El regalo más grande
Sergio Pérez Portilla
La mayoría de nuestros niños se levantaron hoy con la ilusión de saber “qué les trajeron los Reyes”, no todos, pero sí muchos. La envoltura y la caja hoy no sirven para nada, lo que importa es lo que viene dentro: la muñeca, el carrito, todo tipo de juegos. Y es que celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, es decir, la manifestación del que recién había nacido. La Epifanía y la Navidad son fiestas hermanas. En algunos lugares del mundo se le llama a la Epifanía “pequeña navidad”, y en otras a la Navidad “pequeña epifanía”, esto depende de la tradición más arraigada. Con nosotros, la Navidad es más pomposa y la Epifanía aparece un poco abajo, aunque no deja de ser importante. Pero hablábamos de los regalos. Según el evangelio de Mateo, unos magos de Oriente –que luego fueron llamados reyes, resultaron ser 3 y hasta nombre recibieron, vaya, hasta sus huesos están en Colonia, Alemania– llegaron a Jerusalén buscando al pequeño rey de los judíos, pues habían visto su estrella y la habían seguido hasta esas tierras con la intención de adorarlo. Después de unos contratiempos, dieron con él, lo encontraron en una casa con su madre y al momento se arrodillaron y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra.
Es el relato anterior el que da pie a nuestra tradición de ofrecer regalos en este día a nuestros pequeños, aunque el fundamento a veces va siendo relegado, la marca siempre permanecerá: es al niño Jesús a quien desde lejos han venido los magos a adorar y entregarle dones porque se ha manifestado a todo el mundo, se ha dado a conocer su nacimiento y, por tanto, el acontecimiento de la salvación que llega a los hombres y mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos. También esto representan los magos, según la tradición y según las reflexiones de algunos santos Padres: la universalidad del mensaje de salvación.
Pero, ¿quién habrá recibido el regalo más grande de todos? Grande no en tamaño, claro, sino en importancia. Si lo pusiéramos en términos económicos sería el más caro, pero no vamos por ahí. Si fuera en términos de practicidad, pues el que nos sirviera quizá por más tiempo e hiciera el diario laborar un poco menos pesado. Si fuera en términos…, ¿en qué términos debemos hablar? En todos y en ninguno. En todos porque es un regalo que deberá abarcar todas las áreas en que nos desenvolvemos, pero en ninguno porque no puede estar, por lo mismo, limitado por ningún ámbito, no puede ser relativo.
El regalo más grande lo ha recibido la humanidad entera, cada uno de nosotros, el mundo mismo, la creación entera. El regalo más grande es el que nos ha dado a todos el Padre que tenemos en común, y, sin hacer distinciones, nos ha dado el único y más grande regalo, el más necesario, el más costoso, el más bello, el mejor: Jesucristo, su hijo.
Es, pues, la Epifanía una fiesta, y los regalos lo afirman: fiesta donde celebramos la manifestación del pequeño Jesús a todos los hombres. Celebramos su humanidad y su divinidad. Se recuerda su Bautismo y su primer milagro como parte de esta manifestación, pero hoy ponemos énfasis en este acontecimiento: la luz de Dios ha sido vista por todos, y este es y seguirá siendo el regalo más grande de todos.
Sergio Pérez Portilla
La mayoría de nuestros niños se levantaron hoy con la ilusión de saber “qué les trajeron los Reyes”, no todos, pero sí muchos. La envoltura y la caja hoy no sirven para nada, lo que importa es lo que viene dentro: la muñeca, el carrito, todo tipo de juegos. Y es que celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, es decir, la manifestación del que recién había nacido. La Epifanía y la Navidad son fiestas hermanas. En algunos lugares del mundo se le llama a la Epifanía “pequeña navidad”, y en otras a la Navidad “pequeña epifanía”, esto depende de la tradición más arraigada. Con nosotros, la Navidad es más pomposa y la Epifanía aparece un poco abajo, aunque no deja de ser importante. Pero hablábamos de los regalos. Según el evangelio de Mateo, unos magos de Oriente –que luego fueron llamados reyes, resultaron ser 3 y hasta nombre recibieron, vaya, hasta sus huesos están en Colonia, Alemania– llegaron a Jerusalén buscando al pequeño rey de los judíos, pues habían visto su estrella y la habían seguido hasta esas tierras con la intención de adorarlo. Después de unos contratiempos, dieron con él, lo encontraron en una casa con su madre y al momento se arrodillaron y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra.
Es el relato anterior el que da pie a nuestra tradición de ofrecer regalos en este día a nuestros pequeños, aunque el fundamento a veces va siendo relegado, la marca siempre permanecerá: es al niño Jesús a quien desde lejos han venido los magos a adorar y entregarle dones porque se ha manifestado a todo el mundo, se ha dado a conocer su nacimiento y, por tanto, el acontecimiento de la salvación que llega a los hombres y mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos. También esto representan los magos, según la tradición y según las reflexiones de algunos santos Padres: la universalidad del mensaje de salvación.
Pero, ¿quién habrá recibido el regalo más grande de todos? Grande no en tamaño, claro, sino en importancia. Si lo pusiéramos en términos económicos sería el más caro, pero no vamos por ahí. Si fuera en términos de practicidad, pues el que nos sirviera quizá por más tiempo e hiciera el diario laborar un poco menos pesado. Si fuera en términos…, ¿en qué términos debemos hablar? En todos y en ninguno. En todos porque es un regalo que deberá abarcar todas las áreas en que nos desenvolvemos, pero en ninguno porque no puede estar, por lo mismo, limitado por ningún ámbito, no puede ser relativo.
El regalo más grande lo ha recibido la humanidad entera, cada uno de nosotros, el mundo mismo, la creación entera. El regalo más grande es el que nos ha dado a todos el Padre que tenemos en común, y, sin hacer distinciones, nos ha dado el único y más grande regalo, el más necesario, el más costoso, el más bello, el mejor: Jesucristo, su hijo.
Es, pues, la Epifanía una fiesta, y los regalos lo afirman: fiesta donde celebramos la manifestación del pequeño Jesús a todos los hombres. Celebramos su humanidad y su divinidad. Se recuerda su Bautismo y su primer milagro como parte de esta manifestación, pero hoy ponemos énfasis en este acontecimiento: la luz de Dios ha sido vista por todos, y este es y seguirá siendo el regalo más grande de todos.
Por cierto, siguen los vientos y el frío, ¡abracémonos más!
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