Reencuentro
Sergio Pérez Portilla
Siéntate, anda, tomemos un café. Dime, ¿cómo has estado? ¡Qué bien! Me da gusto saberlo. Hace poco me acordaba de ti, ¿sabes? De aquel viaje a las montañas con los demás, con tu enorme mochila y tu tremendo sentido del humor que aligeraba nuestras cargas. Sí, te recordaba. También pensé en lo que me contaste cuando mi primo perdió a su esposa, cómo te levantaste de algo similar, y comencé a fantasear.
Volteé al techo sin mirarlo, e invoqué una sonrisa que no tardó en responder, suave, constante, cálida, tuya. Y abrí el libro, sí, el libro que me obsequiaste al salir del colegio, cuando me decías que te marchabas aunque preferías quedarte, y yo trataba de convencerte que me llevaras o que te quedaras conmigo. Abrí el libro, sí, lo abrí. Y no pude avanzar más allá de la primera hoja, porque en ella estaba una breve dedicatoria, firmada por ti, escrita con tu letra, vertida por tus sentimientos y liberada por tu decisión. Allí, en esa hoja, me he detenido infinidad de veces, y cada vez que lo hago, vuelvo a recordarte, y a recordar la montaña y tu tremendo sentido del humor. Levanto mis ojos y veo el techo sin mirarlo, porque te estoy mirando a ti.
Sergio Pérez Portilla
Siéntate, anda, tomemos un café. Dime, ¿cómo has estado? ¡Qué bien! Me da gusto saberlo. Hace poco me acordaba de ti, ¿sabes? De aquel viaje a las montañas con los demás, con tu enorme mochila y tu tremendo sentido del humor que aligeraba nuestras cargas. Sí, te recordaba. También pensé en lo que me contaste cuando mi primo perdió a su esposa, cómo te levantaste de algo similar, y comencé a fantasear.
Volteé al techo sin mirarlo, e invoqué una sonrisa que no tardó en responder, suave, constante, cálida, tuya. Y abrí el libro, sí, el libro que me obsequiaste al salir del colegio, cuando me decías que te marchabas aunque preferías quedarte, y yo trataba de convencerte que me llevaras o que te quedaras conmigo. Abrí el libro, sí, lo abrí. Y no pude avanzar más allá de la primera hoja, porque en ella estaba una breve dedicatoria, firmada por ti, escrita con tu letra, vertida por tus sentimientos y liberada por tu decisión. Allí, en esa hoja, me he detenido infinidad de veces, y cada vez que lo hago, vuelvo a recordarte, y a recordar la montaña y tu tremendo sentido del humor. Levanto mis ojos y veo el techo sin mirarlo, porque te estoy mirando a ti.