jueves, 11 de junio de 2009

Recuerdos

Visitas
Sergio Pérez Portilla

Al pie de las escaleras el polvo había encontrado un excelente lugar de reposo, y con él un buen número de telarañas. Hace ya tanto tiempo desde la última vez que estuve aquí, pero todo es tan, no sé, tan parecido, que por un momento me estremezco y el recuerdo de los días de mi infancia dilatan mis pensamientos.

Subo con cuidado, y me dirijo a la que fuera mi habitación. Vacía. Un par de hojas sueltas, quizá dos o tres pedazos de plástico y metal que en otro tiempo fueron de utilidad, pero hoy ya no. Me inclino y toco el suelo, lo limpio con mis yemas, y sin dejar de hacerlo, volteo hacia la lámpara que cuelga, vencida ya por los años y por la soledad. Sonrío.

Bajo con más calma de la necesaria volteando a derecha e izquierda, y la veo ahí, ligeramente fuera de la casa, ni quieta ni impaciente. Me sonríe como yo lo hice antes, y me pregunta cómo me siento. Lo pienso unos segundos antes de responder, pues no quiero hacerlo como acostumbran los que no lo piensan y soltarle sin más un bien, cuando en realidad la verdadera respuesta es otra. Y le digo que me siento extraño, que esta visita casual me dijo mucho más de lo que le diría a cualquier otro que se interesara por entrar en las estancias y andar por los corredores del número 34 de la calle principal, pero que me dijo muy poco acerca de quién soy ahora. Claro, me marcó, eso es definitivo, pues aquí estuvimos mis padres, mis hermanos y yo. Pero no lo hizo lo suficiente como para que no quisiera salir por la nostalgia o por la identificación mutua. Una gran etapa, lo admito, pero sólo una etapa.

Hoy tengo otro lugar que me acoge, y mi familia ha crecido tanto que, incluso sabiendo que ya algunos se han ido, me siento perfecto con lo que tengo y lo que soy, me siento feliz. Le digo que gracias a ella y al que nos puso en el mismo camino he podido enfrentar miedos y tribulaciones, todas las vicisitudes de esta historia, y que eso me hace sentirme pleno.

La invito a subir al auto, le hago una caravana que le roba una sonrisa y la vieja broma, dicha tantas veces pero siempre oportuna, y ella sube y me espera. Me dirijo al lado del conductor y, justo cuando abro la puerta, escucho las risas de unos niños, las voces de unos padres y el calor y la luz de una casa viva. No quiero voltear, porque sé que está allí, dentro de las paredes despintadas y el polvo de años, y prefiero recordarla como en sus mejores tiempos, cuando en ella me sentía seguro. Subo y sigo sin voltear, pero voy contento porque tengo todo lo que necesito, y soy quien debo ser.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Bastateeeee inspiracion!!

Muy lindo escrito!
como siempre...!!!!!

Felicidades!

Cuidate un abrazo!!

bye bye

pato

Cecy dijo...

hola hola!!

q bonitos recuerdos!! es muy emotivo!!

no dejes de compartir con nosotros ese don q el Señor t ha dado!! claro tampoco los demás!!

cuidate mucho y esperaré el próximo!

q tengas lindo día!!

Anónimo dijo...

nOOLEEdiigaz
aNNaaddiieeperOO
ste...ziimeizo
aaastaLlOOOrarr*
:(...estamuiilleno
de "RECUERDOS"
...zq creOtOi un
pOOCOO chiipiL
jeejjejje...muiibonito
sergio....


biie
vO*

Sergio dijo...

¡Hola madre, Cecy y Vo!

Pues sí, para este escrito me basé en muchos de mis rcuerdos, claro, pero sobre todo en la necesidad de compartir tantas cosas con todos ustedes.

Quería plasmar sentimientos que estoy seuro todos hemos sentido alguna vez.

¡Qué bueno que se haya podido!

¡Un abrazo enorme a las tres! A la una, a las dos... perdón, mal chiste. Jajajaja.

¡Beso y abrazo! ¡Adiós!