Reflexiones en torno a la oración
Sergio Pérez Portilla
Orar es saberse en casa. El que ora debe llegar a un momento en el que la paz y la confianza que lo inundan son tales que puede decir “estoy en casa”. Es la presencia de Dios, es la patria a la que pertenecemos de verdad, es el hogar que se manifiesta en el seno materno, en los brazos amorosos, en la mente y en el corazón perfectos, es el cielo, ahí, ahí justamente donde está el único al que podemos llamar Padre sin ningún temor, sin ninguna desconfianza, con plena certeza, ahí donde está el rostro del Creador, del que somos imagen y semejanza.
Orar es sentirse en casa. No hace falta un lugar específico, puede ser el llano de la soledad o el abismo de la frustración, puede ser el bosque de la esperanza o el mar de la tranquilidad, el que ora sabe que ahí, sentado o de pie, arrodillado, abriendo los ojos o cerrando la boca, contemplando o con reverencia manifiesta, se siente de verdad en su lugar, siente que pertenece no al entorno sino al que le habla y a la vez lo escucha, al que le sonríe y a la vez le enseña a amar, amar de verdad.
Orar es quererse en casa. El que ha encontrado su hogar, el que conoce el lugar al que pertenece, el que viviendo en oración se siente en verdad en familia, él no hace otra cosa sino desear estar ahí. Vale más un día en la presencia del Señor que toda una vida rodeado de riquezas que sólo son tales en este mundo tan cambiante y efímero. Un día en la presencia del que es el verdadero Bien hace saber que no se puede desear otra cosa que estar con él, en el corazón se arraiga y en la mente se llega al conocimiento pleno, al sentido de la vida, a la vida misma. Orar es saberse en casa, sentirse en casa, quererse en casa.
Sergio Pérez Portilla
Orar es saberse en casa. El que ora debe llegar a un momento en el que la paz y la confianza que lo inundan son tales que puede decir “estoy en casa”. Es la presencia de Dios, es la patria a la que pertenecemos de verdad, es el hogar que se manifiesta en el seno materno, en los brazos amorosos, en la mente y en el corazón perfectos, es el cielo, ahí, ahí justamente donde está el único al que podemos llamar Padre sin ningún temor, sin ninguna desconfianza, con plena certeza, ahí donde está el rostro del Creador, del que somos imagen y semejanza.
Orar es sentirse en casa. No hace falta un lugar específico, puede ser el llano de la soledad o el abismo de la frustración, puede ser el bosque de la esperanza o el mar de la tranquilidad, el que ora sabe que ahí, sentado o de pie, arrodillado, abriendo los ojos o cerrando la boca, contemplando o con reverencia manifiesta, se siente de verdad en su lugar, siente que pertenece no al entorno sino al que le habla y a la vez lo escucha, al que le sonríe y a la vez le enseña a amar, amar de verdad.
Orar es quererse en casa. El que ha encontrado su hogar, el que conoce el lugar al que pertenece, el que viviendo en oración se siente en verdad en familia, él no hace otra cosa sino desear estar ahí. Vale más un día en la presencia del Señor que toda una vida rodeado de riquezas que sólo son tales en este mundo tan cambiante y efímero. Un día en la presencia del que es el verdadero Bien hace saber que no se puede desear otra cosa que estar con él, en el corazón se arraiga y en la mente se llega al conocimiento pleno, al sentido de la vida, a la vida misma. Orar es saberse en casa, sentirse en casa, quererse en casa.
2 comentarios:
Exactamente eso es la oración. Que lindo a ver llegado a esa reflexión con la experiencia.
En horabuena.
A veces cuesta mucho orar, pero en cuanto se logra no queda nada más que disfrutar. ¡Muchas gracias!
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