jueves, 31 de enero de 2008

Otro de los pequeños

Circunstancias
Sergio Pérez Portilla

Róndame, róndame con tus olores y con tus palabras, con tu risa y con tu silencio, con tu hoy, con tu ayer, con nuestro mañana.
Róndame y dibuja tu sombra en la pared de mi casa, cubre con tus cabellos el sol, devora el tiempo con tu canto, y dame la eternidad de tus ojos, tus ojos oscuros en quienes me sumerjo y con quienes sueño, tus ojos para quienes veo y quienes me ven vacilar cuando pienso de más.
Róndame y llévame en tu vuelo de fantasma, en tu velo de cometa, en tu blanca sencillez y en tu misma ansiedad.
Róndame, róndame y vuelve a tu bosque, a tu mar, a tu montaña, a tu luna. Róndame, róndame musa, ninfa, brisa, hora, aceite y sueño.

miércoles, 30 de enero de 2008

De fotografías mentales

Abstracción
Sergio Pérez Portilla

Me asomé a la ventana del autobús, la del lado izquierdo, y vi el sol. Era tarde ya, por lo que el rojo de la puesta ya estaba encendido cual brasa de chimenea. Intenté tomarle una fotografía haciendo un cuadro con mis manos y un click con mi voz. Mis ojos lo retuvieron durante unos segundos y luego procesé la imagen en mi cerebro. Aguardé, paciente, para que no se velara y se perdiera en el olvido. En medio de mis recuerdos de todos los colores, brotó primero la luciérnaga en medio de la noche, luego creció y fue el sol de la tarde. Estaba ahí, tal como lo vi, por encima de los edificios y en medio de los árboles en lontananza. Sugerí un marco de madera rústica, pero uno de herrería intentaba imponerse. Ganó la madera, café, con tintes de azafrán y carbón, y me sentí satisfecho. Lo coloqué encima del buró que está al lado de mi cama, y lo observé en silencio. Volví a abrir mis ojos y el camión estaba llegando a la terminal, con sólo cuatro pasajeros además de mí. Bajé y no quise voltear atrás para contemplar al modelo, ya no, ya lo tenía conmigo, y vendría acá, adelante, a donde yo fuera, a donde yo voy.

lunes, 28 de enero de 2008

Algo más...

Perspectiva
Sergio Pérez Portilla

La vista es hermosa: la calle empedrada que serpenteando permanece estática y las farolas encendidas por la media luz, por la tenue luz; los autos que pasan veloces frente a la puerta del número 5, donde un par de mozalbetes ríen de uno más que ha caído en una broma; adentro del número 5 voces, lejanas, ajenas al bullicio, transportadas y llenas de entusiasmo. Mi puerta de madera, entreabierta, me permite esta vista. Yo, sentado en el quicio, loco y cuerdo observo, sonrío, y luego sonrío más y observo más, luego observo menos y el cigarro se consume en mi mano. Oscurece tan sutilmente que no lo noto, pero no importa. La vista desde mi puerta, recargado en mi costado derecho, sigue siendo hermosa.

jueves, 24 de enero de 2008

Vespertino

Es lógico que cualquier escrito contenga un mínimo, y a veces el máximo, pensamiento de su autor. Este demuestra mucho de lo que en realidad creo.

Costumbres extrañas
Sergio Pérez Portilla

No me gusta agradecerte por tus caricias ni por tus detalles, mucho menos por tu mirada diáfana. No me gusta agradecerte porque empobrece el momento: mil gracias consecutivas no llegarían ni a la mitad de tus actos, mucho menos de tus pensamientos. No me gusta agradecerte porque muchas veces al no hacerlo pensarías que algo no me agradó, siendo que el asombro me deja en ocasiones con más lágrimas que palabras, con más escalofríos que movimientos, con tal afasia que parece olvido.
No me gusta decirte gracias, a veces siento que ofende la palabra, y aunque esté enamorado de ellas no siempre se visten para la ocasión.
Prefiero conquistarte cada día, susurrarte en tus labios que me matan tus caricias y tu mirada límpida, abrazarte con ternura y con arrebato alejarme de ti. Prefiero no acostumbrarme ni acostumbrarte. Prefiero ser sincero más que educado, aunque pretendo ser de ambas formas. Te prefiero a ti y por eso no puedo agradecerte, no me gusta agradecerte. Te prefiero a ti, siempre a ti.

