miércoles, 7 de enero de 2009

Locura

Para la historia
Sergio Pérez Portilla

Hoy quisiera levantar un monumento a tu locura, amigo, porque sin ella no habría conocido los aires fríos de la montaña ni los atardeceres en la playa. Tampoco sabría de confianza ni de lealtad, y quizá la libertad seguiría siendo utopía.
Tu locura fue el faro que me guió en la noche y la campana que me llamó en el día de mis extravíos. Ella me hizo soñar lo que vivía y vivir lo que soñaba.
Cuando la jornada acaba, es evidente que hemos reído, lo sabe nuestro cuerpo y lo sabe nuestra alma.
No estoy despidiéndome, amigo, no podría hacerlo. Es solo que no quiero dejar correr los días sin agradecerte por la alegría que en estos años me ha inundado. No conozco el momento de mi muerte, pero créeme que tampoco la estoy buscando. Ya te veo sonriendo por mis palabras, y déjame decirte que en realidad esto es reflejo de lo que de ti he aprendido: aprendí que la locura con la que vives, es más sabia que la cordura que obliga.


lunes, 5 de enero de 2009

Sentados

La danza de los siglos
Sergio Pérez Portilla

Evidente me resulta ahora lo que ayer se escondía de mi razón. El eco de los secretos que los libros me dijeron se escucha en mi interior, y se confunde tu aroma con el perfume del olvido y con la esencia del recuerdo. Ha cambiado todo, y la mayoría de estos cambios yo los produje con mis decisiones. No me arrepiento. Por ellos crecí y me di cuenta de que no siempre tuve la razón, pero eso me hizo madurar, dejar de ser tan egoísta, tan soberbio. Hubo, por supuesto, cambios que no busqué, cambios que simplemente me encontraron. Tampoco los alejé. Quizá no los entendí pero intenté que fueran para bien.
Hay telarañas por toda la casa. Es gracioso, se ve más desgastada ahora que nadie la habita, y cuando estábamos aquí parecía ser eterna a pesar de nuestras locuras. No cabe duda, los siglos han danzado, los soles han hablado, las lunas han muerto y vuelto a nacer. No cabe duda, estabas ante mí y no te pude ver.

Epifanía

¡Hola, feliz año nuevo 2009! Les comparto hoy este artículo que publicamos en Concilio, el domingo 4 de enero. Ya saben, cualquier comentario será para crecer. ¡Gracias por seguir compartiendo!

De magos, bautizos y bodas
Sergio Pérez Portilla

En el día a día vamos conociendo, a veces de manera superficial y otras, las menos, de manera íntima, a muchas personas. Pero lo cierto es que conocemos sobre todo lo que ellas mismas dicen de sí. El cómo somos, el qué pensamos, el qué sentimos, todas estas dimensiones internas se ven reflejadas en nuestros actos, aunque no pocas veces actuamos tratando de esconder precisamente lo que somos, pensamos o sentimos. Desde ahora lo advertiremos, pero por el momento nos interesaremos en lo que dijimos al principio: conocemos de las personas su forma de ser, pensar y sentir, según lo que cada una de ellas expresa de sí misma.

Por otro lado, los cristianos católicos celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, ¿y qué es esta fiesta? No es otra cosa sino la expresión del ser de Dios según lo que ha querido revelarnos de sí mismo en Cristo, su Hijo, o más concretamente, el cómo se ha manifestado Jesús a todos los pueblos y, mediante su propia manifestación, el conocimiento de la voluntad salvadora del Padre eterno. Son tres los momentos que la Epifanía recoge, pero algunos más le dan peso a esta fiesta: en primer lugar tenemos a los magos de Oriente que le traen al pequeño recién nacido ofrendas por reconocer en él al rey. El relato es de la mayoría conocido. La Iglesia ha visto en este gesto el alcance universal de la salvación por Cristo, pues los magos representan a todas las naciones fuera de Israel. Es el pueblo santo el elegido para ser el centro desde donde irradie la luz que llegará a todo lugar.

El segundo momento es el bautismo de Jesús en el Jordán, por Juan el bautista. Y es precisamente cuando Jesús ha sido bautizado que encontramos esa manifestación de lo que él es: una voz desde lo alto dice “Este es mi hijo amado”. La voz no es sino del Creador de todo y Padre de todos. Se revela que Jesús no es solamente un hombre más, sino también el Hijo de Dios. Y el tercer momento está en el también conocido pasaje de las bodas de Caná, lugar donde Jesús transforma el agua en vino. San Juan es muy concreto: fue el primero de los signos de Jesús, gracias al cual manifestó su gloria y sus discípulos depositaron su fe en él.
Cristo es el Dios único que se hizo hombre, y como tal asumió nuestra naturaleza desde la más absoluta fragilidad y dependencia, fue un niño pequeño que necesitó de sus padres para poder llegar a ser el hombre fuerte y decidido que entregó, libremente, su vida por toda la humanidad. Poco a poco se manifestó a nosotros, y aunque en reiteradas ocasiones quedó muy lejos de lo normal según nuestras formas de pensar, simplemente fuimos conociéndolo. Conocimos su forma de ser, pensar y sentir, según su vida misma y según esos momentos que quedaron grabados en todos. Cristo es el Dios único que se hizo hombre, y que siendo como nosotros manifestó su divinidad.

A todas aquellas personas con las que convivimos, cada vez que interactuamos con ellas les estamos pidiendo de muchas formas que nos digan quiénes son: les preguntamos sus gustos, disgusto e indiferencias; sus sueños, sus logros, sus ideales y su historia; les preguntamos todo porque a final de cuentas lo que nos interesa es saber quiénes son. A él, al pequeño de Belén, al hombre del Jordán y de Caná, también le pedimos que nos diga quién es, y él, él siempre, poco a poco, se va dejando conocer.