martes, 30 de diciembre de 2008

Nacimientos

Hola a todos. Por miles de circunstancias no he subido escritos últimamente, aunque de hecho es evidente. Incluso ahora subiré un artículo sobre la Navidad. Ya sé que el 25 (noche del 24) ya pasó, pero tomaré como pretexto que en la liturgia todavía estamos en el tiempo de la natividad, así que aquí les dejo este texto, y prometo, ahora sí lo prometo, subir más escritos próximamente. Gracias, y un saludo a todos.

La necesidad de la Navidad
Sergio Pérez Portilla

Todo comenzó con el frío, aunque, a decir verdad, en nuestra bella ciudad las temperaturas bajas no son novedad. Y después vendrá la noche, la noche más extraordinaria, la noche del milagro.

Empezó diciembre y trajo consigo unas ciertas ondas gélidas, y todos nos abrigamos y nos reunimos en torno al calor humano, con nochebuenas por doquier. Como cristianos, también tomamos algunas medidas de preparación: es el tiempo del Adviento, el que precede a la Navidad. Adviento que significa llegada, más que espera, pero siempre es un
lo que está en función de lo que estará. Un tiempo de profunda reflexión.

Ahora, estamos a unos cuantos días de la noche que dividió la historia, que abrió las entrañas que estaban cerradas y que trajo consigo la plenitud de los tiempos. Es la noche en que el amor del Padre se hace evidente. Pero esto debemos dialogarlo.

Los cristianos –no todos, eso es cierto– celebran, y rememoran, en la noche del 24 de diciembre el nacimiento de Jesús de Nazaret, el hijo de María engendrado en ella por el Espíritu santo. Dejando a un lado las cuestiones de si fue ese día o no, puesto que no es el momento, queremos más bien abundar sobre la necesidad de que naciera el pequeño del pesebre. El hombre tiene dentro de sí el anhelo de libertad plena, de felicidad perfecta y de existencia ilimitada. Pero por su misma constitución no puede alcanzar ninguna de ellas, pues aunque está en vías de perfeccionamiento y cada día que pasa va creciendo, no cuenta con la capacidad activa de lograr esos fines. Más aún, por males y azares, un sinnúmero de veces en lugar de avanzar se estanca o retrocede. ¿Cómo, pues, continuar cuando esto pasa? Todavía más, ¿cómo dar ese salto de lo limitado a lo ilimitado? Una barrera para él infranqueable se forma en derredor suyo.

Pero entonces aparece uno, que es hijo de hombres pero también es hijo de Dios, que puede ofrecerle la satisfacción verdadera de todos sus anhelos. Si ese que se presenta fuera sólo un hombre, entonces no podría ofrecer más de lo que cualquiera de nosotros puede hacerlo, pero de igual forma, si sólo –perdón por este sólo– fuera Dios, no podría sin más dar al hombre lo que él mismo ha decidido que tiene que ser un trabajo de dos. Dios, al respetar la libertad y la naturaleza inmanentes del hombre, está respetándose a sí mismo, y por ello puede y debe el hombre alcanzar la libertad plena y la naturaleza trascendente a la que está llamado una vez que se le ha dado la gracia necesaria para hacerlo. Se necesitaba de Dios, sí, pero de Dios hecho hombre, para que el hombre pudiera realizarse, y alcanzar la libertad plena, la felicidad perfecta y la existencia ilimitada. De esta forma, la necesidad de que naciera el hijo de Dios queda patente, y es una necesidad no instrumental sino sustancial.

Estaremos recordando y celebrando la llegada del pequeño del pesebre, su nacimiento que, como hemos dicho, ha dividido a la historia: la historia no podría dividirse por sí misma, sólo algo ajeno a ella podría hacerlo. Dios, que no es historia, se hace historia para nuestra salvación. El único hijo por naturaleza de Dios, su logos –palabra increíblemente difícil de definir–, nos ha dado la oportunidad de ser hijos adoptivos y amados del Creador. O como podríamos resumir en una frase: el hijo de Dios se ha hecho hijo de los hombres, para que los hijos de los hombres pudiéramos llegar a ser hijos de Dios.

El frío se irá con la llegada de Jesucristo, quien no sólo nos dará calor, sino que también nos enseñará a permanecer unidos para soportar y continuar. Y la noche, por su parte, se verá iluminada por la luz magnífica, preciosa, del que es, sin más, la verdadera Luz.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Tiempo después

Serenata
Sergio Pérez Portilla

Todavía no termino de ver la luna en tu pelo y ese viento vagabundo se aparece con tu aroma. Las hojas del almendro de flores blancas danzan con tu voz, lentas, siluetas de mil y un sueños. Sentada y sencilla me cuentas tus lugares y tus tiempos, tu vida y tu sangre. Sonríes, volteas, te quedas callada y de repente vuelves a cantar.
He logrado aprender tus líneas de tanto verte, podría jurar que terminaré aprendiendo también tus miedos, pero no dejaré que ninguno te seduzca.
Laguna de reflejos de estrellas, sé mi recuerdo y mi presente en esta noche, déjame esconder la aurora en tu tranquilidad, déjame de nuevo verte antes de marchar.