viernes, 30 de octubre de 2009

Ve


Golondrina

Sergio Pérez Portilla

Agita tus alas, golondrina, emprende tu vuelo, ve en pos de tus sueños y sé feliz. Todos los días se pierde algo: juventud, recuerdos, amigos, fuerza, pasión, soberanía. Pero todos los días ganamos más de lo que perdemos, no lo debes dudar.
Alza tu mirada, siente el nerviosismo en tu plumaje. Busca cielos nuevos, tierras lejanas, aires menos densos, verdes más vivos, mares más profundos, ideas más intensas, atardeceres sinceros. Busca sanar tu historia, cultivar sonrisas de girasoles, explicar tu paso, tu abrazo, tu tardar. Busca ser más tú, encendiendo ilusiones, adquiriendo promesas de miel y de granos, de oscura ansiedad.
Y mientras tú buscas yo te veré ir y venir, hablar y pensar, planear, inventar, despertar. Mientras tú buscas te miraré sonriente, sabiendo que vives libre buscando la verdadera felicidad.

jueves, 29 de octubre de 2009

Disculpa

Hola a todos. No he podido subir nada porque no acepta que ponga el escrito. De hecho no sé si esta entrada vaya a verse.
Les adelanto que el próximo texto se llama Golondrina. Espero que pronto me deje hacerlo. Lo intentaré cada poco tiempo (horas).
Un abrazo. Sergio.

viernes, 23 de octubre de 2009

Andanzas

Andanzas
Sergio Pérez Portilla

La mejor forma de emprender un viaje es hacerlo sin prejuicios, para que las nubes del mismo color con el mismo cielo de fondo puedan conmoverte. Debes evitar comparar lo que hay con lo que tuviste. Si quieres quedar maravillado por el jardín de flores de tonalidades infinitas, no digas que has visto uno igual antes, admíralo como si fuera la primera vez que abres los ojos, como si fuera la primera vez que esas sonrisas en pétalos te ven directamente a ti.
No olvides deleitarte con la luna y sus estrellas, y no olvides divertirte con la lluvia y con el sol. Cierra tus ojos y pasa tu mano sobre los árboles que nadie ve en la avenida, seguro que ellos han esperado por ti durante años. De vez en cuando mete las manos en tus bolsillos, y camina sin rumbo al atardecer. Abrígate sólo un poco, pues el caminar te da calor físico y espiritual.
Cuando recibas algo, agradece, y cuando puedas, da, comparte, toma la iniciativa y no esperes nada a cambio, pero ya verás cómo esos pequeños actos engrandecen tu actitud, engalanan tu persona y reúnen al ser humano.
Date, por último, un tiempo para descansar y pensar, sentado, con un helado quizá, o con un buen café, en cualquier escalera, banca, barda o mirador. Y mientras piensas, no olvides a quien hizo que tú fueras posible.

martes, 20 de octubre de 2009

Sigue octubre

Fantasías
Sergio Pérez Portilla

Vamos intentando, amiga mía, aparentar que no nos conocemos. Imaginemos que nunca nos hemos visto, que nunca hemos caminado por horas, que nunca hemos comido en el mismo lugar, en la misma mesa.
Intentemos olvidar la montaña que vimos y nos vio, la playa que ardía en su arena y refrescaba en su interior, la noche y los luceros, las luciérnagas, el bosque, las andanzas, las cascadas, los detalles y el color.
Vamos inventando un nuevo pasado, igual de antiguo que el compartido, pero con menos dolor. Inventemos otros nombres, otros amigos, nuevas delicias, distintas aventuras, distinto fragor. Digamos que nunca coincidimos ni en horarios, ni en lugares, ni en desvelos, ni en razón.
Vamos haciendo todo esto, amiga mía, para que podamos separar nuestras vidas, para que, quién sabe, si algún día volvemos a vernos, no nos duela converger, y podamos reír juntos de nuevo.

domingo, 18 de octubre de 2009

Parroquia

Comparto con ustedes un escrito que se publicó en la página de Concilio, en el Diario de Xalapa, el día 18 de octubre de 2009. Está ampliado con respecto a la versión impresa, y trata sobre el significado de la palabra parroquia.
Hace tiempo escribimos acerca del significado del pez para los cristianos en el espacio de MSN, pero ahora quisimos publicar este texto en el blog, y muy probablemente estará publicado, de igual forma, en el espacio. Así que invitamos a ver la página electrónica de Concilio, así como el espacio de MSN. Las direcciones están en la barra lateral derecha. Un abrazo. Sergio.





PARROQUIA
Sergio Pérez Portilla
De acuerdo con el canon número 515, § 1, del Código de Derecho Canónico*, la parroquia es “una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del Obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio”. Lo anterior es perfectamente comprensible en un ámbito jurídico e institucional. Pero si hurgamos un poco en su etimología, encontraremos dos acepciones muy interesantes de la palabra parroquia.


La primera es “lo que se reúne alrededor de la casa” (parà tèn oikían, paroikía), puesto que la casa era el lugar donde se manifestaba la presencia del Espíritu. Las primeras comunidades cristianas se reunían en las casas, era algo netamente familiar, y de aquí esa primera acepción: la parroquia hace referencia al lugar en donde se reunían los miembros de una comunidad.


