Hola, un saludo a todos. Les comparto un escrito acerca de la salvación. Espero sus comentarios.
La bendición de Dios
Sergio Pérez Portilla
Dijo Yahvé a Moisés: Di esto a Aarón y a sus hijos: «Así habéis de bendecir a los israelitas. Les diréis:
Que Yahvé te bendiga y te guarde; que ilumine Yahvé su rostro sobre ti y te sea propicio;
que Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz. Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.»
Nm 6, 22-27
El judío, basado en toda su vivencia, sabe que si invoca sobre sí el Nombre de Dios, obtendrá su bendición y su protección divina. Muchos nombres tenían sobre sí el Nombre: Ismael (Dios ha escuchado), Isaías (Yahvéh es ayuda), Gabriel (mi poder –potencia– es Dios), Emmanuel (con nosotros Dios), Mateo (don de Dios), entre otros, lo que indicaba su adhesión y su fe en el Nombre del Señor. El cristiano, llevando este mismo pensamiento hasta el que manifiesta al Padre, hasta el Hijo, sabe que si invoca el nombre de Jesús, obtendrá las mismas gracias y bendiciones, y todas ellas se condensan en la salvación eterna.
Al encarnarse Jesucristo, la frontera entre el cielo y la tierra quedó hecha nada, haciendo así el Señor al hombre capaz de la eternidad, de la presencia de Dios. ¿Cómo ha sido esto? Jesús es el Verbo de Dios, Dios mismo (cfr. Jn 1, 1), que se hace como los hombres para que éstos se enriquezcan y puedan entrar en la gloria de Dios (cfr. Rm 5, 1-2), pues nos ha reconciliado con Él (cfr. Col 1, 21-22). Así, el hombre encuentra su salvación en el nombre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Jesús es el Hijo de Dios por su gloria y por naturaleza: Jesús es Dios (cfr. Lc 1, 32.43). Cuestionaba a sus discípulos sobre lo que ellos y la gente decían acerca de su naturaleza, y muchos lo veían como un profeta, como un gran hombre, incluso como una cierta reencarnación de algún personaje importante de Israel. Mas Pedro levanta su voz y lo reconoce como el Hijo de Dios vivo (cfr. Mt 16, 16). Lo escrito en la Palabra revelada está consignado para dar testimonio de esta verdad (cfr. Jn 20, 30-31). Ningún hombre puede obtener la perfección por sí mismo, pues por mera definición él es imperfecto, limitado y ella una plenitud, una realidad sin límites. El hombre, de igual manera, no puede proveerse la salvación, porque ésta requiere de Dios. Por eso decimos que Jesús es Dios, porque si fuera sólo un hombre como nosotros, entonces no podría habernos provisto de los dones y la gracia necesarios para adentrarnos de forma plena en la realidad divina. El acontecimiento que marca la diferencia entre los hombres y Jesús es la resurrección.
Pero Jesús no es únicamente Dios, sino también hombre verdadero, no es Dios vestido de hombre, sino Dios encarnado (cfr. Jn 1, 14), es decir, hecho hombre. Nació de una mujer (cfr. Ga 4, 4), nació dependiendo de ella: desde su concepción su alimento lo recibió a través de la sangre y del ser mismo de esa mujer; nació y fue un niño normal, común, como cualquier otro; creció y fue adquiriendo estatura, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres (cfr. Lc 2, 52). Tuvo todas las necesidades y sentimientos humanos: alegrías, tristezas, desesperación, angustia, cansancio, sueño, hambre, enojos. En fin, Jesús fue un verdadero hombre. ¿Esto lo degrada? No, de ninguna manera. Lo ubica, lo coloca como el único mediador entre los hombres y Dios en lo que a la salvación se refiere (cfr. 1Tm 2, 1-6a).
