jueves, 20 de octubre de 2011

Ella, agua del cielo


Ella, agua del cielo
Sergio Pérez Portilla

Fue la lluvia, con su piel húmeda, cortina del color sin color, perfume de la tierra, de las hojas, quien me abrazó cuando te fuiste tú. Yo te veía y te alcancé mil veces con mi respiración, te tomé del brazo y te atraje a mí con mis ojos, te detuve con un beso en mi mente, pero tú nunca esperaste, nunca dejaste de caminar, nunca siquiera volteaste, y mis manos perdieron valor y fuerza. Sentí algo así como un frío por dentro, muy cerca de mi corazón. Y la lluvia siguió.
No había manera de quitarme de ahí, mis pies se negaban a todo, y mi boca clausurada no intentaba liberarse de sus ataduras.
Cuando, poco a poco y después de mucho, conseguí andar –o desandar, no lo recuerdo– me alejé buscando esconderme, buscando esconder mi vida en la muerte. Anduve con la cabeza baja, con el corazón pausado, arrastrando palabras y sembrando lágrimas. Morí día a día, moría y despertaba para volver a morir.
Mas todo pasa, todo cambia. De lo malo a lo bueno, de lo bueno a lo mejor, y a veces de lo grande a lo pequeño, ¡tantos caminos! Apoyado en pilares de mármol hermoso, en un sol que nunca dejó de iluminar y dar calor, mi tierra reseca volvió a ser tierra fértil. Nació una sonrisa con la primera semilla que dejó de serlo para dar paso a un verde sin igual. El cielo traía aves y estrellas, y de vez en cuando una nube bajaba para llevarme a volar, a conocer otros hermosos lugares. Los ríos corrían lúdicos e infantes, y las mariposas encontraron flores encima del huerto.
Un día llegó la lluvia, con su piel húmeda, a perfumar la tierra. La vi y sentí una gran alegría. Ella me había abrazado cuando lo necesité, ahora quería abrazarla yo. Dirigí mi rostro hacia arriba, un rostro sonriente, y abrí mis brazos para recibirla, para decirle bienvenida. Creo que supo que le agradecía, porque empezó a cubrirme, mojó mi cuerpo y mi alma, bajó a través de mí, y cuando se fue, yo seguía mojado de su amor.

martes, 4 de octubre de 2011

Escondido




Escondido
Sergio Pérez Portilla


Escondido en mis cabellos yace un suspiro tuyo, lenguaje del viento que cabalga en el espacio en ciertas noches, con luceros titilantes, que los miedos no pueden amordazar. Sibilante en el desierto y en el monte el guerrero cabalga en la arena y en los árboles, y las nubes también le sirven de fragata en su fuerte y dulce andar. Ha nacido en el mar pero puede morir en todas partes, en cualquier de ellas.
Escondido en tus cabellos vive un beso mío, lenguaje del alma que el cuerpo muerto quiere imitar, pero no hay tibieza ni calor de hogar en las mañanas, solo frío entre ideas miopes que acaso ven un metro más allá.
¡Duerme, duerme, duerme! ¡Duerme beso mío!, y cuando escuches un suspiro cerca de ti, ¡sal!, ¡sal y anda! Sal y busca su boca, dale vida, dale tu vida misma, que para ella naciste.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Madejas



Madejas
Sergio Pérez Portilla

Es increíble ver cómo vuelan alrededor de ti mis sueños cada vez que sonríes, y es un regalo saber que tu sonrisa ha sido para mí en esta ocasión. Hay cosas que no puedo callar, mis ojos hablan mucho, y aunque guarde mi distancia y contenga mis te amo, con cada respiración te grito callado lo que siento.
Sonríes y tus ojos se hacen pequeños, son como una sonrisa discreta, pero yo los he visto, en silencio, a hurtadillas, y sé que lo hacen. Ahora mismo recuerdo tu mano acomodando tu cabello, mientras ordenas ideas en el aire, y le ordenas a mi tiempo que no avance.
Hay madejas multicolor en el suelo que por poco pisas, pero me he dado cuenta que flotas, que ni siquiera eres capaz de lastimar un olvido enterrado. ¡Y al final de mi arcoíris estás tú!

lunes, 19 de septiembre de 2011

Si tus labios me los quedo yo





Si tus labios me los quedo yo
Sergio Pérez Portilla

Es cierto, robé la luna y la puse cerca de tu tejado, donde pudieras contemplarla con solo correr las cortinas y voltear hacia arriba. Y me escondí, sí, también lo hice, me escondí tras tu presente, agazapado en la noche, buscando tu mirada de ensoñación e intentando tocar con mis ganas tus manos, las manos que señalan el camino de las gacelas y de las aves.
Es cierto, volví sobre mis pasos pero el tiempo no hizo lo mismo, se mantuvo firme y audaz marchando hacia adelante, borrando con su andar los momentos que recién había disfrutado. Borró todo el ambiente, pero no borró mi memoria, así que ella se ha convertido en mi baúl, un lugar donde atesoro imágenes tuyas, de tus ojos cuando ríes, de tu cabello mojado, de tu andar, ¿lo recuerdas?
Es cierto, no aguanté más y por eso estoy aquí. No es que pasara por aquí ni buscara una excusa. Simplemente estoy aquí porque quería decirte que…




El título está inspirado en una canción que escuchaba cuando escribí el texto: Que mi boca, de los PasoLento. Buenos discos.

