domingo, 29 de junio de 2008

Fiesta de san Pedro y san Pablo



Hola, un saludo a todos. Comparto ahora un artículo que apareció en la página Concilio, del SAX, hoy domingo 29 de junio. Ya saben que espero sus comentarios, aquí mismo, o a mi correo: sergioeem@hotmail.com



Pedro y Pablo, cristianos racionales
Sergio Pérez Portilla

Muchas veces, al hablar de fe, se cree que se entra en un ambiente de sinsentidos, de irracionalidades, de dogmatismos y de fantasías. En realidad, la fe no se opone a la razón, pero esto de ninguna manera implica que tengan la misma perspectiva de la verdad, que sus discursos deban ser exactamente los mismos. Por otra parte, tampoco estamos diciendo que deban forzosamente tener distintas opiniones sobre la verdad, incluso opiniones contradictorias, y ambas tengan la razón, no. Estamos diciendo que la única verdad es alcanzada, mas no abarcada en totalidad, tanto por la razón desde su plataforma como por la fe desde la propia.

Se dice que la fe empieza donde termina la razón, cosa no falsa, pero tampoco del todo cierta. Simplemente, la fe se ocupa de la verdad desde su lugar y la razón desde el suyo, y a veces, sí, es cierto, la razón nunca podrá alcanzar lo que la fe alcanza; pero otras, también es cierto, la razón alcanza logros que la fe no. Por eso debemos concluir que ambas se complementan, y pueden apoyarse para obtener más certezas para el bien del hombre y de todo lo que con él se relaciona: el mundo, Dios, el otro.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con Pedro y Pablo? Pues resulta que estos dos cristianos, cuya solemnidad se celebra el 29 de junio, como hoy, supieron aceptar que la fe y la razón son los dos pilares que sostienen la lucidez del hombre que es a la vez cuerpo y espíritu. De boca de Pedro, el pescador que negó a Jesús y aún así, por los méritos de Cristo, obtuvo las llaves del Reino de los cielos, escuchamos dos frases que sostienen nuestra propuesta: la primera, en el evangelio de san Juan, capítulo 6 versos 68-69, dice (el contexto es amplio y no podríamos decirlo en 2 frases, por lo cual invitamos a leer todo el capítulo 6) que Pedro le responde a Jesús, cuando éste ha preguntado si quieren marcharse, lo siguiente: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y sabemos que eres el santo de Dios. Creer y saber representan estos dos momentos del hombre: la fe y la ciencia. Los discípulos no creen solamente, sino que saben. No sólo han depositado su vida y su confianza en el joven carpintero, sino que han sabido, por su experiencia y por lo que ha acontecido, que Él es. Creer y saber. La segunda cita la encontramos en su primera carta, capítulo 3 verso 15, y ahí pide a los suyos que estén dispuestos a dar respuesta a todo el que pida razón de su fe (o esperanza). Dar razón es ofrecer argumentos válidos y suficientes, y dar razón de la fe, es dar argumentos igualmente válidos y suficientes de algo que se ha experimentado y que ha cambiado la vida, de algo que viene de arriba, de Dios. Así lo pide Pedro.

Pablo, el que era perseguidor de cristianos y aun así llegó a ser el apóstol misionero por los méritos de Cristo, reconoce por su parte que la salvación depende de la fe y de la justificación, pero también asume que la razón puede llegar a captar lo invisible de la divinidad a partir de lo visible, que no es otra cosa sino creación de Dios. Apuntamos, pues, el texto clásico de la carta a los Romanos, capítulo 1 verso 20: lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras. Es por esto que si la inteligencia, la razón, en un camino recto y bueno alcanza una certeza de verdad, entonces eso no puede estar peleado con la fe. La inteligencia puede, y de hecho es propio de ella, conocer y acceder a la verdad, aunque insistimos que no puede abarcarla en totalidad. Pablo no rechaza la razón, aunque ponga muy en alto el conocimiento de fe, no desecha la inteligencia, ¿cómo hacerlo sin rechazar la sabiduría divina que fue quien concedió al hombre ser racional?

Pedro y Pablo, cristianos del primer siglo, pilares de la Iglesia, mártires (crucificado el primero, decapitado el segundo), hombres de fe, de auténtica fe porque tuvieron una experiencia de vida con Jesucristo, son ejemplo del verdadero creyente, el que no hace a un lado a la razón, sino que se apoya en ella, la dirige. El verdadero creyente es el que, sí, cree, pero también piensa, de ninguna manera acepta cosas masticadas ni se aliena.

miércoles, 25 de junio de 2008

Artículo

Hola, un saludo a todos. Les comparto un escrito acerca de la salvación. Espero sus comentarios.


