martes, 26 de febrero de 2008

Seremos

Creerás
Sergio Pérez Portilla

Será por la mañana, cuando la aurora nazca. El deseo será nostalgia y la nostalgia vendrá acurrucada en el viento, y la hoja tocará el suelo antes de saber que se ha desprendido de la rama.
Será hoy, siempre será hoy. Ahora mismo noto que nunca es ayer, nunca mañana, siempre es ahora. La gélida ansiedad se verá sometida por la suave realidad del fuego que no consume, por el cenit, por la fuente.
Será como cuando fuimos, pero no como somos. Así será. Me reconocerás y te reconoceré, por si es que te olvidé, por si es que estuviste conmigo hasta el último momento. Me reconocerás y me preguntarás cualquier cosa, menos dónde, menos cuándo. No habrá esas coordenadas, no habrá sitios, espacios, horas, instantes.
¡Qué extraño, justo así me siento cuando estoy contigo aquí!

...

La terminal
Sergio Pérez Portilla

La hora que marcaba el boleto se acercaba, y los nervios hicieron que las manos le sudaran. Gente entraba y salía por los andenes; las televisiones eran vistas por los adormilados y los más despiertos volteaban y hablaban y volvían a voltear. Apenas salía el sol, y el reloj de dígitos rojos marcaba las 6:45. Ella esperaba junto a un pasillo desde el que se veía a la calle, y desde él vio a un joven que bajaba de un taxi y volteaba hacia adelante, donde se detenía un segundo carro de alquiler y bajaba una joven, delgada y alta. Ambos sonreían y se saludaron con un beso corto. Volteó a la fila de las taquillas y vio a una señora que, supuso por la distancia, preguntaba por un destino que no estaba en los letreros de avisos; en otra, un anciano guardaba una credencial y unas monedas; una tercera estaba fuera de servicio, y en otra los jóvenes recién llegados adquirían sus boletos.
Faltaban diez minutos para las siete, y escuchó el aviso de su autobús. Tomó su maleta, de esas que tienen unas pequeñas ruedas y que sirven para el interior de la terminal porque tienen amplias superficies, pero son un verdadero estorbo para caminar, y se dirigió al acceso que llevaba a los andenes.
Ella se fue, pero quedaron cientos más viendo, escuchando, volteando, y esperando por su autobús.

jueves, 21 de febrero de 2008

Escrito

El jardín
Sergio Pérez Portilla

Las hojas caían a nuestro alrededor volviendo al suelo una alfombra natural, crujiente, ocre. El viento se encargaba de darles volteretas en el camino y, a veces, llevarlas más allá, a donde nadie lo hubiera imaginado. Esa mañana el cielo se vistió únicamente de azul, y se adornó con el majestuoso sol y se perfumó con la brisa que nacía de las entrañas de los pinos y de las palmas, y de esa haya magnífica, y de cada uno de los arbustos y sobre todo, claro, de las flores: dalias, floripondios, lantanas y orquídeas, entre mil más.
Habíamos visto el estanque con los minúsculos peces y las minúsculas hojas que poblaban entrañas y superficie, respectivamente, y ahora estábamos sentados. Acabábamos de leer al teólogo de lentes y de barba y reflexionábamos con seriedad. Una hoja cayó en el libro y tú dijiste que ya la esperabas y sonreíste, aunque no tanto como cuando abrazamos al viejo árbol que nos regalaba sus sueños y sus cabellos.
Por último, corrimos como niños, como locos, alegres y despreocupados. Estoy seguro de que fue un gran día, y sólo he tocado a tu puerta para pedirte que vayamos juntos, de nuevo, al jardín que nos recibió y nos contó parte de su vida, de sus anhelos, de su intimidad y de sus visitantes. ¿Vamos?