martes, 22 de enero de 2008

Breve

Tierra viva
Sergio Pérez Portilla

Calla, hoy no hace falta que me digas nada, sólo escucha…
Soy el viento que roza tus laderas en el crepúsculo y te susurra en tus árboles. Soy el frío que te viste con albas y te baña con rocío. Soy…
Te despierto con la primavera y te arropo con el otoño, llenándote siempre de vida, vida despierta, dormida, silente, cansada, algunas veces verde y otras del color del sol, otras en el calor del sol.
Eres una entre mil, ¡no, entre miles! Pero siempre una, siempre tú, nunca ustedes, nunca nosotros. Te llamo y me respondes con mi misma voz 3, 4 veces. Te grito y me gritas, como si ni siquiera escucharas mi lamento, pero sé que en realidad me respondes con tu majestuoso porte.
Calla, calla como hasta ahora lo has hecho, y sigue escuchando…

domingo, 20 de enero de 2008

Oración...

Después de varios días sin subir nada, comparto otra vivencia-reflexión sobre la oración.

La oración, búsqueda y encuentro
Sergio Pérez Portilla

Los hombres continuamente buscamos a Dios. Lo buscamos incluso sin saber que es a él a quien perseguimos, sin saber que es él quien nos hace estar inquietos. Lo buscamos porque lo conocemos y por tanto sabemos que es en él y en nadie más en quien podemos encontrar reposo, calma, descanso, sostén, valor, amor, o porque lo desconocemos y por tanto andamos con un vacío enorme dentro y fuera de nosotros que no nos deja estar. Esta búsqueda es el comienzo de toda oración. Fuimos hechos para estar con Dios, para gozar de su presencia, pero nos hemos alejado de él comunitariamente, en primer lugar, e individualmente, en segundo. Ahora y por lo mismo lo buscamos en nosotros y en nuestra vida comunitaria. Así empieza, entonces, la oración: buscando a Dios.
Cuando lo encontramos el diálogo surge espontáneo, sin reservas: diálogo que a veces recrimina, a veces alaba, algunas veces pide y otras más agradece, pero es diálogo confiado. Poner lo que somos y tenemos en las manos del que ha creado todo, y ponernos nosotros en sus brazos añorando un abrazo eterno en el tiempo, eso es lo que brinda el encuentro, y eso es lo que brinda la oración. Ella es búsqueda, búsqueda, pero también encuentro. En la búsqueda peregrina, en el encuentro se detiene. Peregrina con un bastón y una maleta con nuestras penas y alegrías, y se detiene extasiada por la grandeza del que nos espera y sale donde nosotros para escucharnos, para escucharnos únicamente después de lanzarse a nuestro cuello y abrazarnos y llenarnos de besos (Lc 15, 20).
Búsqueda y encuentro, camino y hogar, aurora y mediodía. La oración no deja de ser silencio revelador, no cesa de ser manantial, no muere sin ser resurrección.

miércoles, 16 de enero de 2008

Ensoñación...

Estoy seguro de que todos las hemos visto, las hemos tocado sin tocarlas, abrazado sin abrazarlas, escuchado sin oírlas. Para todas las sirenas del mar negro que nos hacen nadar en lo alto para después bajar y volar en la Tierra.

Sirena del mar negro
Sergio Pérez Portilla

Titilante dama de blanco, guía de marinos y de magos, musa de cantores y de poetas, y de poetas cantores, anhelo de polvos y de sueños. Tu edad no merma tu belleza, ni la noche tu serenidad. Mientras más oscuro mi camino, más tu presencia me llena y me da seguridad. ¿Cómo perderme si te sigo viendo, cuándo decidir por otra si eres tan cierta?
Preciosa y única entre tantas como tú, sólo como tú, pero nunca tú. Hoy despierto y te veo antes de que te adentres en la luz a descansar, y antes de que mi jornada termine vienes de nuevo y me sonríes y prometes velar mis sueños.
Pequeña frente a mí, enorme junto a mí, nunca dejes de visitarme y platicar conmigo. Platícame de mis hermanos, de mis amigos que no he visto, platícame de los tiempos que has contemplado y de los amantes que te ven con nostalgia pues les recuerdas al ser amado.
Platícame, sirena del mar negro, platícame mientras sigo dormido para que al oír tu voz sueñe contigo y al despertar te piense tan mía, tan mía…

domingo, 13 de enero de 2008

Otro intento de poesía...