La bendición de Dios
Sergio Pérez Portilla

Dijo Yahvé a Moisés: Di esto a Aarón y a sus hijos: «Así habéis de bendecir a los israelitas. Les diréis:
Que Yahvé te bendiga y te guarde; que ilumine Yahvé su rostro sobre ti y te sea propicio;
que Yahvé te muestre su rostro y te conceda la paz. Que invoquen así mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré.»

Nm 6, 22-27

El judío, basado en toda su vivencia, sabe que si invoca sobre sí el Nombre de Dios, obtendrá su bendición y su protección divina. Muchos nombres tenían sobre sí el Nombre: Ismael (Dios ha escuchado), Isaías (Yahvéh es ayuda), Gabriel (mi poder –potencia– es Dios), Emmanuel (con nosotros Dios), Mateo (don de Dios), entre otros, lo que indicaba su adhesión y su fe en el Nombre del Señor. El cristiano, llevando este mismo pensamiento hasta el que manifiesta al Padre, hasta el Hijo, sabe que si invoca el nombre de Jesús, obtendrá las mismas gracias y bendiciones, y todas ellas se condensan en la salvación eterna.

Al encarnarse Jesucristo, la frontera entre el cielo y la tierra quedó hecha nada, haciendo así el Señor al hombre capaz de la eternidad, de la presencia de Dios. ¿Cómo ha sido esto? Jesús es el Verbo de Dios, Dios mismo (cfr. Jn 1, 1), que se hace como los hombres para que éstos se enriquezcan y puedan entrar en la gloria de Dios (cfr. Rm 5, 1-2), pues nos ha reconciliado con Él (cfr. Col 1, 21-22). Así, el hombre encuentra su salvación en el nombre de Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.

Jesús es el Hijo de Dios por su gloria y por naturaleza: Jesús es Dios (cfr. Lc 1, 32.43). Cuestionaba a sus discípulos sobre lo que ellos y la gente decían acerca de su naturaleza, y muchos lo veían como un profeta, como un gran hombre, incluso como una cierta reencarnación de algún personaje importante de Israel. Mas Pedro levanta su voz y lo reconoce como el Hijo de Dios vivo (cfr. Mt 16, 16). Lo escrito en la Palabra revelada está consignado para dar testimonio de esta verdad (cfr. Jn 20, 30-31). Ningún hombre puede obtener la perfección por sí mismo, pues por mera definición él es imperfecto, limitado y ella una plenitud, una realidad sin límites. El hombre, de igual manera, no puede proveerse la salvación, porque ésta requiere de Dios. Por eso decimos que Jesús es Dios, porque si fuera sólo un hombre como nosotros, entonces no podría habernos provisto de los dones y la gracia necesarios para adentrarnos de forma plena en la realidad divina. El acontecimiento que marca la diferencia entre los hombres y Jesús es la resurrección.

Pero Jesús no es únicamente Dios, sino también hombre verdadero, no es Dios vestido de hombre, sino Dios encarnado (cfr. Jn 1, 14), es decir, hecho hombre. Nació de una mujer (cfr. Ga 4, 4), nació dependiendo de ella: desde su concepción su alimento lo recibió a través de la sangre y del ser mismo de esa mujer; nació y fue un niño normal, común, como cualquier otro; creció y fue adquiriendo estatura, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres (cfr. Lc 2, 52). Tuvo todas las necesidades y sentimientos humanos: alegrías, tristezas, desesperación, angustia, cansancio, sueño, hambre, enojos. En fin, Jesús fue un verdadero hombre. ¿Esto lo degrada? No, de ninguna manera. Lo ubica, lo coloca como el único mediador entre los hombres y Dios en lo que a la salvación se refiere (cfr. 1Tm 2, 1-6a).

Es, entonces, Jesús verdadero hombre y verdadero Dios, y en Él se encuentra nuestra salvación. Una lectura compartida entre Mateo y Lucas dice lo siguiente:


(…) el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Mt 1, 20b-21

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús (…) » Lc 1, 30-31


El Espíritu del Señor cubrió a María y resultó fecundada del Hijo de Dios. El nombre que había de llevar era Jesús, que significa “el Señor (Yahvéh) salva (libera)”. Ésa era la misión de Jesús: salvar, ofrecer la salvación de parte de Dios, a todos los hombres mediante su pasión, muerte y resurrección. Siendo hombre, Verbo encarnado, esclarece el misterio de los hombres a ellos mismos, su ser y su vocación (cfr. GS # 22). Siendo Dios presenta al Padre a los hombres, pues quienes lo ven están viendo al Padre (cfr. Jn 1, 18; 14, 9b), es decir, descubre el misterio de Dios, lo revela (cfr. DV # 2). Siendo Jesús él mismo, asumiendo su más profunda identidad, pone al alcance de la presencia del hombre la entrada en la presencia de Dios, siendo Él presencia en su única persona de esas dos realidades, de esas dos naturalezas.