domingo, 17 de febrero de 2008

Historia

Sonrisas
Sergio Pérez Portilla

Hoy los vi, iban tomados de la mano y sonriendo, como un par de enamorados. Guiaban, o mejor dicho, eran guiados, por un pequeño perro blanco y negro, como los televisores de mi infancia, como ceniza entre nubes.
La noche recién comenzaba y no había indicios de lluvia, y el bochorno que se sentía alegraba la calle y las casas, además de los árboles que eran movidos por un aire del sur.
Los conocí el año anterior, los conocí como no da gusto conocer a nadie: tu partida me los presentó. Esa mañana me enteré que habías decidido emprender un camino diferente, aunque quizá sólo apuraste el que de todos modos debías andar, pero ni te culpo ni te olvido, aunque me pesó no haber hecho más, no haberte conocido más, escuchado más. Fui a tu casa acompañado y acompañando, y después de esperar tras tocar el timbre, lo vi a él. Luego, al preguntarle por ti, su cara no sonrió y pidió un momento. Ella abrió la puerta, y tampoco sonreía.
Palabras faltaron y sobraron, la hora fue inconveniente, pero más lo hubiera sido un poco más o un minuto después. Más tarde, salir, salir de ahí acongojado, reflexionando, buscando preguntas para las respuestas que ya estaban con nosotros.
Habíamos prometido volver, y así lo hicimos, un par de ocasiones los volví a ver, con la misma mirada esquiva, a ratos sobre tu fotografía, a ratos sobre el piso…
Luego ya no volvimos, aunque un par de veces me parece que lo vi a él, y quizá una vez a ella.
Pero hoy, hoy los volví a ver, a lo lejos, sí, pero juntos, como de seguro los quisiste ver siempre. ¡Y sonreían! Hasta yo sonreí al verlos, y sonreí al ver cómo ese pequeño perro les insistía ir por un camino no marcado. Hoy vi a tus padres y pensé en ti. Imaginé que ibas con ellos sonriendo, bromeando. Volví a pensar en ti, te recordé, y sonreí contigo.

Este pequeño escrito está dedicado a Yurietel, a quien tuve la oportunidad de conocer a través de un grupo de Iglesia. El año anterior se adelantó a todos nosotros. Era muy joven, casi una niña, y así la recuerdo.

Artículo

Este escrito fue publicado, como otros anteriores, en la página Concilio del SAX en el Diario de Xalapa (ver link en el costado). La fecha de salida es la de hoy.

¿Cuál es el camino?
Sergio Pérez Portilla

Es innegable que existen ciertos actos humanos que no gozan de plena aceptación, aun cuando podamos establecer puntos que aminoren la carga de responsabilidad que en sí tienen dichos actos. Es decir, no podemos negar que hay actos buenos y malos, por lo que se hace necesario, y a todos atañe, el reflexionar sobre el bien y el mal, y actuar en consecuencia de dicha especulación.
Hablar de bien y mal a muchos parecerá infructuoso, sobre todo porque el mundo actual es lo suficientemente relativista como para aceptar que existe una regla de oro que haga concordar las acciones de todos los hombres; pero cuando observamos con detenimiento los resultados de las decisiones individuales o políticas y sus efectos –los inconvenientes, por supuesto– en el mismo individuo y en la sociedad, se ve esa necesidad que arriba planteábamos: debemos preguntarnos qué es el bien y qué el mal.
El bien es siempre aquello que realiza al hombre, que lo hace ser precisamente humano, y el mal es lo que actúa de forma contraria. Parece que este acercamiento bien puede proponernos un guión.
En la antigüedad el bien era concebido como lo artístico y, por extensión, con el artista, sea cual fuere su profesión, porque se creía que la técnica era lo que realizaba a los hombres: de aquí el famoso virtuosismo, el decir que cierta persona ha nacido para ser músico, o pintor o jardinero o zapatero y para nada más. Y seguimos en la misma línea primera, pues se trata de que el hombre haga lo que le corresponde hacer. Mas no sólo es lo que le corresponde hacer, sino también lo que le corresponde ser. Por esto se pensó en otro tipo de bien. Ya no era la realización del hombre crear de acuerdo con un genio propio, sino haber sido creado, y por tanto actuar desde aquí, de acuerdo con un modelo, con una idea, y mientras el hombre respetara esta naturaleza, actuara conforme a la idea que su creador había tenido, entonces actuaba bien. Aquí encontramos a Platón y a san Agustín, por ejemplo.
El bien resultó estar en un nivel práctico, primero, y luego en uno ontológico. Pero éstos no agotan al bien, pues incluso hemos dicho antes que nos referimos a los actos humanos, y éstos se encuentran en el plano ético, y este plano se encuentra en el ámbito antropológico. No queremos ser relativistas como el mundo en el que vivimos, pues no vamos a decir como Protágoras que el hombre es la medida de todas las cosas tal como hoy se quiere entender, pero sí que en él se encuentra su misma realización.
La contraparte del bien, el mal, se ve también reflejada en los dominios mencionados, pues hay males físicos, naturales, lógicos, ontológicos y morales. Algunas veces estos males son llamados sencillamente errores. El mal que nos concierne en estos momentos es el moral. Cuando hablamos de actos moralmente malos, éticamente malos, entendemos inmoralidad y por tanto desviamos nuestra mirada a la religión, como diciendo que son sermones de viejitos, pero debemos recordar que la religión tiene su sustento en el hombre mismo y en su sociedad. Es decir, la religión, sea cual sea, responde a los anhelos que todo hombre contiene en su interior.
Ahora bien, el mal será lo que no deja al hombre realizarse en ninguna de sus dimensiones: biológica, psicológica, social y espiritual. Si algo daña la corporeidad del hombre, eso es un mal. El cuerpo es más que un constitutivo del hombre, es el hombre mismo, pues el cuerpo sin alma no es hombre, ni el alma sin cuerpo lo es. Por eso el hombre es unidad alma-cuerpo, más que unión de alma y cuerpo. Si algo daña la psicología humana, las facultades del alma, también es un mal. Si existe un acto que no tan sólo debilite sino que imposibilite o rompa el lazo natural de relación humana, ese acto bien puede ser juzgado como malo. Por último, si podemos encontrar un tipo de acciones y decisiones que hagan al hombre enterrarse en su aquí y ahora, y hacerlo olvidarse de que en él existe la imperiosa necesidad de trascender y trascenderse, también debemos ser cautos y críticos, discerniendo qué hacer y qué no. Todos estos males deben ser vistos con objetividad, ni con extremismos ni con laxismos.
A todos atañe, pues, reflexionar acerca del bien y del mal, porque son dos caminos diferentes, el primero lleva a la realización del hombre, y el segundo a su frustración.