Arboledas
Sergio Pérez Portilla

Noto lo imperceptible de tu pensamiento
gracias a tus palabras
-y a tus gestos
-y a tus ojos

Tus manos dicen tanto de ti
tanto del sol, tanto de tu vida
-tus manos son suaves
-pero estas no

El río fluye hacia Arboledas. Nunca regresa
El mar lo espera en Arboledas. Nunca se cansa
Arboledas sueña con este encuentro, despierta con este encuentro
¡come con este encuentro!

Tus pensamientos fluyen en tus palabras
-y en tus gestos
-¡y en tus ojos!

viernes, 11 de enero de 2008

De la oración...

Reflexiones en torno a la oración
Sergio Pérez Portilla

Orar es saberse en casa. El que ora debe llegar a un momento en el que la paz y la confianza que lo inundan son tales que puede decir “estoy en casa”. Es la presencia de Dios, es la patria a la que pertenecemos de verdad, es el hogar que se manifiesta en el seno materno, en los brazos amorosos, en la mente y en el corazón perfectos, es el cielo, ahí, ahí justamente donde está el único al que podemos llamar Padre sin ningún temor, sin ninguna desconfianza, con plena certeza, ahí donde está el rostro del Creador, del que somos imagen y semejanza.

Orar es sentirse en casa. No hace falta un lugar específico, puede ser el llano de la soledad o el abismo de la frustración, puede ser el bosque de la esperanza o el mar de la tranquilidad, el que ora sabe que ahí, sentado o de pie, arrodillado, abriendo los ojos o cerrando la boca, contemplando o con reverencia manifiesta, se siente de verdad en su lugar, siente que pertenece no al entorno sino al que le habla y a la vez lo escucha, al que le sonríe y a la vez le enseña a amar, amar de verdad.

Orar es quererse en casa. El que ha encontrado su hogar, el que conoce el lugar al que pertenece, el que viviendo en oración se siente en verdad en familia, él no hace otra cosa sino desear estar ahí. Vale más un día en la presencia del Señor que toda una vida rodeado de riquezas que sólo son tales en este mundo tan cambiante y efímero. Un día en la presencia del que es el verdadero Bien hace saber que no se puede desear otra cosa que estar con él, en el corazón se arraiga y en la mente se llega al conocimiento pleno, al sentido de la vida, a la vida misma. Orar es saberse en casa, sentirse en casa, quererse en casa.

miércoles, 9 de enero de 2008

Un intento de poesía

Comparto este intento de poesía y un escrito breve. El primero es ya antiguo, el segundo es de fines del 2006.

Silencio
Sergio Pérez Portilla

¿Qué escribiré con la sangre de los árboles?
¿Qué contaré al río que nunca se detiene a escuchar?

¡No te detengas, renuévate, retoma tu vida!

Necesito silencio, pero no este silencio:
necesito el silencio que está preñado de aire y espíritu
necesito el silencio que no me da la espalda
necesito tu silencio pero también tu atención…

No tengo más plan que recordar, aunque para hacerlo debo haber vivido
No tengo más plan que vivir, aunque vivir resulta peligroso
No tengo más plan

¿Te espero, entonces?
Sí, esperaré para que me digas qué escribir, qué contar
Esperaré para que no hables y me digas qué hemos vivido, nocturnos,
noctámbulos,
para que me ayudes a recordar

Date prisa, pero no pases; y mientras llegas cantaré

Canto al aire que me salva…



Elegía de una caricia
Sergio Pérez Portilla

Tomó sus cabellos y los pasó por detrás de su oreja, acariciándola, peinándola. Ella lloraba como lloran las rosas cada mañana, y a la vez sonreía, como sonríe el niño con su cómplice. No quería amar pero estaba amando. Sus ojos decían sí, su sonrisa decía sí, sus manos apretaban el pañuelo, como queriendo matarlo. ¿Qué te hace llorar, princesa, qué te hace llorar? Esa fue la primera vez que tomó su rostro entre sus manos, su cintura, sus palabras. Esa fue la vez que el pesar los hizo estar más cerca que nunca, pues nunca más estuvieron tan cerca.


lunes, 7 de enero de 2008

Un texto más...

Este escrito se dio porque a quien va dirigido le causó desconcierto el final de El parque, y me pidió que propusiera algo diferente. Espero que sea interesante.

