Comparto una pequeña parte de mi vida.
Hace 11 años, el fin de semana que empezó un día como hoy, 27 de diciembre, tuve una experiencia que marcó y cambió mi vida. Era el año 1996 –¡cómo pasa el tiempo!–, y fui invitado a un encuentro, un retiro que se llama Fe y conversión. La cita era a las 4 de la tarde, llegué un poco antes para confirmar la inscripción y por lo que hiciera falta. Me encontré con un par de amigos que también vivirían el fin de semana. Recuerdo que llegué, puesto que ya había vivido un retiro el año anterior (también en diciembre), con una actitud negativa, pensando que ya todo lo sabía, pero poco a poco fui cediendo a la realidad de lo nuevo, de aquello que hace plantearse preguntas y buscar infatigablemente las respuestas, aquello que mueve.
Éramos pocos los participantes debido a la fecha misma, pero verdaderamente resultó ser una vivencia como pocas: charlas que alguna vez devenían diálogos, dinámicas individuales y grupales, cantos, risas, oración, verdadera oración. En realidad marcó y cambió mi vida porque después de vivirlo comencé a participar en diferentes actividades dentro del grupo –Escuela de evangelización de Catedral, por cierto–, actividades propias de un grupo de Iglesia, pero también actividades propias de compañeros y amigos.
Empecé a crecer en este grupo, empezó a madurar mi fe, y aunque aún falta mucho, sé que en realidad falta lo justo. Mientras esté aquí, siempre faltará muchísimo, pero no implica que sea algo desproporcionado a las fuerzas que nos son otorgadas de lo alto.
Aquel fin de semana, el domingo después de regresar del encuentro juvenil, me sentía motivado. Algo comenzó a crecer en mi interior, un algo que era como una chispa que después, y poco a poco, se hizo como una pequeña fogata.
Han pasado once años, la fogata a veces ha estado a punto de apagarse porque el sereno de la noche oscura la ha amenazado, pero siempre ha vuelto a salir el sol, ha secado los troncos y los ha hecho nuevamente aptos para encender con más vigor, con el vigor suficiente para aguantar otra noche y dos noches más.
Esto es sólo una vista panorámica, la vivencia sobrepasa el papel, la experiencia desborda la memoria. Escribo sólo para compartir las maravillas del Padre en este hijo suyo.
Bendito sea Dios por este camino que me ha regalado.
Sergio Pérez Portilla
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