domingo, 17 de febrero de 2008

Artículo

Este escrito fue publicado, como otros anteriores, en la página Concilio del SAX en el Diario de Xalapa (ver link en el costado). La fecha de salida es la de hoy.

¿Cuál es el camino?
Sergio Pérez Portilla

Es innegable que existen ciertos actos humanos que no gozan de plena aceptación, aun cuando podamos establecer puntos que aminoren la carga de responsabilidad que en sí tienen dichos actos. Es decir, no podemos negar que hay actos buenos y malos, por lo que se hace necesario, y a todos atañe, el reflexionar sobre el bien y el mal, y actuar en consecuencia de dicha especulación.
Hablar de bien y mal a muchos parecerá infructuoso, sobre todo porque el mundo actual es lo suficientemente relativista como para aceptar que existe una regla de oro que haga concordar las acciones de todos los hombres; pero cuando observamos con detenimiento los resultados de las decisiones individuales o políticas y sus efectos –los inconvenientes, por supuesto– en el mismo individuo y en la sociedad, se ve esa necesidad que arriba planteábamos: debemos preguntarnos qué es el bien y qué el mal.
El bien es siempre aquello que realiza al hombre, que lo hace ser precisamente humano, y el mal es lo que actúa de forma contraria. Parece que este acercamiento bien puede proponernos un guión.
En la antigüedad el bien era concebido como lo artístico y, por extensión, con el artista, sea cual fuere su profesión, porque se creía que la técnica era lo que realizaba a los hombres: de aquí el famoso virtuosismo, el decir que cierta persona ha nacido para ser músico, o pintor o jardinero o zapatero y para nada más. Y seguimos en la misma línea primera, pues se trata de que el hombre haga lo que le corresponde hacer. Mas no sólo es lo que le corresponde hacer, sino también lo que le corresponde ser. Por esto se pensó en otro tipo de bien. Ya no era la realización del hombre crear de acuerdo con un genio propio, sino haber sido creado, y por tanto actuar desde aquí, de acuerdo con un modelo, con una idea, y mientras el hombre respetara esta naturaleza, actuara conforme a la idea que su creador había tenido, entonces actuaba bien. Aquí encontramos a Platón y a san Agustín, por ejemplo.
El bien resultó estar en un nivel práctico, primero, y luego en uno ontológico. Pero éstos no agotan al bien, pues incluso hemos dicho antes que nos referimos a los actos humanos, y éstos se encuentran en el plano ético, y este plano se encuentra en el ámbito antropológico. No queremos ser relativistas como el mundo en el que vivimos, pues no vamos a decir como Protágoras que el hombre es la medida de todas las cosas tal como hoy se quiere entender, pero sí que en él se encuentra su misma realización.
La contraparte del bien, el mal, se ve también reflejada en los dominios mencionados, pues hay males físicos, naturales, lógicos, ontológicos y morales. Algunas veces estos males son llamados sencillamente errores. El mal que nos concierne en estos momentos es el moral. Cuando hablamos de actos moralmente malos, éticamente malos, entendemos inmoralidad y por tanto desviamos nuestra mirada a la religión, como diciendo que son sermones de viejitos, pero debemos recordar que la religión tiene su sustento en el hombre mismo y en su sociedad. Es decir, la religión, sea cual sea, responde a los anhelos que todo hombre contiene en su interior.
Ahora bien, el mal será lo que no deja al hombre realizarse en ninguna de sus dimensiones: biológica, psicológica, social y espiritual. Si algo daña la corporeidad del hombre, eso es un mal. El cuerpo es más que un constitutivo del hombre, es el hombre mismo, pues el cuerpo sin alma no es hombre, ni el alma sin cuerpo lo es. Por eso el hombre es unidad alma-cuerpo, más que unión de alma y cuerpo. Si algo daña la psicología humana, las facultades del alma, también es un mal. Si existe un acto que no tan sólo debilite sino que imposibilite o rompa el lazo natural de relación humana, ese acto bien puede ser juzgado como malo. Por último, si podemos encontrar un tipo de acciones y decisiones que hagan al hombre enterrarse en su aquí y ahora, y hacerlo olvidarse de que en él existe la imperiosa necesidad de trascender y trascenderse, también debemos ser cautos y críticos, discerniendo qué hacer y qué no. Todos estos males deben ser vistos con objetividad, ni con extremismos ni con laxismos.
A todos atañe, pues, reflexionar acerca del bien y del mal, porque son dos caminos diferentes, el primero lleva a la realización del hombre, y el segundo a su frustración.

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