viernes, 30 de mayo de 2008

Días (2)

Ayer
Sergio Pérez Portilla

Tomé el cofre entre mis brazos, como si recién hubiese nacido. Lo llevé a un lugar iluminado, y con reverencia lo abrí. Había papeles y joyas, y un par de artículos que seguramente en su momento fueron importantes, pero ya no. Leí lo que una hoja de color azul contenía y reflexioné cada una de las palabras; las releí, las volví a reflexionar y por la mitad doblé el papel. Lo guardé para después.
Volteé y observé una de esas joyas. No era ostentosa, pero su valor era evidente. La guardé en el bolso de mi camisa para usarla en otro momento, quizá mañana.
Es de noche, he pasado un largo rato en este lugar leyendo y guardando. Pero también he desechado un buen número de esos artículos. Ya no sirven y ya no me dicen nada. Perdieron su valor práctico y el simbólico también.
Este cofre yo lo llené hace mucho, cuando era más joven. Lo llené hace tiempo, lo llené ayer.

jueves, 29 de mayo de 2008

Días (1)

Hoy
Sergio Pérez Portilla

He encontrado un refugio, algo así como una sombra entre tanto sol, como una fuente en tierra árida, como un silencio en medio de todas estas voces, como unos brazos amigos, maternales, sinceros.
Sí, es cierto que siempre lo busqué, pero también lo es que no sabía que sería así. A cada paso me abandoné un poco más, y me sentí cada vez menos inquieto, menos preso, menos temeroso.
Quizá no deba arriesgarme tanto, pues me estoy dejando llevar por la fruición. Quizá debería ser más receloso, un poco más precavido, un tanto más incrédulo. Quizá. Pero bien podría también darme todo y, sin más, disfrutar cada momento. Tal vez.
He encontrado un refugio, y me gustaría decirte dónde está, qué es, pero si lo hago, vendrías y me encontrarías con el alma desnuda, cantando mis sueños, dibujando mi mañana, durmiendo mis semillas. No, no soy egoísta. Para ti tengo un lugar especial, un lugar que podemos compartir, una historia que vamos construyendo. Pero siempre es bueno tener, además, un refugio donde se pueda reflexionar, orar, pensar en ti, en él, en los demás. Hoy lo encontré.



miércoles, 28 de mayo de 2008

Reflexión

Vida
Sergio Pérez Portilla

El deseo de soñar con lo que amo. La sensación de haber hecho lo que debía. Los cien rostros sin nombre que vi hoy. Las cartas que leí y que me hicieron fantasear.
Un camino del que conozco su principio y su final, pero no sus vueltas y recovecos. Una palabra que dice mucho, y cuanto más la pienso dice más, y cuando la digo lleva ya parte de mí. Unas manos que se estrechan sin reparos. Unos niños con los ojos abiertos, con la boca sonriente.
Ayer, mañana. Cenit y nadir. Lluvia, lluvia, lluvia.
¡Lo sé, lo siento! ¡Estoy vivo!



domingo, 25 de mayo de 2008

Breve

Luz y humedad
Sergio Pérez Portilla

Es una delicia verte ahí, adornando el cielo, tocando las nubes, empapado y sublimado. Colores, curvas, principio, mil fines, pero todos escondidos.
Eres un apátrida, pero eres de todos y para todos.
Eres, definitivamente, la mejor sintonía, combinación excelsa y eterna, arte sin tiempo.
Es, sin más, una delicia verte ahí, verte ahí.
.

Artículo

Artículo que se publicó en la página semanal de Concilio, en el Diario de Xalapa, el 25 de mayo de 2008.

El hombre y la comunidad
Sergio Pérez Portilla

La dimensión social de los hombres no es una característica externa sino interna, es parte de su naturaleza. Decía John Locke que en el hombre no sólo están la inclinación y la necesidad de relacionarse, sino el instrumento necesario: el lenguaje. Los hombres no se reúnen, entonces, por arbitrariedad sino por necesidad libre.

Diversas formas de asociación solventan el hecho comunitario: asociación familiar, escolar, religiosa, política, de amistad, entre otras. No es bueno que el hombre esté solo, porque solo no puede alcanzar su plenitud integral. El hombre que se desarrolla intelectual, biológica y psicológicamente, debe también desarrollarse comunitariamente, y al hacerlo adquiere un buen número de compromisos con la misma comunidad. El respeto es primordial en este ámbito, así como el cumplimiento de lo que le corresponde hacer. La comunidad crece en calidad mientras lo hacen los individuos que la conforman, y mientras éstos dan la apertura a la relación que se perfeccione día a día.

El lenguaje, por su parte, es instrumento y vínculo de la sociedad (seguimos aún a Locke). Cual instrumento podría calificarse como opcional, pero no es así, sino que es el instrumento necesario para que se establezca la relación. Es vínculo también, porque no sólo ayuda a crear relación sino que él es en sí mismo relación. El hombre hace y debe hacer uso del lenguaje para relacionarse. Si ampliamos y generalizamos el concepto del lenguaje, podríamos decir que lenguaje significa comunicación, por lo que habría que decir también que la comunicación es indispensable para que cualquier sociedad subsista, y esto ya es más claro, más evidente.