martes, 12 de febrero de 2008

Escribo...

Si me esperas
Sergio Pérez Portilla

No tengo una botella donde meter mi carta, la carta en la que te pido que vengas a rescatarme, en la que suplico que voltees hacia este lado de la ciudad. No tengo una botella, ni siquiera el corcho que la cierra, ni siquiera el vino que podría tomarse de ella, ni siquiera la ola que la llevaría de un lado a otro en el suave vaivén de espumas y piedras. Pero sigo escribiendo, y lo hago unas veces por necedad, otras por capricho, unas más por necesidad y otras porque el olvido, el mismo olvido de siempre, soslaya las dudas del acaso me leerá.
La playa está desierta porque no estás, porque faltas, no porque no haya nadie más; la arena guarda la mitad de tus huellas, y el viento levanta a lo lejos papalotes y aves por igual, mientras el horizonte devora al sol y lo hace sangrar.
Hoy regreso y no quiero volver sin echar mi carta al mar, ¡pero no tengo la botella! ¿Qué haré entonces?, ¿cómo arrojarla sin el miedo de verla corromperse?, ¿cómo aventarla desnuda y sin futuro? Tiemblo. Es tuya, es por ti y para ti. Hoy regreso.
Guardaré en mi bolsillo la carta en la que te pido que vengas a rescatarme, la guardaré hasta encontrar la botella, el corcho, el vino y la ola…

lunes, 11 de febrero de 2008

¡SALUDO!

Hola, les mando un saludo enorme. Esta entrada es sólo para comentarles que he decidido cambiar la imagen del blog. Espero que sea del agrado de todos, pueden comentarlo en este espacio, y pues, ¡a seguir compartiendo!
¡Muchas gracias!
Atte. Sergio Pérez Portilla

domingo, 10 de febrero de 2008

Otro vespertino

4 minutos
Sergio Pérez Portilla

Mis párpados se han vuelto una lucha perdida, rendidos caen y no se vuelven a levantar. Mis pensamientos siguen por unos momentos más, y en ellos vislumbro la cordillera que nunca he visitado, el aire que nunca he respirado y el agua que siempre he visto retornar al cielo después de bañar la tierra. Vago por segundos eternos, ambulante palabra contenida en mí, expresada, escuchada y vuelta a contener en otro, peregrina nostalgia que debe desaparecer.
Cada bifurcación me obliga a decidir después de obligarme a parar. Unas veces la derecha, conservadora y seria; otras la izquierda, aventurera y diferente, pero no me detengo, sigo avanzando y al voltear atrás sólo hay neblina. Adelante un precipicio, ¿podré saltarlo? ¡Claro que sí! No hago nada más que desearlo y estoy del otro lado. Ahora ya no estoy solo, pues escucho música, risas y…
Volteo mi cabeza, extrañado, y miro el reloj de la pared. Tan sólo han pasado…

lunes, 4 de febrero de 2008

Nada

Pues volvemos a traer el podcast con otro canto. Se llama "Nada". Son cuatro los cantos que hemos compartido, aunque en la lista pareciera que sólo son 3, sólo hay que bajarla. Agradecería mucho sus comentarios en todo el blog y especialmente en este apartado.





