Manifiesto individual
Sergio Pérez Portilla
No puedo adivinar tus pensamientos porque al mirar tu rostro me pierdo en tus labios, me hundo en tus ojos claros, me quedo en tu pelo castaño, rizado, me imagino en tu blanca piel.
A veces me inquieta tu sonrisa traviesa, pues sé que preparas ya una broma o recuerdas lo que por la mañana me dijiste, y yo me sonrojo, sea una u otra, pues el que pienses en mí me hace sentir importante.
Tú sabes que contigo se esconde la cordura –si es que hay alguna, claro está– y huye mi discreción. Claro, como tú no te estremeces al sentir tu aliento, crees que a mí no me pasa nada. Pues te equivocas. Cada vez que me cuentas un secreto, tu voz baja cerca de mí, tu cercanía y tu complicidad, se vuelven simplemente alucinantes.
Alguna vez dije que abriría los ojos para conocer a las aves que me enamoraron con su canto, a los árboles que recibieron el viento en sus ramas y después de acunarlo lo lanzaron más allá, a los grillos que acompañaron mis sueños. Pero hoy sé que nada de eso tiene sentido si tú no estás aquí. Y contigo puedo cerrar los ojos, siempre que tenga tus manos en las mías, claro; o abrirlos, siempre que estés junto a mí, cerca de mí.
Sergio Pérez Portilla
No puedo adivinar tus pensamientos porque al mirar tu rostro me pierdo en tus labios, me hundo en tus ojos claros, me quedo en tu pelo castaño, rizado, me imagino en tu blanca piel.
A veces me inquieta tu sonrisa traviesa, pues sé que preparas ya una broma o recuerdas lo que por la mañana me dijiste, y yo me sonrojo, sea una u otra, pues el que pienses en mí me hace sentir importante.
Tú sabes que contigo se esconde la cordura –si es que hay alguna, claro está– y huye mi discreción. Claro, como tú no te estremeces al sentir tu aliento, crees que a mí no me pasa nada. Pues te equivocas. Cada vez que me cuentas un secreto, tu voz baja cerca de mí, tu cercanía y tu complicidad, se vuelven simplemente alucinantes.
Alguna vez dije que abriría los ojos para conocer a las aves que me enamoraron con su canto, a los árboles que recibieron el viento en sus ramas y después de acunarlo lo lanzaron más allá, a los grillos que acompañaron mis sueños. Pero hoy sé que nada de eso tiene sentido si tú no estás aquí. Y contigo puedo cerrar los ojos, siempre que tenga tus manos en las mías, claro; o abrirlos, siempre que estés junto a mí, cerca de mí.
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