Rojo
Sergio Pérez Portilla
Se acerca la medianoche: el silencio empieza a ser más denso; la oscuridad, fresca, constante e imperturbable; los sueños, gaviotas que se elevan sobre la mar. No hay ronda ni estrellas, la luz de la ciudad las opacan. Hay un cierto olor a desconfianza.
Sergio Pérez Portilla
Se acerca la medianoche: el silencio empieza a ser más denso; la oscuridad, fresca, constante e imperturbable; los sueños, gaviotas que se elevan sobre la mar. No hay ronda ni estrellas, la luz de la ciudad las opacan. Hay un cierto olor a desconfianza.
Una manta cubre a un hombre, y sólo unos periódicos lo separan del piso.
Los autos, cada vez más veloces y cada vez en menor número, semejan cigarras con su motor, jadeos con sus llantas, susurros con su partida. Allá, sobre la acera, recargada en una pared, una mujer enciende un cigarrillo mientras saluda a alguien. El semáforo cambia. Nos vemos luego.
Los autos, cada vez más veloces y cada vez en menor número, semejan cigarras con su motor, jadeos con sus llantas, susurros con su partida. Allá, sobre la acera, recargada en una pared, una mujer enciende un cigarrillo mientras saluda a alguien. El semáforo cambia. Nos vemos luego.
2 comentarios:
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