Aun tratándose de una necesidad imperiosa, toda sociedad nace de la libertad misma del hombre. Es él quien acepta pertenecer a una sociedad específica. Quizá haya alguien a quien se le dificulte admitirlo, poniendo como ejemplo que nadie decide dónde nacer, y la cultura nacional es la que rige en gran medida lo que el hombre es y hace, quitando así la libertad. No es así. No lo es desde varias perspectivas: la primera sería el hecho de poder hacer asociaciones más pequeñas que busquen el cambio de esa asociación de asociaciones. Es el aspecto social, político, de hombres y mujeres. Así, siempre habrá opción de cambio de sociedad. En las demás comunidades, las pequeñas y más visibles del hombre, es más fácil de observar que cada uno de nosotros elige sus amistades, sus centros de reunión o sus preferencias religiosas.

sábado, 24 de mayo de 2008

Pasos


El lago
Sergio Pérez Portilla

El suspiro de las luciérnagas que se esconden aquí y aparecen allá, los chapoteos de habitantes inquietos e insomnes, la orilla de tierra mojada, grillos cantando… un lago.
El trino de vivaces plumas danzarinas, el olor a rocío, a hierba, a tierra despierta, mojada todavía, y todavía definiendo, grillos saltando… un lago.
Una hora exacta con el sol sobre ella, una sombra justo bajo el follaje, una pisada y un camino, tres segundos, cuatro, cinco, ya está. A la derecha recuerdos, a la izquierda fantasías, sin mentiras, sin dobles sentidos, sin preparativos. Lago de poca profundidad pero amplias perspectivas. Aviento una piedra y rebota en tu piel dos veces, y la haces tuya.
Lago de agua templada, de agua clara, lago que no defrauda.

lunes, 19 de mayo de 2008

Desconocidos

Añoranza
Sergio Pérez Portilla

La hierba está inquieta, presagia tempestad, manifiesta cambios en la pradera. La perspectiva rasa de las hormigas, pequeños puntos y comas que avanzan y siguen un camino trazado por un lápiz invisible, por plumas de gansos y de cisnes de sangre negra, no es menos cierta que la del halcón que se pasea en la espuma aérea. Ambos tienen la razón.
Cae, allende los últimos argumentos de este llano, la rama de un árbol. Aquí, en la pradera, nadie lo notó, ningún ojo la vio temblar, ningún oído la escuchó crujir, nadie la va a extrañar. Y sin embargo, ahí estuvo. Fue, pero ya no es.
La hierba empieza a sosegarse. Ha pasado la tempestad.

jueves, 15 de mayo de 2008

Uno más

Somos
Sergio Pérez Portilla

Cantar sin tregua, caminar sin descanso, reír con ganas y callar de vez en cuando. Así, sin libretos que tengan tu nombre o el mío, y las indicaciones entre paréntesis de cómo debemos actuar. La actuación quiere imitar la vida que es espontánea, original, simple y compleja. Así, sin rollos que retengan en un negativo hasta lo más bueno, y que después revelen hasta el más pequeño secreto. Sí, así.
Así, perenne, inmutable, cambiante, efímero. Me cuesta creer que así somos… no es cierto, no me cuesta. Me parece increíble, sí, pero si yo mismo soy signo de la intimidad vital, del silencio que escucha, del hoy que florece, ¿cómo dudar?
Así, sin más. Así, sin menos.

domingo, 11 de mayo de 2008

Mirando

Y fue
Sergio Pérez Portilla

La verja de la casa de los abuelos nunca estaba cerrada. El portón metálico y frío de mi casa en la ciudad sí. Allá, en la casa de los abuelos, cuando caía la tarde, se reunían a charlar los vecinos, a tejer las mujeres, a jugar los niños. Acá, en mi casa, todo el día debe mi puerta permanecer cerrada, y cuando oscurece debo tener más desconfianza.
El camino a la casa de mis abuelos no es la vieja rodada que toma a la derecha en el olmedo, después de pasar la piedra grande. El camino a la casa de mis abuelos es el recuerdo que se hace vida, no la vida que se hace recuerdo. Porque no avanza el camino, avanzamos los caminantes. Porque el pasado que se hace presente sin hacerse maestro es tierra estéril. Algún día mi casa será llamada casa de los abuelos, y sólo espero que nadie la añore como hoy hago yo.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Marino

Narval
Sergio Pérez Portilla

Me sorprende tu palidez, me entusiasma tu misterio. Mientras bogo mar adentro en tu historia, a la vez que me pierdo en el horizonte azul del porvenir, voy creyendo que te veré. Ancestral habitante de los mares fríos, has dado a mi mundo fantasías, has brindado seguridades y temores, has visitado noches con tus motas y tu perfil.
Por ti creo en los unicornios de la tierra, por ti creo que debo creer en ellos. Por ti, unicornio de las aguas; por ti, ola e isla.
Pero no es tu cuerno, sino tu diente. No es tu pelear, sino tu sentir. No es lo liso, sino el caracoleo de tu marfil. Amigo, puedo verte. Puedo verte desde tu historia y en el porvenir. Puedo verte cabalgando hacia mí, fantasmal, crédulo, enorme, cierto. Puedo verte, puedo…


lunes, 5 de mayo de 2008

*~~*


Tiempo después
Sergio Pérez Portilla

Cerca de la barda está el olmo donde descansaba y me refugiaba en los días de sol. Ahí conseguí mis primeros besos de adolescente, y ahí planeé las mejores travesuras que recuerdo. Allá, colina abajo, sigue el arroyo como antaño, corriendo veloz y serpenteando entre guijarros y troncos húmedos.
Los años pasan, el cielo se reviste de blanco, de gris, incluso se desnuda en el estío. Los montes permanecen en el mismo lugar. La vieja calle se ve remozada por la pintura y por las casas que se vuelven tiendas y las tiendas que se vuelven casas, se ve remozada por los cambios.
Conozco a los papás, no a los hijos, que van caminando. Los tengo en mi mente cuando ambos éramos niños y caminábamos con nuestros padres.
Me detengo y bajo del auto. Contemplo, volteo, sigo serio. Cruzo los brazos y me recargo en la portezuela. He vuelto al pueblo que me vio crecer.