De Concilio, domingo 6 de diciembre de 2009.
Verdad e interpretación
Sergio Pérez Portilla
La luna es el único satélite natural de la Tierra. Es un cuerpo celeste que gira en torno a nuestro planeta y de hecho están en una relación de suma dependencia: ambas entidades afectan una a la otra. Pero la luna ha sido motivo de diversas interpretaciones: para algunos, ella influía –y no nos referimos a la acción arriba mencionada– negativamente en ciertas personas, por lo cual se les daba el nombre de lunáticos. Para otros, los lunares debían su existencia a la luna –no pregunten cómo idearon tal cosa–, y para otros más, la luna determinaba las eras y los acontecimientos que, cíclicamente, se sucedían y marcaban la bondad o la maldad de la naturaleza. Pero si hablamos de los poetas, o de los escritores, la luna se vuelve en una musa de indescriptible belleza, o en un recuerdo de la persona perdida. En el ámbito religioso, recuerdo que las narraciones de nuestros ancestros explicaban las caprichosas figuras que desde nuestra casa común logramos vislumbrar, como el famoso conejo; en el cristianismo, se ha dicho que la Iglesia es como la luna, pues refleja la luz del sol, siendo Cristo éste.
Bien, pero ahora digamos lo siguiente: muchas de las interpretaciones dependen de los tiempos, otras más de las circunstancias, unas de los sentimientos de las personas y otras tantas del conocimiento serio y verdadero que se tenga de ellas. Recordemos que se sigue investigando acerca de la dama nocturna, pues no hemos agotado ya todo lo que de ella se puede saber; pero –y este pero es importante- todo eso, ¿hace que la luna haya cambiado en sí misma? ¿La luna es más luna hoy que ayer, o lo será más que mañana? No, la luna es siempre luna, no importando las interpretaciones o concepciones que de ella tengamos, aunque éstas no tengan ninguna mala voluntad, y aunque esas interpretaciones se digan con toda la mejor disposición.
Lo mismo pasa con la verdad, la verdad en sí misma. Hoy sabemos de ella y hablamos de ella, pero el hecho de que para algunos sea verdad irrefutable tal o cual idea, no implica per se que lo sea para todos. Mas tengamos calma, porque podemos ser extremos y decir que entonces no podemos conocer la verdad o que la verdad es relativa. No, no es así. La verdad existe, es como la luna mencionada. El trabajo de los hombres es encontrarla, pero de una manera recta y bienintencionada. ¿Se puede acceder a ella? ¡Claro que se puede! Pero no cualquier búsqueda nos lleva a la verdad, aunque la búsqueda sana pueda llevarnos a descubrir parte de ella.
Ir tras la verdad es camino común de todos los hombres y de todas las mujeres, pues ninguno de ellos va en búsqueda de la mentira. Las diferencias, por demás comprensibles –sería absurdo negarlo– se dan en los caminos, no en el objetivo. Lamentablemente un camino puede alterar la actitud de muchos, y dejar de ser una vía recta para empezar a ser un modo de intolerancia. El que conoce la verdad sabe que no se puede ser intransigente porque sí, así sin más. El que ha conocido la verdad comprende al que no. Como filósofos, si conocemos la verdad, nuestra actitud no debe ser desacreditar a los que están equivocados, sino tratar de dar luz para que todos lleguen al conocimiento pleno de ella, para así vivir como seres humanos en relación, en comunión. La verdad ayuda al hombre a ser libre, no a ser esclavo de pasiones, posturas políticas, ideologías culturales o fanatismos religiosos. Esa no es la verdad.
Verdad e interpretación
Sergio Pérez Portilla
La luna es el único satélite natural de la Tierra. Es un cuerpo celeste que gira en torno a nuestro planeta y de hecho están en una relación de suma dependencia: ambas entidades afectan una a la otra. Pero la luna ha sido motivo de diversas interpretaciones: para algunos, ella influía –y no nos referimos a la acción arriba mencionada– negativamente en ciertas personas, por lo cual se les daba el nombre de lunáticos. Para otros, los lunares debían su existencia a la luna –no pregunten cómo idearon tal cosa–, y para otros más, la luna determinaba las eras y los acontecimientos que, cíclicamente, se sucedían y marcaban la bondad o la maldad de la naturaleza. Pero si hablamos de los poetas, o de los escritores, la luna se vuelve en una musa de indescriptible belleza, o en un recuerdo de la persona perdida. En el ámbito religioso, recuerdo que las narraciones de nuestros ancestros explicaban las caprichosas figuras que desde nuestra casa común logramos vislumbrar, como el famoso conejo; en el cristianismo, se ha dicho que la Iglesia es como la luna, pues refleja la luz del sol, siendo Cristo éste.
Bien, pero ahora digamos lo siguiente: muchas de las interpretaciones dependen de los tiempos, otras más de las circunstancias, unas de los sentimientos de las personas y otras tantas del conocimiento serio y verdadero que se tenga de ellas. Recordemos que se sigue investigando acerca de la dama nocturna, pues no hemos agotado ya todo lo que de ella se puede saber; pero –y este pero es importante- todo eso, ¿hace que la luna haya cambiado en sí misma? ¿La luna es más luna hoy que ayer, o lo será más que mañana? No, la luna es siempre luna, no importando las interpretaciones o concepciones que de ella tengamos, aunque éstas no tengan ninguna mala voluntad, y aunque esas interpretaciones se digan con toda la mejor disposición.
Lo mismo pasa con la verdad, la verdad en sí misma. Hoy sabemos de ella y hablamos de ella, pero el hecho de que para algunos sea verdad irrefutable tal o cual idea, no implica per se que lo sea para todos. Mas tengamos calma, porque podemos ser extremos y decir que entonces no podemos conocer la verdad o que la verdad es relativa. No, no es así. La verdad existe, es como la luna mencionada. El trabajo de los hombres es encontrarla, pero de una manera recta y bienintencionada. ¿Se puede acceder a ella? ¡Claro que se puede! Pero no cualquier búsqueda nos lleva a la verdad, aunque la búsqueda sana pueda llevarnos a descubrir parte de ella.
Ir tras la verdad es camino común de todos los hombres y de todas las mujeres, pues ninguno de ellos va en búsqueda de la mentira. Las diferencias, por demás comprensibles –sería absurdo negarlo– se dan en los caminos, no en el objetivo. Lamentablemente un camino puede alterar la actitud de muchos, y dejar de ser una vía recta para empezar a ser un modo de intolerancia. El que conoce la verdad sabe que no se puede ser intransigente porque sí, así sin más. El que ha conocido la verdad comprende al que no. Como filósofos, si conocemos la verdad, nuestra actitud no debe ser desacreditar a los que están equivocados, sino tratar de dar luz para que todos lleguen al conocimiento pleno de ella, para así vivir como seres humanos en relación, en comunión. La verdad ayuda al hombre a ser libre, no a ser esclavo de pasiones, posturas políticas, ideologías culturales o fanatismos religiosos. Esa no es la verdad.
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