Este escrito se dio porque a quien va dirigido le causó desconcierto el final de El parque, y me pidió que propusiera algo diferente. Espero que sea interesante.
La banca
Sergio Pérez Portilla
para Ariadna
Lo primero que vio fue su espalda, un poco caída ya por la edad, pero ancha e inconfundible. Estaba solo en la banca, esperando como siempre, volteando a un lado y a otro, paciente en su impaciencia. Ya lo conocía, sabía que ya tenía rato ahí sentado porque acostumbraba llegar temprano a sus citas, cuando menos puntual, y solía esperar durante 20 ó 30 minutos por lo menos. Era ya anecdótico el que una vez esperó a alguien por más de una hora, y cuando estaba a punto de marcharse, en una de sus ojeadas, vio venir a su amigo. Le costó sonreírle de inmediato, pero al cabo de un rato ya estaban disfrutando de un café y bromeando como siempre. Así que se acercó esquivando a los pequeños que jugaban con sus padres una especie de fútbol en el que no había más regla que esta: el hijo siempre gana.
La sonrisa brotó imperceptible para el pensamiento pero grata para la vista. No le habló, sólo colocó sus manos en los hombros cubiertos con una gabardina café, en una especie de masaje que si bien no era para nada profesional, sí era por demás significativo. Había más de 30 años de diferencia entre el anciano de la banca y la recién llegada, pero su trato denotaba una confianza que excedía cualquier límite temporal. No hubo palabras, ni una sola, ¿para qué si con el tacto, con el olor, con la certeza que brinda la presencia se está diciendo más de lo que se puede expresar con la voz?
¿Habría pensado que nadie iba a venir? Seguramente sí. Pero en el fondo de su corazón esperaba que llegara ella, que llegaran los demás. ¿Habría vuelto a su hogar si las nubes hubieran abierto su vientre dándole paso a su sangre transparente? No, eso no, pues eso nunca le había molestado. Por el contrario, disfrutaba sentir en sus manos y en su cara la caricia de cada gota de vida.
Y ahí estaban, él sentado en la banca, feliz, y ella abrazándolo ahora, regalándole su presencia, sin interesarse en los árboles, en la fuente, en las casas, sólo en él.
La banca
Sergio Pérez Portilla
para Ariadna
Lo primero que vio fue su espalda, un poco caída ya por la edad, pero ancha e inconfundible. Estaba solo en la banca, esperando como siempre, volteando a un lado y a otro, paciente en su impaciencia. Ya lo conocía, sabía que ya tenía rato ahí sentado porque acostumbraba llegar temprano a sus citas, cuando menos puntual, y solía esperar durante 20 ó 30 minutos por lo menos. Era ya anecdótico el que una vez esperó a alguien por más de una hora, y cuando estaba a punto de marcharse, en una de sus ojeadas, vio venir a su amigo. Le costó sonreírle de inmediato, pero al cabo de un rato ya estaban disfrutando de un café y bromeando como siempre. Así que se acercó esquivando a los pequeños que jugaban con sus padres una especie de fútbol en el que no había más regla que esta: el hijo siempre gana.
La sonrisa brotó imperceptible para el pensamiento pero grata para la vista. No le habló, sólo colocó sus manos en los hombros cubiertos con una gabardina café, en una especie de masaje que si bien no era para nada profesional, sí era por demás significativo. Había más de 30 años de diferencia entre el anciano de la banca y la recién llegada, pero su trato denotaba una confianza que excedía cualquier límite temporal. No hubo palabras, ni una sola, ¿para qué si con el tacto, con el olor, con la certeza que brinda la presencia se está diciendo más de lo que se puede expresar con la voz?
¿Habría pensado que nadie iba a venir? Seguramente sí. Pero en el fondo de su corazón esperaba que llegara ella, que llegaran los demás. ¿Habría vuelto a su hogar si las nubes hubieran abierto su vientre dándole paso a su sangre transparente? No, eso no, pues eso nunca le había molestado. Por el contrario, disfrutaba sentir en sus manos y en su cara la caricia de cada gota de vida.
Y ahí estaban, él sentado en la banca, feliz, y ella abrazándolo ahora, regalándole su presencia, sin interesarse en los árboles, en la fuente, en las casas, sólo en él.
2 comentarios:
Sin lugar a dudas es un relato muy bello el que hoy planteas, hoy tienen rostro los personajes, y hubiese querido que fuera diferente, pero en la vida las cosas son así y punto, dejas ver mucha alegría en ese relato, principalmente en el final y sinceramente, como el amigo que te quiere espero pues que así sea siempre, que seas muy feliz.
Todo buen compositor requiere de algo que lo inspire, una musa, un paisaje, una emoción, sin lugar a dudas lo has encontrado.
Un abrazo amigo, un fuerte y fraternal abrazo.
La inspiración es múltiple, así debe serlo. Este escrito es de mayo del 2007. ¡Muchas gracias por leerme!
Publicar un comentario