Es, entonces, Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, y en Él se encuentra nuestra salvación. Una lectura compartida entre Mateo y Lucas dice lo siguiente:
Al encarnarse Jesucristo, la frontera entre el cielo y la tierra quedó hecha nada, haciendo así el Señor al hombre capaz de la eternidad, de la presencia de Dios. ¿Cómo ha sido esto? Jesús es el Verbo de Dios, Dios mismo (cfr. Jn 1, 1), que se hace como los hombres para que éstos se enriquezcan y puedan entrar en la gloria de Dios (cfr. Rm 5, 1-2), pues nos ha reconciliado con Él (cfr. Col 1, 21-22). Así, el hombre encuentra su salvación en el nombre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.
Jesús es el Hijo de Dios por su gloria y por naturaleza: Jesús es Dios (cfr. Lc 1, 32.43). Cuestionaba a sus discípulos sobre lo que ellos y la gente decían acerca de su naturaleza, y muchos lo veían como un profeta, como un gran hombre, incluso como una cierta reencarnación de algún personaje importante de Israel. Mas Pedro levanta su voz y lo reconoce como el Hijo de Dios vivo (cfr. Mt 16, 16). Lo escrito en la Palabra revelada está consignado para dar testimonio de esta verdad (cfr. Jn 20, 30-31). Ningún hombre puede obtener la perfección por sí mismo, pues por mera definición él es imperfecto, limitado y ella una plenitud, una realidad sin límites. El hombre, de igual manera, no puede proveerse la salvación, porque ésta requiere de Dios. Por eso decimos que Jesús es Dios, porque si fuera sólo un hombre como nosotros, entonces no podría habernos provisto de los dones y la gracia necesarios para adentrarnos de forma plena en la realidad divina. El acontecimiento que marca la diferencia entre los hombres y Jesús es la resurrección.
Pero Jesús no es únicamente Dios, sino también hombre verdadero, no es Dios vestido de hombre, sino Dios encarnado (cfr. Jn 1, 14), es decir, hecho hombre. Nació de una mujer (cfr. Ga 4, 4), nació dependiendo de ella: desde su concepción su alimento lo recibió a través de la sangre y del ser mismo de esa mujer; nació y fue un niño normal, común, como cualquier otro; creció y fue adquiriendo estatura, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres (cfr. Lc 2, 52). Tuvo todas las necesidades y sentimientos humanos: alegrías, tristezas, desesperación, angustia, cansancio, sueño, hambre, enojos. En fin, Jesús fue un verdadero hombre. ¿Esto lo degrada? No, de ninguna manera. Lo ubica, lo coloca como el único mediador entre los hombres y Dios en lo que a la salvación se refiere (cfr. 1Tm 2, 1-6a).
Es, entonces, Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, y en Él se encuentra nuestra salvación. Una lectura compartida entre Mateo y Lucas dice lo siguiente:
(…) el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Mt 1, 20b-21
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús (…) » Lc 1, 30-31
El Espíritu del Señor cubrió a María y resultó fecundada del Hijo de Dios. El nombre que había de llevar era Jesús, que significa “el Señor (Yahvéh) salva (libera)”. Ésa era la misión de Jesús: salvar, ofrecer la salvación de parte de Dios, a todos los hombres mediante su pasión, muerte y resurrección. Siendo hombre, Verbo encarnado, esclarece el misterio de los hombres a ellos mismos, su ser y su vocación (cfr. GS # 22). Siendo Dios presenta al Padre a los hombres, pues quienes lo ven están viendo al Padre (cfr. Jn 1, 18; 14, 9b), es decir, descubre el misterio de Dios, lo revela (cfr. DV # 2). Siendo Jesús él mismo, asumiendo su más profunda identidad, pone al alcance de la presencia del hombre la entrada en la presencia de Dios, siendo Él presencia en su única persona de esas dos realidades, de esas dos naturalezas.
La salvación es la bendición última de Dios, la consagración más perfecta, la santificación en toda la extensión de la palabra, que los hombres pueden obtener por la entrega del Hijo, que nos hace hijos por la gracia.
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Biblia
Mt- Evangelio según san Mateo
Jn- Evangelio según san Juan
Lc- Evangelio según san Lucas
Nm- Libro de os Números
Rm- Carta a los Romanos
Ga- Carta a los Gálatas
1Tm- Primera carta a Timoteo
Magisterio
DV- Constitución Dogmática Dei Verbum, del Concilio Vaticano II
GS- Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II
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