La salvación es la bendición última de Dios, la consagración más perfecta, la santificación en toda la extensión de la palabra, que los hombres pueden obtener por la entrega del Hijo, que nos hace hijos por la gracia.


_______

Biblia
Mt- Evangelio según san Mateo
Jn- Evangelio según san Juan
Lc- Evangelio según san Lucas
Nm- Libro de os Números
Rm- Carta a los Romanos
Ga- Carta a los Gálatas
1Tm- Primera carta a Timoteo


Magisterio
DV- Constitución Dogmática Dei Verbum, del Concilio Vaticano II
GS- Constitución Pastoral Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II

domingo, 22 de junio de 2008

¡Avisos de ocasión!

¡Hola a todos, un fuerte abrazo!

Bien, pues ahora les quiero comentar que en la barra lateral hay una sección de videos. En ella por el momento hay sólo dos: el primero, que ya tiene un buen rato pero no lo habíamos presentado, es de Fernando Delgadillo, y lo grabamos cuando estuvo el 22 de mayo de este año en el Auditorio de la Normal Veracruzana. El segundo, que acabamos de subir, es de un canto mío, de los que están en el reproductor también en la barra lateral, y se llama "Nada". Ary me hizo el favor de convertirlo en video -¡cosa que le agradezco muchísimo!- y ahora se los dejamos por aquí.
Entre una miniatura y otra de los videos hay 30 segundos, así que eso es lo que deben esperar para seleccionar ya sea el primero o el segundo.

Muchas gracias, y esperamos que les gusten como a nosotros.

Un saludo desde este mundo de palabras.


ATTE. Sergio Pérez Portilla.

Espera


Te quiero escuchar
Sergio Pérez Portilla

Tu silencio es un muro que intento derribar con miradas sinceras, y por momentos lo veo temblar, a punto de caer y romperse en mil abrazos. Quieres historia, y eso te ofrezco. Mis promesas son palabras que el viento guardará mientras llegan a tus oídos, y tus preguntas me han hecho recapacitar. Pero ahora callas, esperas, caminas, suspiras. Nuevamente el muro tiembla.
Al fin te decides y me regalas tu alma a través de tus ojos. Lo has pensado mucho y ni así sabes cómo empezar. Déjame ayudarte. Dime que hay afuera de la casa un árbol que crece y crece, dime que las escaleras comienzan a despintarse, dime que el cielo está encapotado y que empieza la tarde a refrescar, y luego, mirándome con esa complicidad de siempre, dime que me perdonas de verdad.

lunes, 16 de junio de 2008

Nocturno, nocturno

Presentación estelar
Sergio Pérez Portilla

Anoche te busqué, asomado en la ventana, la cortina corrida y mis manos entrelazadas. Volteé hacia arriba y una nube pasaba justamente frente a ti. Esperé un momento, y aproveché para imaginar que al salir de detrás del telón grisáceo lo hacías cantando y sonriendo, y por momentos bailabas. Te imaginé con tu eterno traje de gala, el blanco perlado; llevabas un prendedor pequeño, pero no pude verlo bien.
Así estaba, con los ojos alegres, cuando un telón de color gris se abrió, y saliste cantando mientras sonreías con dulzura y con candidez, y bailabas lento, muy lento. Llevabas tu traje blanco perlado, brillante, y toda tu faz perfecta, iluminando hasta el marco de mi ventana. Volteé, al ver un ligero brillo, y vi que llevabas un prendedor: era una pequeña flor dorada, una hermosa flor dorada.

domingo, 15 de junio de 2008

Entre orilla y orilla

El puente
Sergio Pérez Portilla

Al otro lado del puente me espera el camino que conocen mis pies y los pies de los míos, el camino que conoce tardes de ayer y madrugadas de hoy. Al final de ese camino está la puerta de mi casa.
Apenas siento en mis mejillas la caricia del viento y ya todo está lleno de la fragancia de los azahares. Quizá las aguas que corren discretas por debajo del puente no sepan que aquí estoy, quizá avancen cansadas en una marcha sin tiempo, quizá sólo quieran llegar ya a su destino, como lo quiero yo.
Mi paso es firme, seguro, y provoca un vaivén que hace sonar los tablones en sus coyunturas, pero no temo, conozco este puente y él me conoce a mí. Avanzo, y mientras cae la tarde, empiezo a canturrear.
Hace ya muchas lunas que cruzo este puente, hace ya muchas lluvias que me embriaga el cruzarlo, hace ya muchos pasos que él conoce mis pies, y los pies de los míos.




jueves, 12 de junio de 2008

Rojo

Rojo
Sergio Pérez Portilla

Se acerca la medianoche: el silencio empieza a ser más denso; la oscuridad, fresca, constante e imperturbable; los sueños, gaviotas que se elevan sobre la mar. No hay ronda ni estrellas, la luz de la ciudad las opacan. Hay un cierto olor a desconfianza.