La banca
Sergio Pérez Portilla
para Ariadna

Lo primero que vio fue su espalda, un poco caída ya por la edad, pero ancha e inconfundible. Estaba solo en la banca, esperando como siempre, volteando a un lado y a otro, paciente en su impaciencia. Ya lo conocía, sabía que ya tenía rato ahí sentado porque acostumbraba llegar temprano a sus citas, cuando menos puntual, y solía esperar durante 20 ó 30 minutos por lo menos. Era ya anecdótico el que una vez esperó a alguien por más de una hora, y cuando estaba a punto de marcharse, en una de sus ojeadas, vio venir a su amigo. Le costó sonreírle de inmediato, pero al cabo de un rato ya estaban disfrutando de un café y bromeando como siempre. Así que se acercó esquivando a los pequeños que jugaban con sus padres una especie de fútbol en el que no había más regla que esta: el hijo siempre gana.
La sonrisa brotó imperceptible para el pensamiento pero grata para la vista. No le habló, sólo colocó sus manos en los hombros cubiertos con una gabardina café, en una especie de masaje que si bien no era para nada profesional, sí era por demás significativo. Había más de 30 años de diferencia entre el anciano de la banca y la recién llegada, pero su trato denotaba una confianza que excedía cualquier límite temporal. No hubo palabras, ni una sola, ¿para qué si con el tacto, con el olor, con la certeza que brinda la presencia se está diciendo más de lo que se puede expresar con la voz?
¿Habría pensado que nadie iba a venir? Seguramente sí. Pero en el fondo de su corazón esperaba que llegara ella, que llegaran los demás. ¿Habría vuelto a su hogar si las nubes hubieran abierto su vientre dándole paso a su sangre transparente? No, eso no, pues eso nunca le había molestado. Por el contrario, disfrutaba sentir en sus manos y en su cara la caricia de cada gota de vida.
Y ahí estaban, él sentado en la banca, feliz, y ella abrazándolo ahora, regalándole su presencia, sin interesarse en los árboles, en la fuente, en las casas, sólo en él.

domingo, 6 de enero de 2008

¡A compartir regalos!

El regalo más grande
Sergio Pérez Portilla

La mayoría de nuestros niños se levantaron hoy con la ilusión de saber “qué les trajeron los Reyes”, no todos, pero sí muchos. La envoltura y la caja hoy no sirven para nada, lo que importa es lo que viene dentro: la muñeca, el carrito, todo tipo de juegos. Y es que celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor, es decir, la manifestación del que recién había nacido. La Epifanía y la Navidad son fiestas hermanas. En algunos lugares del mundo se le llama a la Epifanía “pequeña navidad”, y en otras a la Navidad “pequeña epifanía”, esto depende de la tradición más arraigada. Con nosotros, la Navidad es más pomposa y la Epifanía aparece un poco abajo, aunque no deja de ser importante. Pero hablábamos de los regalos. Según el evangelio de Mateo, unos magos de Oriente –que luego fueron llamados reyes, resultaron ser 3 y hasta nombre recibieron, vaya, hasta sus huesos están en Colonia, Alemania– llegaron a Jerusalén buscando al pequeño rey de los judíos, pues habían visto su estrella y la habían seguido hasta esas tierras con la intención de adorarlo. Después de unos contratiempos, dieron con él, lo encontraron en una casa con su madre y al momento se arrodillaron y le ofrecieron sus regalos: oro, incienso y mirra.
Es el relato anterior el que da pie a nuestra tradición de ofrecer regalos en este día a nuestros pequeños, aunque el fundamento a veces va siendo relegado, la marca siempre permanecerá: es al niño Jesús a quien desde lejos han venido los magos a adorar y entregarle dones porque se ha manifestado a todo el mundo, se ha dado a conocer su nacimiento y, por tanto, el acontecimiento de la salvación que llega a los hombres y mujeres de todos los lugares y de todos los tiempos. También esto representan los magos, según la tradición y según las reflexiones de algunos santos Padres: la universalidad del mensaje de salvación.
Pero, ¿quién habrá recibido el regalo más grande de todos? Grande no en tamaño, claro, sino en importancia. Si lo pusiéramos en términos económicos sería el más caro, pero no vamos por ahí. Si fuera en términos de practicidad, pues el que nos sirviera quizá por más tiempo e hiciera el diario laborar un poco menos pesado. Si fuera en términos…, ¿en qué términos debemos hablar? En todos y en ninguno. En todos porque es un regalo que deberá abarcar todas las áreas en que nos desenvolvemos, pero en ninguno porque no puede estar, por lo mismo, limitado por ningún ámbito, no puede ser relativo.
El regalo más grande lo ha recibido la humanidad entera, cada uno de nosotros, el mundo mismo, la creación entera. El regalo más grande es el que nos ha dado a todos el Padre que tenemos en común, y, sin hacer distinciones, nos ha dado el único y más grande regalo, el más necesario, el más costoso, el más bello, el mejor: Jesucristo, su hijo.
Es, pues, la Epifanía una fiesta, y los regalos lo afirman: fiesta donde celebramos la manifestación del pequeño Jesús a todos los hombres. Celebramos su humanidad y su divinidad. Se recuerda su Bautismo y su primer milagro como parte de esta manifestación, pero hoy ponemos énfasis en este acontecimiento: la luz de Dios ha sido vista por todos, y este es y seguirá siendo el regalo más grande de todos.



