martes, 29 de abril de 2008

Después

Después
Sergio Pérez Portilla

La calidez de la playa a la hora de las estrellas inundaba la choza de la mujer que, sentada en una hamaca, cantaba con las olas. La brisa salada y fresca acariciaba su rostro, su pelo negro y largo, y recorría su cuerpo con delicadeza, sin prisa, firme, firmísima. La luz de la media vela sobre la mesa no era suficiente para toda la habitación, pero tampoco necesaria, así que no se preocupaba por ella.
Su canción era lenta, y su voz dulce la hacía parecer como ave lejana. Sus ojos estaban cerrados, pero ni dormía ni intentaba hacerlo, sólo quería cantar y estar disfrutando de la noche. Una estrella fugaz se reflejó en el oscuro mar, pero ella no la vio, aunque, como si lo hubiera hecho, sonrió y continuó con su melodía.
Quien hubiera pasado por ahí, habría jurado que era el canto arcano de las sirenas, sirenas que aprovechando la tranquilidad de esa noche habrían salido a cantar, a jugar, a ver. Así pasaron 20 minutos, y cuando la vela se consumió, ella abrió los ojos. Calló. Se levantó pausadamente y se dirigió sobre la arena a la orilla del mar, con paso decidido. Abría más los ojos, como si quisiera hacer suya cada cosa que había alrededor. Se detuvo unas cuantos metros antes de llegar, se agachó y estiró la mano, y a tientas buscaba algo, pero seguía volteando al reflejo de la luna. Lo encontró. Se trataba de un tronco delgado, pequeño, con forma de bastón. Lo tomó en su mano, sin voltear nunca, y comenzó el regreso.
Junto al lugar donde estaba el bastón, había una especie de duna. Desde ahí se podía escuchar la tierra, oler el mar, sentir el tiempo. Desde ahí, también, se pudo ver a la mujer de la voz dulce regresar a su choza, entrar a la misma, y encender una nueva vela.
Se escuchó su nombre, se intuyó su corazón. Después, un abrazo. Después, un hasta mañana.

sábado, 26 de abril de 2008

Sólo uno

Para siempre
Sergio Pérez Portilla

-Tengo frío.
-No te preocupes, te abrazaré y ya no lo sentirás.
-A veces siento el frío por la noche, pero hoy la noche está llegando a nosotros por el frío.
-Yo te abrazaré, y nunca más lo sentirás.
-¿Puedes hacerlo, puedes hacer que no lo sienta más?
-Sí, o al menos lo intentaré; ven, acércate a mí.
-Sigue llegando la noche.
-Déjala, que es parte de ella ser oscura y rodearnos con esa oscuridad.
-Creo que dormiré.
-Sí, duerme. Yo dormiré a tu lado y seguiré abrazándote… para siempre.



Este escrito está inspirado en el hallazgo de unos arqueólogos italianos al norte de la ciudad de Mantua en el 2007: una pareja sepultada hace 5000 ó 6000 años, con la peculiaridad de que estaban abrazados. Extraño, pero muy interesante.

jueves, 24 de abril de 2008

Otro escrito


Reflejos
Sergio Pérez Portilla

Vamos conociéndonos. El tiempo es lo de menos, no sabemos si nos queda más o menos, así que aprovechemos para compartir el interior, pues ya compartimos un lugar, vereda que nos acerca y avenida que nos aleja.
Dime, si no tuvieras nombre, ¿cómo debería llamarte? ¿Con qué debería identificarte, qué describe tu esencia? Sin duda no te llamarías tú, aunque para mí lo seas, un tú.
Dime, si no tuvieras padres, ¿quiénes te habrían procreado, cuándo? ¿Los escucharías, escucharías sus palabras de experiencia?
Dime, que quiero conocerte, quiero escucharte y que me escuches, que me conozcas.

miércoles, 23 de abril de 2008

Escrito

Esperanzas (2)
Sergio Pérez Portilla

Me senté en una piedra grande y vieja que estaba a un lado del río. Hacía frío, y mi chamarra verde y gruesa no alcanzaba a brindarme el calor suficiente. Miré mis botas y las vi gastadas. Vi la hora y comencé a esperar…
Cada día camino por mucho tiempo, a veces conozco mi destino y otras simplemente peregrino. Pensaba hace poco establecerme en una aldea, grande y hermosa, con árboles y con mucha gente de rostro amable, pero sentí la necesidad de seguir andando. Tomé al amanecer mis pocas pertenencias y seguí bosque adentro.
Mientras avanzaba, recordé las palabras que dijo un sabio hombre con aliento alcohólico: es bueno saber esperar. Claro, lo decía por la fermentación de las frutas que le permitían deleitarse abundantemente, pero mi espíritu supo leer la verdad que estaba en sus palabras.
En esta piedra estaré unos momentos, esperando. Después, después caminaré y descansaré, saludaré a quienes vea y pensaré en los que no, oraré por ambos. Y cuando tenga que esperar, lo haré sin excusas. Siempre habrá buenas piedras donde pueda sentarme, ver la hora, y comenzar.