Artículo

Este artículo fue publicado en la página Concilio, del SAX, en el Diario de Xalapa, el domingo 3 de febrero.

Candelas y cenizas
Sergio Pérez Portilla

El hombre es un ser que por su misma constitución se relaciona: con sus congéneres, con el mundo que habita y con Dios. Con cada uno de ellos actúa de manera propia, pero con todos dialoga: tiene un diálogo fraterno con los que son como él; un diálogo señorial con el mundo en el que vive y al que debe cuidado, y un diálogo filial con el que le ha dado vida. Este último diálogo lo hace desde la certeza de la fe, certeza que a su vez lo hace celebrar. Esta celebración es la liturgia.
Dentro de la liturgia cristiana vemos que se ha celebrado ya la fiesta de la Presentación del Señor –2 de febrero–, llamada tradicionalmente también fiesta de la Candelaria, y también notamos que se está a poco de comenzar el tiempo cuaresmal. Éste da inicio con el Miércoles de ceniza. La presentación del Señor, en cuanto fiesta de las candelas –o luces, velas–, recuerda e invita a vivir el momento en el que Jesús de Nazaret, a los 40 días de nacido, fue llevado al Templo, y ahí un anciano de nombre Simeón habló de él llamándolo “luz que ilumina a los pueblos” (Lc 29-32). El totalmente Otro engendró en la eternidad, como expresión de su pensamiento, su Verbo, y ese Verbo se encarnó, renovando, descubriendo e incluso rehaciendo el diálogo filial. Por eso ilumina a todos los pueblos, a todos los hombres, pues todo logos ilumina a quien lo escucha, y este logos encarnado no ha sido la excepción. Por extensión, el hombre responde con su logos propio al hombre mismo y a su mundo, haciéndose a la vez luz entre los hombres y luz para el mundo. Tal es el camino y la misión de todos los que han escuchado el logos divino: transmitirlo y ser luces junto con la Luz.
En nuestros pueblos la fiesta de la presentación adquiere los matices de la que lo ha presentado, por eso se celebra a la Virgen de la Candelaria. En Tlacotalpan, por ejemplo, están de verdadera fiesta, una gran fiesta.
De la misma forma estamos a unos días de iniciar la Cuaresma, la vía que lleva a la Pascua, siendo ésta la fiesta que dirige la fe cristiana. El tiempo cuaresmal da inicio con el Miércoles de ceniza, ese miércoles en el que se puede ver al pueblo católico haciendo a veces largas filas para dejarse im-poner en la frente o en la coronilla una cruz de ceniza, como recuerdo de su vida frágil pero no pobre, limitada pero no inútil, peregrina pero no sin sentido, con los pies aquí y ahora pero con los ojos abiertos al mañana y al allá. Esa es la vida del hombre, esa es la vida que se le recuerda. No se le condena, no se le pide que sufra, no se le recrimina. Se le pide que se levante de sus caídas, que se ponga de nuevo en camino, que ponga todo su empeño y toda su confianza en su andar. Uno de los hechos que fundan la Cuaresma son los 40 días de Jesús en el desierto, lugar donde permaneció en la aparente soledad, pues en realidad mantuvo un diálogo consigo mismo y con Dios; lugar donde fue tentado –como todos los hombres– con el poder fácil, con la riqueza rápida, con la vanagloria. Rechazada toda tentación da comienzo a su ministerio público. Es, pues, un tiempo de interiorización, de diálogo con nosotros mismos que nos encamina al diálogo filial y nos indica el diálogo fraterno.
Entre las candelas y las cenizas nos encontramos, entre las velas de los que acompañan al niño al Templo, o entre las caras reflexivas que acompañan al hombre al desierto. Entre candelas y cenizas, pero siempre con la apertura al diálogo, el diálogo que hace que no enloquezcamos, que no nos en-ajenemos, sino que nos conozcamos y complementemos.