Por cierto, siguen los vientos y el frío, ¡abracémonos más!

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sábado, 5 de enero de 2008

De ti...


Confidencia
Sergio Pérez Portilla

Me lo contó tu ventana, me dijo que sonreías y que cantabas y bailabas, me dijo que eras feliz. Que tu voz era dulce y que tus manos parecían tocar el aire. Que tu presencia no iluminaba la habitación, ¡tu presencia era la habitación de la luz! Me dijo también que cerrabas tus ojos y cuando los abrías eran siempre nuevos, vivos, eran música y silencio. Por último me dijo que al final del día siempre hablas con Dios y le agradeces que esté contigo, que es por él que eres tan plena, y que vas aprendiendo a amar y a ser libre, y luego duermes, duermes hasta que eres un nuevo día.

jueves, 3 de enero de 2008

Hoy llueve...

En estos días ha hecho mucho frío en nuestra ciudad, el viento ha movido árboles, casas e ilusiones. De vez en cuando una brisa se vuelve llovizna, y la llovizna lluvia. Para ella escribo hoy.

Pequeña lluvia matutina
Sergio Pérez Portilla

Imagina que eres el mar, pequeña lluvia matutina, imagina que eres el mar. Levántate sobre las rocas y extiéndete por todo el horizonte.
Imagina que eres el río, pequeña lluvia matutina, imagina que eres el río. Susurra con las aves y con las mariposas mientras corres por tu cauce.
Imagina que eres manantial, pequeña lluvia matutina, imagina que eres manantial. Acaricia el seno de las montañas y encuentra el camino que te lleve a la luz.
Imagina que eres lluvia, pequeña lluvia matutina, imagina que eres tú. Canta con la aurora, canta con amor. Cántame con la aurora, cántame con amor.

miércoles, 2 de enero de 2008

La primera participación

La primera entrada de este 2008 es un relato breve. Claro está que antes debemos pronunciarnos por los buenos deseos para todos, esperando que este año sea para todos de alegría y paz, de verdadera bendición.

Entre sueños y recuerdos
Sergio Pérez Portilla

¿Sabes? Hoy desperté y tuve esa misma sensación de vacío. Hubiese preferido seguir soñando con la cabaña y el café, con el ruido de la montaña y el río a lo lejos. A veces soñar nos hace bien y despertar nos frustra. Hoy es un ejemplo perfecto. ¿Cómo sonreír si estoy solo?, ¿cómo hablar si nadie me escucha y el que lo hace no me responde, y quien contesta no me habla a mí?, ¿cómo estirar mi mano, a dónde?
¿Sabes? Hoy caminé apoyado en un bastón, ¡creo que la edad se ha acumulado demasiado en dos noches! Caminé por las calles que frecuentábamos y algunas casas tenían las puertas abiertas. Llegué tan sólo a la esquina de la avenida grande e inmediatamente después di un rodeo para regresar a casa.
¿Sabes? Estoy escribiendo sentado en la silla de mi viejo escritorio, y de vez en cuando volteo a ver la cama que espera fría por mi llegada. Te confieso que me gusta dormir más, porque así puedo soñar y llenar mi vacío. Y sueño que estoy en la cabaña donde me obsequiabas un café, donde juntos escuchábamos cómo la montaña nos decía sus secretos y el río a lo lejos arrullaba al bosque entero, y es que, a veces, soñar me hace bien.