jueves, 17 de abril de 2008

Despertares

Visita
Sergio Pérez Portilla

Algunos creen que venir hasta aquí es una pérdida de tiempo, que si puedes escucharme lo harías en cualquier lugar, menos en este. Otros, ya sabes, dicen que simplemente ya no estás. Para mí no es así, pues aunque sé que te has marchado, también sé que no nos has abandonado.
Ayer arropé a nuestro hijo, y le hablé de ti, le dije que recordara lo que le habías dicho. Nunca le dejaré de hablar de ti, lo sabes, ¿verdad? Estos días han sido tremendos: trabajo, escuela, nuevos y viejos amigos, ¡cómo me gustaría que los conocieras!
Me han recordado que pronto se cumplirá un año de tu vuelo hacia tu verdadera casa, y a veces me parece que ha sido más, pero otras aún creo que estás a mi lado. Te extraño.
Debo irme, pero aquí dejo tus lilis. Cuando gustes, cuéntame cómo estás, dímelo con el viento, con las aves, con las estrellas. Dime qué se siente despertar a la verdad.
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martes, 15 de abril de 2008

De noche

Paciencia y prisa
Sergio Pérez Portilla

Te escucho ulular, te busco y después de unos instantes te veo ahí, esperando con paciencia. Señoreas con garbo y delicadeza, con elegancia y sin desdén. Ave nocturna de grandes ojos y andar pausado, ave de sueños, de limpias plumas y grandes alas.
Aprisionas la rama que te sostiene mientras miras a un lado y a otro. Buscas, escuchas, volteas, vuelves a buscar. Es probable que te estén esperando, que el viento no sople, que la noche te pierda, que la luna se esconda, que la rama no cruja y que sigas buscando.
Yo tengo que partir, sólo iba de paso. Mi casa está allá, a tres calles y cinco puertas. Te veo, me ves, y sigo avanzando. A lo lejos volteo, y a lo lejos tú sigues buscando.

lunes, 14 de abril de 2008

Vuelos

Amiga del color del mar
Sergio Pérez Portilla

Van cayendo las hojas y la lluvia, sigue hablando el silencio. Breves sorpresas se confunden con deseos de niños, la puerta abierta, muy abierta, demasiado. La calle mojada, el ciprés tan lejos, el color muy vivo y el camino viejo. Toda armonía resulta paradójica, lo bello pierde sentido y el frío no se va con un abrazo. Así es tu despedida.
No lo digas, pues quizá no puedas cumplir tus promesas. Quizá tus fantasmas no vengan contigo o peor, quizá tú no vengas con ellos.
Sé que debes partir, pero que lo entienda no significa que lo quiera, que lo apruebe. Vamos, ya debes irte, emprende el vuelo, y nunca te olvides de mí. Nos vemos pronto, mariposa,
maris coloris amica.
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jueves, 10 de abril de 2008

Cambios


Esperanzas (1)
Sergio Pérez Portilla

Salvaje tierra de fino polvo y arbustos siempre secos, siempre secos. Alcanzo a ver cómo te extiendes kilómetros sin regalar un lugar de descanso, cómo abrigas alimañas y cómo juegas con el horizonte. Madrigueras y cuevas, serpientes solitarias sin sentido de pertenencia, viento incendiado que no refresca ni renace ni hace renacer. Nocturno imposible de siempres y nuncas, gélida oscuridad, llegas a los huesos y recuerdas viejas heridas mientras haces otras nuevas.
¡Levántate, si quieres vivir! ¡Alza tus brazos, despierta milenaria y baja tu calor diurno! Deja que renazca el viento y que refresque, abre tu vientre y permite que fluya la vida, vida para ti y para los otros, deja que fluya, que fluya, que corra, que fluya. Voltea al azul cielo y clama, no, invita, sí, invítalo a tu banquete de verdes y líquidos.
Suave tierra de finos musgos y arbustos siempre verdes, siempre verdes.


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lunes, 7 de abril de 2008

Deberes

Trovador

Sergio Pérez Portilla

Oigo el agua que corre nerviosa e impaciente, golpeando rocas y juncos, despertando canciones y trinos. Me acerco a su cauce y escucho sus latidos, la toco y mi mano percibe su fría delicadeza, su algarabía, su novedad eterna. Mis pies descalzos se adentran y tocan la tierra que se levanta feroz y ennegrece el lecho, me quedo estático unos segundos y observo las piedras por las que me es preciso andar. Salto. Soy un hoy.

Oigo las hojas que se golpean unas a otras amainadas y avivadas por el viento del nortesur, el de los pastizales y bosques, el de las aves. Escribo un verso inspirado en la corteza del viejo árbol que rige todo el bosque y que desde lejos vi. Se parece mucho a Su majestad: fuerte, grande, firme. Sigo adelante. Sólo soy un hoy.

Las primeras casas, con sus muchos niños y sus pocas pertenencias, me indican que ha llegado el momento. Debo prepararme para compartir mis sueños y la verdad, pues aunque no muchos me esperan, todos sabían que vendría. Para ellos, siempre fui un mañana, para mí, siempre soy un hoy.

jueves, 3 de abril de 2008

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Espera y llegada
Sergio Pérez Portilla

El cálido olor del café en el fogón llegaba hasta la puerta que golpeaban, y la anciana se levantó tan rápido como sus huesos frágiles le permitieron. Sabía quién era, lo había esperado desde hacía mucho, las heladas y las lluvias llegaban y volvían a irse; las gallinas empollaban una y otra vez y él no venía; el piso de tierra se agrietaba y las paredes de tabla parecían enflacar, pero no había señales del esperado. No había, hasta hoy.
La casa, junto con otras más o menos lejanas, hacía de la sierra un refugio de recuerdos, huerto de sueños, canción de cuna y de mortaja. Las laderas veían al sol naciente, pero le daban la espalda al ámbar rojizo de la puesta.
Ni siquiera volteó a ver la luna, blanca y enorme, que la ventana enmarcaba; ni eso ni los ladridos la distrajeron, tan sólo quería abrir la puerta, y ver a su hijo.