¡Ven!

¡Ven!
Sergio Pérez Portilla

Cuando taladra el tenso silencio la poca tranquilidad y cuando el silencio es taladrado por el fuego de la ambición…
Cuando los pasos se agitan por el miedo imperante y el miedo avanza majestuoso con pasos de gigante…
Cuando ya no hay olores fragantes sino flagrantes, cuando la justicia propuesta es pospuesta por los bienes de pocos y los males de muchos…
Cuando la luz deja de ser blanca y sincera y se vuelve rojazul y chillante, llena de llanto y desolación…
Cuando el no era es, cuando el relativo aquí se vuelve un ahora absoluto, cuando urgente e importante son carentes de atención y se atiende a los intereses de los importantes que urgen desde su lecho…
Cuando simplemente la cordura pierde su sentido, toda lógica es un absurdo, las frentes son suelas y el aire húmedo seca las nostalgias…
Cuando no hay más, hay todo, porque recuerdo que me dijiste que no temiera, que tú estabas conmigo. ¡Señor, no quiero temer, pero temo! ¡Sé que estás aquí y ahora, tú, el eterno! ¡Lo sé, pero hay un grito dentro de mí! ¡Señor, creo, pero aumenta mi poca fe! ¡Ven, Señor, ven que te necesito, tus amigos te necesitamos!

jueves, 9 de junio de 2011

Tierra nueva

Tierra nueva
Sergio Pérez Portilla

Hubo un sueño, en otros tiempos, que llevó a los hombres a dejar sus raíces, a buscar tierras más ricas, a buscar libertad. Las mujeres cargaban con los pequeños y de la mano conducían a los un poco más grandes. Los jóvenes se acercaban a los que encabezaban la procesión, y trataban de escuchar las decisiones tomadas. Sin saberlo, su curiosidad les hacía aprender. Los más ancianos daban consejos, pero su paso era ya lento. No fueron pocos los que se quedaron rezagados, ni tampoco los que simplemente decidieron vivir su única muerte en los prados que ellos eligieron miles de canciones antes.
Debían bordear las montañas, o subirlas, o cargarlas incluso, pero debían llegar a los lejanos llanos que había más allá de ellas, llanos donde los manantiales regaban del este a los árboles y donde la luna se reflejaba en el rocío que abrazaba los pastos, donde abundaba la paz y el murmullo de los vetustos ecos de los primeros días era más presente que el injusto desequilibrio de las ideas egoístas.
Que si tardaron, ¡claro! Pero un camino nunca es tan largo cuando se puede platicar con el propio corazón, ni tan corto como para despreciar un descanso junto a un almendro.
Al final de los soles necesarios, cuando fue el tiempo justo, aquellos hombres y mujeres acariciaron con sus pies la tierra nueva, y sus sueños se convirtieron en sonrisas y en trabajo común. Y esa tarde, la primera, se reunieron y se unieron en un abrazo y en un silencio sagrado, y elevaron sus ojos y agradecieron a quien estuvo con ellos durante todo el recorrido. Esa tarde, la primera, y todas las que siguieron.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Reflejos


Reflejos
Sergio Pérez Portilla

Siempre que te veo, cuando de verdad lo hago, encuentro más que un reflejo mío en ti. Tus ojos me dicen realmente quién soy, y eso nadie más ha podido hacerlo, nadie más puede hacerlo. Tú eres mi luz, esa que encuentro en las auroras, en las sonrisas, en las montañas, en las dudas, en la piel húmeda, en la lluvia, en las manos que tocan con amor, en el silencio que concibe tu música bella, realmente bella. Eres mi razón, el sentido de mis pasos, la intención de mis deseos, el origen de mi esperanza, el murmullo que inquieta mi corazón y lo hace latir, el aire que me da vida, la muralla que me rodea y defiende.
De ti aprende mi amor a amar, hacia ti corre lenta mi fe y camina aprisa mi vida en pos de la tuya, y cada momento es un eterno descubrirte.
Estás tan cerca de mí, que quisiera que también otros, al verme, pudiesen verte en mí.

martes, 8 de febrero de 2011

A la par

A la par
Sergio Pérez Portilla

Mírame, no dejes de hacerlo, que quizá sea cierto que si no lo haces yo simplemente no exista. Quiero existir por ti y para ti, y que tú me invites a salir de mí, a hacerme uno con todo y con todos. Pero mírame con tu amor a través de tus ojos, y dime que te agrada lo que ves.
Tócame, toca mi ser y sana mi vida, aviva mi interior, inquieta mi corazón con tus manos en mis heridas, seca mis lágrimas con tu dorso, seca las que no cayeron en tu pecho, y enséñame por qué hay muchas que deben llegar al suelo para darle vida a las semillas. Que el inmenso dolor sea transformado por ti en amor infinito.
Quédate conmigo, y sigue abrazándome en esta noche que muere y mata, para que mi corazón y el tuyo latan a la par, y no muera solo, sino contigo, para que así pueda resucitar como tú, y como tú viva el amor en la eternidad, el gozo sin fin, la paz sin límites.