Una manta cubre a un hombre, y sólo unos periódicos lo separan del piso.
Los autos, cada vez más veloces y cada vez en menor número, semejan cigarras con su motor, jadeos con sus llantas, susurros con su partida. Allá, sobre la acera, recargada en una pared, una mujer enciende un cigarrillo mientras saluda a alguien. El semáforo cambia. Nos vemos luego.

martes, 10 de junio de 2008

Memoria


Carta al atardecer
Sergio Pérez Portilla

Escucho música de mi juventud, música que me hace recordar momentos alegres, tristes, lacónicos, constantes, con inviernos y con sueños. Nunca me pregunté qué sería de mí al llegar a esta edad, y si bien no lo hice, hoy me alegra ser quien soy.
Tengo lo necesario para vivir, tengo hijos y nietos, tengo una montaña de papeles que esperan mi memoria, y tengo una estrella para cada uno de mis amigos.
Tengo un lugar que me recibirá cuando el cansancio de mi cuerpo y la plenitud de mi espíritu me inviten a ausentarme de estas tierras y estos cielos.
Tengo el color blanco en mis cabellos y en mi conciencia, pues supe disculparme a tiempo y a destiempo.
Tengo la piel marcada por las sonrisas y preocupaciones, por las lágrimas de bien y de mal, si es que así se puede llamar.
Tengo saldos en orden, sin deudas que me reclamen. Pagué lo que debía y a veces me di el lujo de dar un poco más, ¡cómo disfruté esos momentos!
Imagino que tú también tendrás muchas cosas que contarme, así que esperaré tu respuesta. Escríbeme, me gustaría mucho saber otra vez de ti, como ayer, cuando escuchábamos esta música de nuestra juventud.

jueves, 5 de junio de 2008

Un minuto más

Años y polvo
Sergio Pérez Portilla

Las hojas del tercer libro parecen cargar, además de años y polvo, con un sinfín de melancolías. Tres décadas de pertenecer a esta familia y ha visto sin ver cómo crecen los hijos y se hacen padres, y ha oído sin oír las voces de recién nacidos y los llantos de los adultos que los cargan.
Se habla de los muebles, de las cunas que han sostenido a todos los miembros del clan, de la mesa que ha recibido invitados a cumpleaños y velorios y navidades y mayos y abriles…
Sí, se habla de ellos, pero se olvida a los libros, y entre ellos al tercer libro, el que está permanentemente abierto, viendo, escuchando, y queriendo hablar. El libro que carga con años, polvo y melancolías.

lunes, 2 de junio de 2008

Compañera

Compañera
Sergio Pérez Portilla

Me gusta escucharte, señora, disfruto mucho de tu voz. Me gusta escuchar la cálida y húmeda sinfonía de tu amanecer: el rocío que ha bañado delicadamente las hojas, el suelo, las ventanas, y que ahora empieza a unirse al aire que respiro, canta en un murmullo. Está también el trino de madres y padres y jóvenes inquietos que se desperezan y emprenden el vuelo y, después de un primer intento, se alejan para luego volver a casa, a su hogar. Las ramas se unen y con movimientos a veces imperceptibles redondean la función. Un sinfín de susurros de insectos, un silencio…
Me gusta verte, señora, disfruto mucho de tu presencia. Tu faz, tus enojos, tus llantos, todo me hace ver más allá, llegar a tu origen, al momento de tu primera vez. Verte de mil colores, de mil sorpresas, de tantos sueños, de tantas eras.
Has recibido a mis ancestros en tu vientre, y los has hecho parte de ti. Algún día me recibirás y sé que juntos volveremos más allá, al momento de tu primera vez. Algún día quien te vea me verá, quien te escuche me oirá. Y algún día nacerás de nuevo, perfecta, nueva, y te volveré a habitar.

domingo, 1 de junio de 2008

Días (3)


Mañana
Sergio Pérez Portilla

Terminará como deba terminar. No habrá más dudas y las esperanzas ya no lo serán más. Todo será claro: habrá respuestas y sueños cumplidos. No faltará la deuda cancelada, la obra clausurada por segundas y terceras personas. El telón caerá.
Habrá gozo, gozo de verdad, gozo lúdico; el momento será eternidad, la escritura será el puente que queda ahí como signo de nuestro lugar de origen, pero nuestra comunicación será perfecta.
Voltearemos a vernos y nos comprenderemos y sabremos que ha valido la pena. Descansaremos confiados.
Será mediodía, el sol sobre todo, todo bajo él. Verdes, limpios y sanos. Azul, profundo y gigante, inmenso. ¿Temores? No, sólo sonrisas.
Dormí un largo rato, y muy de mañana desperté y empecé a caminar. Justo ahora espero, mas sé que falta poco. Ya casi es mañana.