lunes, 6 de octubre de 2008

Así fue


Historia e historias
Sergio Pérez Portilla

Leí la contraportada del pequeño libro y alcé la mirada: ahí estaba la luna en su cuarto creciente, justo frente a mí. La vi diferente, quizá por lo que acababa de leer, quizá por lo que acababa de rememorar, por las circunstancias similares, por el latir de mi corazón, por la luz mortecina o por la distancia que increíblemente es tanta y tan poca. Esperé el autobús mientras seguía pensando en esas líneas. Era ya tarde, y sólo un joven estaba cerca de mí, pues la mujer que esperaba antes de mi llegada eligió un taxi y se fue a descansar unos minutos más. El muchacho escuchaba música con unos audífonos, y me pregunté si sería un teléfono o un reproductor de mp3 cualquiera. Le calculé unos 17 años y deduje que no hacía mucho se había despedido de su novia, que había aprovechado hasta el último momento. Su novia se habría quedado recargada en el marco de su puerta viéndolo doblar la esquina, y hasta entonces se metió a su casa y cerró con llave.

Por su parte, la mujer que se fue en taxi seguramente habría salido de trabajar un turno doble en un trabajo que paga casi la mitad de lo justo, aunque sea lo legal. Pero a esta hora no tiene muchas opciones, pues es muy probable que su casa esté en la periferia y los autobuses que van hacia allá han dejado de pasar hace mucho. El taxi le quitaría el dinero que de vez en cuando usa para un refresco o un jugo a media mañana, cuando lo poco desayunado ya ha sido digerido, y es muy temprano para comer. Pero no hay de otra, ya debe llegar a su casa.

Volví a ver el libro de pasta negra. Hoy, además, no había ni brisa ni llovizna, ni siquiera el discreto bochorno capitalino. Hoy simplemente era hoy. Pude ver a lo lejos el reflejo del semáforo, cómo cambiaba del rojo al verde y cómo los autos comenzaron a avanzar. Pocos, ciertamente, muy pocos, pero ya he dicho antes que era tarde, cerca de las once de la noche. Un coche pasó veloz junto a mí, e imaginé que quien iba en él era alguien que me veía y se preguntaba qué estaría pensando y hacia dónde iría, cuál era mi origen y mi destino, y a partir de ahí yo era parte de su historia, como lo fue la mujer del taxi de la mía, como lo fue el joven que, sentado, seguía esperando con sus audífonos. Era yo simplemente una pieza de su rompecabezas, como ella lo era de la mía.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

hola sergio!!
suena interesante lo q mencionas, pues sin kerer o imaginar formas parte en la historia de la gente q coincide en tu camino, así como ellos en la tuya, claro siempre y cuando notes su presencia...

cuidate much y espero vernos pronto =D

sigue compartiendo con nosotros el don q Xto t ha dado!!!

Sergio dijo...

Así es, Cecy, siempre y cuando notemos la presencia del otro.

Gracias, como siempre, por acompañarnos en la velada.

¡Nos vemos pronto!