Publicado (hasta donde sé) en la página Concilio del día 4 de abril de 2009. Les deseo una feliz Semana santa.
Una semana diferente
Sergio Pérez Portilla
En el ambiente cristiano se inicia hoy la llamada Semana santa, o como aún recuerdan algunos, la Semana mayor. No es mayor porque tenga más días que las otras 51 semanas del año, pero sí lo es porque los días que esta semana contiene son los más grandes para aquellos que profesan a Jesús de Nazaret como el enviado y ungido por Dios, como el Cristo. Son días en los que por una parte se recuerda el andar cotidiano del hijo de María entre sus coetáneos, y, sobre todo, los momentos que quedaron para la posteridad: su condena por crear conflictos y escisiones entre los judíos, su injusto castigo y su inmerecida pena, y más aún su resurrección como un hecho histórico. Hablemos un poco más de esto.
La fe cristiana declara que en los últimos días de su vida terrena, Jesús realizó ciertas obras: instituyó la Eucaristía, creando a la vez el sacerdocio, y enfatizando que esa entrega visible en el sacramento del pan y del vino, convertidos en su cuerpo y su sangre, no tenía otro motor más que el amor, el mismo amor por el que el Padre eterno había creado todo, y por el que el Espíritu santo continúa vivificando y santificando a los hombres. Pero también se habla de los momentos que a todos mueven: el arresto injustificado, por iniciativa de uno de los que andaban con él, la condena próxima –los azotes– y la condena segunda –la crucifixión–, llevando de esta manera, en unas cuantas horas, a un hombre libre hacia la muerte.
Y quizá hasta aquí la historia no difiera mucho de tantas que conocemos, pero es entonces que sucede algo que no sólo perfecciona lo ya acontecido, sino que también le da el verdadero sentido: Jesucristo resucita. La cruz sería dolor y muerte, y la Eucaristía vendría a ser como un bonito recuerdo, como una comida por un cumpleaños o algo así y nada más. Pero la resurrección de Cristo le enseña al auténtico cristiano que la muerte ha sido vencida, y por eso la cruz no puede seguir representándola; el dolor no es buscado, pero aún así tiene un sentido más alto, más pleno: no quiero sufrir, pero lo hago porque es un camino. No hay que buscar siempre el sufrimiento, pero si nos lo encontramos de frente, no vamos a huir de él. Y la Eucaristía no es sólo una merienda más, sino la auténtica presencia del que ha entregado su cuerpo y su sangre por los que amaba.
Santo significa apartado o separado para Dios, consagrado a Él. Esta Semana es santa porque recordamos lo que Cristo ha hecho por todos los hombres, pero también porque la separamos, la apartamos para reflexionar en torno a estos hechos y, sobre todo, para experimentar personalmente los efectos que dichos actos hacen en la vida de los hombres. Si no fuera así, sería una semana más, no una semana santa. Sería una semana promedio, no una semana mayor.
Sergio Pérez Portilla
En el ambiente cristiano se inicia hoy la llamada Semana santa, o como aún recuerdan algunos, la Semana mayor. No es mayor porque tenga más días que las otras 51 semanas del año, pero sí lo es porque los días que esta semana contiene son los más grandes para aquellos que profesan a Jesús de Nazaret como el enviado y ungido por Dios, como el Cristo. Son días en los que por una parte se recuerda el andar cotidiano del hijo de María entre sus coetáneos, y, sobre todo, los momentos que quedaron para la posteridad: su condena por crear conflictos y escisiones entre los judíos, su injusto castigo y su inmerecida pena, y más aún su resurrección como un hecho histórico. Hablemos un poco más de esto.
La fe cristiana declara que en los últimos días de su vida terrena, Jesús realizó ciertas obras: instituyó la Eucaristía, creando a la vez el sacerdocio, y enfatizando que esa entrega visible en el sacramento del pan y del vino, convertidos en su cuerpo y su sangre, no tenía otro motor más que el amor, el mismo amor por el que el Padre eterno había creado todo, y por el que el Espíritu santo continúa vivificando y santificando a los hombres. Pero también se habla de los momentos que a todos mueven: el arresto injustificado, por iniciativa de uno de los que andaban con él, la condena próxima –los azotes– y la condena segunda –la crucifixión–, llevando de esta manera, en unas cuantas horas, a un hombre libre hacia la muerte.
Y quizá hasta aquí la historia no difiera mucho de tantas que conocemos, pero es entonces que sucede algo que no sólo perfecciona lo ya acontecido, sino que también le da el verdadero sentido: Jesucristo resucita. La cruz sería dolor y muerte, y la Eucaristía vendría a ser como un bonito recuerdo, como una comida por un cumpleaños o algo así y nada más. Pero la resurrección de Cristo le enseña al auténtico cristiano que la muerte ha sido vencida, y por eso la cruz no puede seguir representándola; el dolor no es buscado, pero aún así tiene un sentido más alto, más pleno: no quiero sufrir, pero lo hago porque es un camino. No hay que buscar siempre el sufrimiento, pero si nos lo encontramos de frente, no vamos a huir de él. Y la Eucaristía no es sólo una merienda más, sino la auténtica presencia del que ha entregado su cuerpo y su sangre por los que amaba.
Santo significa apartado o separado para Dios, consagrado a Él. Esta Semana es santa porque recordamos lo que Cristo ha hecho por todos los hombres, pero también porque la separamos, la apartamos para reflexionar en torno a estos hechos y, sobre todo, para experimentar personalmente los efectos que dichos actos hacen en la vida de los hombres. Si no fuera así, sería una semana más, no una semana santa. Sería una semana promedio, no una semana mayor.
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