Pero la segunda etimología es, a mi parecer, más curiosa: paroikía también significa “en el destierro” (se puede ver esta traducción, por ejemplo, en 1 P 1, 1), y esto hace alusión a que en este mundo estamos de paso, lo cual no implica que estemos como si nada, claro. La Iglesia ha comentado ya que la verdadera patria de los hombres y las mujeres es el cielo (que no es otra cosa que la presencia absoluta de Dios), y que aquí estamos sólo como peregrinos (cfr. Catecismo de la Iglesia católica # 2796). Entonces, esta segunda acepción no hace referencia al lugar, sino al estado; no es el qué, sino el cómo.


*El Código de Derecho Canónico es el “principal documento legislativo de la Iglesia, está fundamentado en la herencia jurídica y legislativa de la Revelación y de la Tradición, (y) debe ser considerado instrumento muy necesario para mantener el debido orden tanto en la vida individual y social, como en la actividad misma de la Iglesia”, según recuerda la Constitución apostólica Sacrae disciplinae leges, de Juan Pablo II.

jueves, 15 de octubre de 2009

¿Temores?


Cerca de las estrellas
Sergio Pérez Portilla

Caminan a mi lado mis temores, pero ya no me llevan de la mano, ya no son ellos quienes marcan mis pasos, mis vueltas, mis paradas. Caminan y siempre caminarán junto a mí, y sabré que vamos hombro con hombro, y se quemará la leña de la fogata, llorarán los troncos sin vida, pero no me convencerán mis temores. Son míos, los conozco, pero no los dejaré intimidarme de nuevo.
Se vestirán de luto en el día y de fantasmas en la noche, avanzarán sigilosos y querrán vencerme y convencerme, pero no me engañarán. El conocerlos me ha dado libertad, me ha invitado a vivir en sinceridad.
Fueron golpes y paliza, fueron causa de desvelos, de insomnios, de silencios infértiles y de gritos infieles. Fueron muerte de mi vida y vida de mi muerte, fueron frío sin hermanos, sin amigos, sin amores. Fueron soles de desierto sin nubes cargadas de húmeda esperanza.
Pero no les temo ya, ya no andamos de la mano. Sigo siendo yo, pero solo ya no voy. Sigo con mi misma fuerza y con la misma debilidad, pero tengo ahora rocas en las que puedo asentar mis pies, y mi debilidad se vuelve fuerza y mi fuerza bendición.
Aquí están, escribo y están junto a mí, pero ya puedo verlos a los ojos, sostener su mirada. Nunca más me vencerán.

lunes, 12 de octubre de 2009

De Concilio

De Concilio, domingo 11 de octubre de 2009.

Reencuentros
Sergio Pérez Portilla

De mis recuerdos de la niñez, entre los juegos infantiles y la falta de preocupaciones por la vida de los adultos, destacan los momentos en los que mis maestros de la primaria explicaban, cual si hubiesen estado allí, la entrevista de un cierto Cristóbal con unos reyes. Si no me equivoco, y para seguir con una tradición más segura, el ambicioso navegante, como después lo entendí, visitó a la reina y una vez convencida ésta de rutas alternas no conocidas para llegar a un destino sí conocido, se encontró con el rey. Ella era Isabel y él Fernando, y fueron conocidos como los reyes católicos.

Lo que más me llamaba la atención era la idea del pobre marinero que apenas juntó para los gastos y necesidades del viaje y la epopeya que estaba a punto de sacar del papel para vivirla él. Nos contaban las penurias de su travesía que duró largo tiempo, de cómo unas veces la esperanza caducaba, de cómo otras el ánimo resurgía, hasta que un buen día, un tal Rodrigo de Triana, quien iba en una de las tres famosas carabelas –la Pinta, y las otras eran la Niña y la Santa María, y la mayoría, invariablemente, nos imaginábamos un barco hecho de huesos, o algo así– avistó tierra firme. Fue la mejor noticia que pudieron escuchar aquellos hombres. El almirante Cristóbal Colón, quien por cierto era italiano, líder de esa expedición, escribió así su nombre en la historia. Había nacido un vencedor.

Ahora, y ya con las preocupaciones de los adultos y con la falta de juegos infantiles, la reflexión intenta imperar sobre la epopeya. Hay, a mi entender, tres grandes grupos divididos por la opinión sobre este suceso. El primero es el de los que ven precisamente como un gran descubrimiento el hecho por los españoles en tierras que hoy denominamos americanas. Con ellos llegó el mundo civilizado, la educación, la buena sangre, la auténtica religión, en fin, sólo bondades gracias a haber sido descubiertos por los hombres que fueron vistos incluso como dioses, en un primer momento.