miércoles, 26 de enero de 2011

Secretos que no lo son

Secretos que no lo son
Sergio Pérez Portilla

Le dijo “tú tienes el secreto”, y le dejó quizá con más preguntas que respuestas, pero, ¿no acaso es justamente eso lo que hace la Palabra de Dios, es decir, mover? Sí, la Palabra mueve, nunca deja igual, y si se cree que se ha quedado uno igual que antes de escucharla, es porque aún no ha notado que dentro de sí ha quedado una semilla tan humilde que muchos tacharían de insignificante, de despreciable. ¡Qué ironía! ¡Si supieran cuánto está destinada a crecer!
Tú tienes el secreto. En primer lugar no es “tú sabes el secreto”, porque esto no trata de ninguna gnosis, sino de una experiencia de vida, a la que otro testigo puede invitar, pero que siempre ha de ser vivida por cada uno. Tú lo tienes, pero no porque lo hayas adquirido, sino porque se te ha dado. No porque lo hayas encontrado, sino porque Él te encontró a ti, vino a ti.
Había tanta tristeza en su corazón, tanta soledad, tanto sinsentido, tanta angustia, que le parecía imposible vivir en alegría, no sentirse solo, hallar un rumbo, una meta, un camino, la paz…
Además, la palabra secreto le sonaba como a algo malo, esotérico. No, en absoluto. Secreto aquí es lo que poco a poco se ha ido manifestando, pero que los hombres, alejándose de su principio y fundamento, poco a poco “escondieron” en un lugar que ni ellos mismos recordaban. Pero no lo perdieron. Por eso se les tuvo que decir abiertamente, por eso se les tuvo que revelar este gran misterio, este gran plan.
Tengo el secreto. ¿Y por qué no cambia todo, por qué sigue todo igual? Estas y otras cuestiones aguijonaban su mente y, más aún, su corazón. Pero, ¿de verdad no hay nada cambiando? ¿Acaso no toda la creación está en movimiento, en cambio constante? ¿Acaso no nuestra casa común está moviéndose a velocidades increíbles? ¿Y entonces? Pues nada, que lo sabemos pero nos cuesta mucho aceptarlo, o entenderlo. El cambio está y de manera imperceptible nos está llevando a otros momentos, a otra vida. Todo está pasando, todo está cambiando, y ese cambio surge de la gran sabiduría del Creador, que puso todo en marcha y que sigue creando, porque esta obra continúa, porque todo necesita seguir en movimiento.
Y el secreto es este: Dios ha querido hacerte su hijo, a través del amor de Jesucristo, manifestado en su encarnación, pasión y resurrección, y gracias al derramamiento del Espíritu en nuestros corazones, es decir, en nuestras vidas de manera total. El secreto es que Dios está contigo. El secreto es no temer, sino tener fe. El secreto es dejarse amar para poder amar y alcanzar la dicha total, la vida plena, la paz sin fin.



A Aquel que puede consolidaros conforme al Evangelio mío y la predicación de Jesucristo:
revelación de un misterio mantenido en secreto durante siglos eternos,
pero manifestado al presente, por las Escrituras que lo predicen,
por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe,
a Dios, el único sabio, por Jesucristo,
¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Rm 16, 25-27

«Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto.
Lc 8, 16-17

Decía también: «¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.»
Mc 4, 30-32

Pero Jesús les replicó: «Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo.»
Jn 5, 17

viernes, 14 de enero de 2011

Lugares

Lugares
Sergio Pérez Portilla

Está bien, veo que por fin me hablas con la verdad por delante. Es duro, pero lo prefiero a tu exceso de rodeos. Y como muestra de agradecimiento, también yo me sinceraré.
Sí, debo decirte que no estaba pensando en ti cuando te besé aquella noche, cuando después del paseo tomé tus manos y te vi a los ojos. No, no pensaba en ti. No eras tú quien ocupaba mis pensamientos cuando te dije que iríamos por todo tipo de senderos, avanzando y creciendo, pero siempre juntos. Es más, estabas tan lejos de mi mente y de mi corazón cuando sonreía contigo que me extraña recordarte en esos momentos.
En fin, todo tan simple como hacerte ver que las ocasiones en que dije te amo fueron cuando menos pensaba en ti. ¿Y sabes por qué? Porque la persona que estaba amando, aquella que estaba dentro de mí simplemente no existía. Pensé que eras tú, pero hoy me doy cuenta de que nunca te conocí. Creí que eras tú quien estaba en mis pensamientos, pero hoy que te veo como eres, sin máscaras ni escudos, caigo en la verdad: no eras tú a quien amé, a quien besé, por quien lloré y reí. No eras tú, aunque bien encontraste la manera de hacerte pasar por quien yo amé… por quien amo aún.