Sergio Pérez Portilla
¿De qué me conoces, guirnalda, dónde nos hemos visto que no te recuerdo? Si vivías en el interior de mis deseos, permíteme decirte que he purgado cada uno de mis añejos anhelos, y conseguí los que eran alcanzables, mantengo los que seguro me harán bien, pero he alejado los que sólo me lastimaban.
¿Nos conocimos, acaso, o sólo coincidimos muchas veces? ¿Nos dijimos quiénes éramos o sólo hablamos para sortear el silencio que incomoda a dos extraños que se tienen que ver a los ojos? ¿Alguna vez me escuchaste y luego yo a ti, o simplemente escuchamos lo que nos convenía de las palabras del otro? ¿Nos tomamos de la mano haciéndola extensión de la intención y del corazón, o únicamente aprisionamos la libertad ajena? ¿Al saber de nuestras diferencias de pensamientos y formas de sentir, quisimos aceptarnos y comprendernos, o exigimos el cambio del otro, violentando su ser y viviendo el egoísmo?
No, no te recuerdo. Quizá alguna vez compartimos una ilusión, pero si sólo fue eso, entonces nunca tuvimos nada real, nunca hubo un nosotros…