Inspiración
Sergio Pérez Portilla
Mientras sueñas con quimeras y belerofontes, mientras camino con alpargatas rotas y cansadas, mientras el punto y aparte no llega y sigue la lluvia bañando la tierra, te busco en la oscuridad. Te voy buscando a tientas, con los ojos bien abiertos, ojos que no distinguen nada, manos que no te alcanzan. Ahora vacilas, dudas y vuelves a dormir, y el punto y aparte llega.
La lluvia cesa y la tierra canta, la flor despierta. Todas las noches veo hacia el sur, buscando trirremes que ayuden en nuestras batallas, y alcanzo pacíficos navíos que se vuelven canoas y luego orillas, y luego tierra infértil. Estiro mi mano y te encuentro. Te sacudo e intento despertarte, pero callas y tu huella, antes indeleble, se vuelve temblor, y la blanca ansiedad sigue esperando.
Corro, contigo en brazos, de la tierra infértil a la orilla, de la orilla a la canoa y de aquí al navío. Expulso a los mercaderes y lo convierto en belicoso cuartel, y lo dirijo al sur. ¡Vamos!
Llego a la tierra que es luz, bajo contigo y te coloco sobre el suelo. Abres los ojos, te extrañas y comienzas a despertar. Un suave perfume sube desde las entrañas de las rocas hasta el cielo azul. Te levantas, bailas, corres, vives. ¡Estás conmigo de nuevo!
Sergio Pérez Portilla
Mientras sueñas con quimeras y belerofontes, mientras camino con alpargatas rotas y cansadas, mientras el punto y aparte no llega y sigue la lluvia bañando la tierra, te busco en la oscuridad. Te voy buscando a tientas, con los ojos bien abiertos, ojos que no distinguen nada, manos que no te alcanzan. Ahora vacilas, dudas y vuelves a dormir, y el punto y aparte llega.
La lluvia cesa y la tierra canta, la flor despierta. Todas las noches veo hacia el sur, buscando trirremes que ayuden en nuestras batallas, y alcanzo pacíficos navíos que se vuelven canoas y luego orillas, y luego tierra infértil. Estiro mi mano y te encuentro. Te sacudo e intento despertarte, pero callas y tu huella, antes indeleble, se vuelve temblor, y la blanca ansiedad sigue esperando.
Corro, contigo en brazos, de la tierra infértil a la orilla, de la orilla a la canoa y de aquí al navío. Expulso a los mercaderes y lo convierto en belicoso cuartel, y lo dirijo al sur. ¡Vamos!
Llego a la tierra que es luz, bajo contigo y te coloco sobre el suelo. Abres los ojos, te extrañas y comienzas a despertar. Un suave perfume sube desde las entrañas de las rocas hasta el cielo azul. Te levantas, bailas, corres, vives. ¡Estás conmigo de nuevo!
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