual. Acostumbrados a vivir al día, pensar en lo demás puede parecer ocioso o, en palabras muy nuestras, ser algo no productivo.

Seguir encerrados entre rocas y rodeados de la oscuridad nos hace sentir tanta fragilidad que llegamos a pensar que sucumbiremos sin más. Pero la roca de la entrada se ha removido, para que todos, al igual que Pedro, Magdalena o el otro discípulo, nos asomemos para salir de una vez por todas. Entrar con ellos en el sepulcro para dejar ahí todo aquello que nos limita y nos ata, justo junto a los lienzos y al sudario, y salir a la luz, salir a la nueva dimensión que la resurrección de Cristo ha hecho posible.

La esperanza también fue encerrada, la esperanza también fue atada, la esperanza necesita también resucitar. Nuestra esperanza necesita resucitar. La resurrección es la esperanza misma de los cristianos, pero a la vez la esperanza necesita creer, necesita sentirse amada, necesita amar. Celebrar la resurrección de Cristo es a la vez adherirse, como el campesino, a una certeza fundada en la verdad: si Él ha resucitado, también nosotros lo haremos si permanecemos junto a Él. Esa es nuestra esperanza, esa es nuestra certeza.