De Concilio, domingo 11 de octubre de 2009.
Reencuentros
Sergio Pérez Portilla
De mis recuerdos de la niñez, entre los juegos infantiles y la falta de preocupaciones por la vida de los adultos, destacan los momentos en los que mis maestros de la primaria explicaban, cual si hubiesen estado allí, la entrevista de un cierto Cristóbal con unos reyes. Si no me equivoco, y para seguir con una tradición más segura, el ambicioso navegante, como después lo entendí, visitó a la reina y una vez convencida ésta de rutas alternas no conocidas para llegar a un destino sí conocido, se encontró con el rey. Ella era Isabel y él Fernando, y fueron conocidos como los reyes católicos.
Lo que más me llamaba la atención era la idea del pobre marinero que apenas juntó para los gastos y necesidades del viaje y la epopeya que estaba a punto de sacar del papel para vivirla él. Nos contaban las penurias de su travesía que duró largo tiempo, de cómo unas veces la esperanza caducaba, de cómo otras el ánimo resurgía, hasta que un buen día, un tal Rodrigo de Triana, quien iba en una de las tres famosas carabelas –la Pinta, y las otras eran la Niña y la Santa María, y la mayoría, invariablemente, nos imaginábamos un barco hecho de huesos, o algo así– avistó tierra firme. Fue la mejor noticia que pudieron escuchar aquellos hombres. El almirante Cristóbal Colón, quien por cierto era italiano, líder de esa expedición, escribió así su nombre en la historia. Había nacido un vencedor.
Ahora, y ya con las preocupaciones de los adultos y con la falta de juegos infantiles, la reflexión intenta imperar sobre la epopeya. Hay, a mi entender, tres grandes grupos divididos por la opinión sobre este suceso. El primero es el de los que ven precisamente como un gran descubrimiento el hecho por los españoles en tierras que hoy denominamos americanas. Con ellos llegó el mundo civilizado, la educación, la buena sangre, la auténtica religión, en fin, sólo bondades gracias a haber sido descubiertos por los hombres que fueron vistos incluso como dioses, en un primer momento.
El segundo grupo lo conforman aquellos que ven sólo desgracia en la llegada de los hispanohablantes: enfermedades, destrucción, muerte, saqueo, imposición. Y de todo ello, debemos decirlo, hay gran parte de razón, por no sonar dogmáticos y decir que únicamente hubo dichas situaciones. No hubo, entonces, sino la desintegración de una nación que no era menos, porque de hecho no lo era, por otra que con ideas propias centralizó su cultura. Si antes había nacido el vencedor, ahora han nacido los vencidos (cfr. LEÓN- PORTILLA Miguel, Visión de los vencidos, UNAM; BOFF Leonardo, Quinientos años de evangelización, Sal terrae, entre otros).
La tercera postura es más optimista que la segunda, pero no tanto como la primera. Y habla, más que de lo que pasó, de lo que hay que tomar de lo que pasó. No juzgaría más el hecho en sí, pues ya ha acontecido, sino ver qué podemos hacer con lo que tenemos, qué se puede agradecer y qué se debe sanar. Borrar nuestras raíces nunca fue bueno, pero sí es cierto que podemos hacer un excelente uso de la cultura que conocimos. No nos descubrieron, nos conocieron. Pero si fueron extremos al llegar, tampoco es sano seguir lamentándose; hay que cerrar ese ciclo.
Más bien, entonces, deberíamos empezar a suavizar lo que lastimó. Deberíamos empezar a dialogar sobre lo que se gritó. Veo que esta actitud es ya tomada por muchos. Españoles que se sienten avergonzados por lo que sus antepasados hicieron, y paisanos nuestros que ya dejaron el rencor por lo sufrido.
Necesitamos, entonces, un reencuentro; es más, necesitamos un doble descubrimiento: ya no de ellos para nosotros o de nosotros para ellos, sino de nuestro pasado que ilumine el hoy que vivimos, y que dirija nuestro andar, que nuestro porvenir sea querido.
lunes, 12 de octubre de 2009
De Concilio
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2 comentarios:
Ala!!! yo vii cuantoooera y hasta me dio flojera!!, peroo me interesoo mucho!!! de verdad!!!
solo necesitamos un reecuentro!!!
vo*
Ya ves! Por eso te comprometí a leerlo todo, porque sabía que se te iba a hacer mucho, pero igual quería que lo leyeras.
Te mando un abrazo. Nos vemos pronto, pronto. Sergio
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