El segundo grupo lo conforman aquellos que ven sólo desgracia en la llegada de los hispanohablantes: enfermedades, destrucción, muerte, saqueo, imposición. Y de todo ello, debemos decirlo, hay gran parte de razón, por no sonar dogmáticos y decir que únicamente hubo dichas situaciones. No hubo, entonces, sino la desintegración de una nación que no era menos, porque de hecho no lo era, por otra que con ideas propias centralizó su cultura. Si antes había nacido el vencedor, ahora han nacido los vencidos (cfr. LEÓN- PORTILLA Miguel, Visión de los vencidos, UNAM; BOFF Leonardo, Quinientos años de evangelización, Sal terrae, entre otros).

La tercera postura es más optimista que la segunda, pero no tanto como la primera. Y habla, más que de lo que pasó, de lo que hay que tomar de lo que pasó. No juzgaría más el hecho en sí, pues ya ha acontecido, sino ver qué podemos hacer con lo que tenemos, qué se puede agradecer y qué se debe sanar. Borrar nuestras raíces nunca fue bueno, pero sí es cierto que podemos hacer un excelente uso de la cultura que conocimos. No nos descubrieron, nos conocieron. Pero si fueron extremos al llegar, tampoco es sano seguir lamentándose; hay que cerrar ese ciclo.

Más bien, entonces, deberíamos empezar a suavizar lo que lastimó. Deberíamos empezar a dialogar sobre lo que se gritó. Veo que esta actitud es ya tomada por muchos. Españoles que se sienten avergonzados por lo que sus antepasados hicieron, y paisanos nuestros que ya dejaron el rencor por lo sufrido.

Necesitamos, entonces, un reencuentro; es más, necesitamos un doble descubrimiento: ya no de ellos para nosotros o de nosotros para ellos, sino de nuestro pasado que ilumine el hoy que vivimos, y que dirija nuestro andar, que nuestro porvenir sea querido.




domingo, 11 de octubre de 2009

Nympha

Nympha
Sergio Pérez Portilla

Te rodea una corte de verdes bailarinas que, contigo sobre el agua, semejan calzadas y luceros. Suficiente hermosura y radiante paz brotan de tu blanco vestido, de tu lozano hablar. Sí, hablas, y lo sé porque te he escuchado, aunque muchos convendrían en decir que jamás palabra alguna ha salido de tus entrañas, yo sabría que no es verdad. Insulsos, si te hubieran escuchado igual que yo, igual que yo desearían no dejarte de admirar.
Hay por debajo de ti tierra líquida que te sostiene y se deleita cuando comienzas a danzar, con tu corte de hojas tiernas y de inquieta gravedad. Sin ti, el tiempo; contigo, la eternidad. Sin ti, tormentos de esperas inacabadas, de falta de sueño y de excesos de ansiedad. Contigo, sonrisas al viento, canciones de nubes, retratos de bondad.
Pero si sólo nos hemos visto un par de veces, seguramente dirás. Tienes razón, te diré, pero si unes mi entusiasmo a tu evidente brillar, sabrás por qué puedo escribirte, sabrás por qué puedo cantar.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Permanencias

Permanencias
Sergio Pérez Portilla

Tengo ganas de gritarte que no te vayas, que mi corazón no soportará estar sin ti. Tengo ganas de suplicarte que te quedes, que me sigas regalando tu mirada, que al permanecer a mi lado me dejes tomar tu rostro entre mis manos, y si me dejaras, te besaría como el rocío a la flor, detendría el tiempo sólo por besarte.
Pero no quiero seguir lastimándote. No quiero que lo que haga que no te marches sea la nostalgia de lo pasado, sino la esperanza del futuro según lo que vivimos en nuestros días. Y si hoy no tienes ninguna certeza, no hagas caso de mis deseos, hazle caso a la cordura. Sé que el corazón es fuerte, y aunque hoy llore, algún día sanará. No deseo que te vayas, pero tampoco que seas infeliz. Deseo que seas libre, que sonrías, que cantes de emoción.
Si alguna vez he de hacer algo sin pensar primero en mí, quiero que sea hoy. Adiós.

martes, 6 de octubre de 2009

Emociones


Emociones
Sergio Pérez Portilla

Dos cosas llamaron mi atención esta mañana, apenas al despertar. La primera fue el sol en mi ventana, resplandeciente, lleno de gozo y con abundante poder. Cualquier resquicio cedía ante su embate, y la habitación poco a poco se iluminaba más. Es como la muerte, me dije, que cede ante el embate del poder de la resurrección. Cada día es signo del amor que se nos tiene, pues se nos deja despertar en la luz, dejar atrás la oscuridad.
La segunda cosa fue, sin embargo, un tanto diferente. Llamó mi atención la música. Sonaba como en un antiguo radio, y su melodía parecía conocida, pero a la vez yo sabía que era completamente nueva. Lo sabía, lo intuía. Era música suave, con una estructura que a veces semejaba vientos, otras mar y unas más al verde bosque de domingos por la tarde. Me hacía sentir vivo. No, no es cierto, me hacía saberme vivo. Caminé sollozante de emoción sobre recuerdos y en pos de sueños, y en una ocasión me detuve a ver, a la orilla de mi ruta, una hermosa flor sin nombre, una vida entre la vida.
Mis ojos se humedecieron, mis oídos se alegraron, mi corazón palpitó. Dos cosas me hicieron bien.